martes Ť 9 Ť octubre Ť 2001
José Blanco
El caos amenaza
El domingo pasado, gobierno y ocho partidos políticos representados en el Congreso, con la presencia de los otros poderes de la Unión y los gobernadores de la República, firmaron el Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional, consenso general a través del cual el conjunto de las formaciones políticas de México buscan enfrentar con sentido de nación y de Estado, grandes problemas de nuestro presente y la reforma del Estado. Es preciso saludar este primer paso de un camino extraordinariamente largo y tortuoso que queda por delante, pero todo avance se inicia con el primer paso. En medio de la barahúnda y el desbarajuste de la política, el reconocimiento de una agenda común de la clase política representa, sin duda, una lucecita de esperanza en que las muchas cosas nuestras que está a nuestro alcance resolver, serán enfrentadas. De todos modos, habrá que examinar con cuidado el alcance del acuerdo.
La crónica anunciada de la guerra contra el terrorismo ha comenzado a poblar los medios profusamente. Sin fisuras, las grandes potencias del planeta y una amplia zona de la periferia anuncian su determinación de extirpar el terrorismo de la faz del planeta. Impresiona sobremanera la creencia generalizada de los poderes políticos en el uso de la fuerza como único medio eficaz para acabar con esa odiosa excrecencia social, sin atender y entender sus raíces; a ese hijo monstruo de la sociedad mundial no lo reconocemos como nuestro.
La globalización ha vuelto un sin sentido la guerra entre Estados, pero ha atizado también las fuentes que alimentan la violencia. La consecuencia no puede ser sino el caos y la inseguridad pública en todas partes. Es evidente que el discurso terrorista, según el cual los infieles son el origen de todos los males y, por tanto es preciso combatirlos y abatirlos en todas partes, es equivalente en irracionalidad al discurso que cree que mediante la superioridad militar será posible barrer y acabar definitivamente con el terrorismo.
La paz que se impone a un Estado derrotado en una guerra convencional -que son las únicas que conocemos hasta ahora- es imposible en el caso de las organizaciones terroristas, forma privilegiada de la violencia para el siglo XXI. Estados Unidos e Inglaterra han dicho que atacarán el terrorismo por tres vías: la militar, la diplomática y la humanitaria, mediante ayuda a las poblaciones afectadas de desplazados y refugiados. Es obvia la insuficiencia mayúscula de este discurso. Estados Unidos se siente muy satisfecho del amplísimo consenso político que ha alcanzado en esta iniciativa militar, pero se hace de la vista gorda respecto de la calidad ilegítima de algunos de los poderes dominantes en varios de sus aliados clave. Es el caso de Arabia Saudita, donde el poder político depende en medida determinante del sostén interesado estadunidense (el petróleo), y es el caso de Paquistán, donde los gobernantes acaban de hacerse del poder mediante un golpe de Estado.
Si las grandes potencias no se deciden, en el seno de la ONU, a ser los coadyuvantes fundamentales de un nuevo orden y de una nueva justicia social planetarios, la violencia social continuará como una constante en el mundo. Cada vez es más claro que abrir las puertas al desarrollo tiene un costo sensiblemente inferior a los presupuestos dedicados a las armas por los Estaos dominantes del planeta. Pero invertir en el desarrollo demanda como requisito derrotar primero los intereses inmensos de los señores de las municiones.
Por lo pronto, Estados Unidos, a partir de una fuerte tendencia recesiva previa al 11 de septiembre, se dispone a ejercer una gigantesca ampliación del gasto militar, al tiempo que anuncia nuevas y fuertes reducciones en los impuestos. En otros términos, el gobierno estadunidense demanda recursos que ampliarán su deuda interna. Se abre así una brutal competencia por los recursos disponibles que terminará encareciéndolos y disminuyendo las posibilidades de financiamiento externo del mundo subdesarrollado. Es probable que todo ello conlleve presiones inflacionarias en todo el planeta.
La disponibilidad fácil de recursos externos en México tenderá a agotarse con rapidez. Es preciso, por tanto, poner en operación todos los mecanismos que permitan usar al máximo los recursos internos. Es imperativo, sin embargo, cuidar con lupa los fundamentals, más aún ahora que una ampliación del gasto interno por la vía de la ampliación del déficit fiscal, implicaría costos más altos, a partir de una situación de endeudamiento interno extraordinariamente elevada (el IPAB). No podemos escapar a la recesión, pero sí podemos escapar al descontrol de la economía en el que hemos incurrido en nuestras crisis anteriores. Más que nunca echar a andar de una vez por todas el crédito bancario y la reforma fiscal es un reclamo nacional en manos del Congreso. A ello debe servir el acuerdo del pasado domingo.