domingo Ť 7 Ť octubre Ť 2001
Rolando Cordera Campos
El tiempo se nos va
Los efectos económicos del terrorismo agravan las tendencias de la economía mundial a una recesión profunda. Estas tendencias, vale la pena recordarlo, estaban presentes desde antes del 11 de septiembre y se presentaban ominosamente como un fenómeno de claro carácter global, afectando a todo el mundo, incluido México, cuyos gobernantes habían dedicado buenas horas y esfuerzos a exorcizarlo.
Estamos ya en plena caída económica y no hay para dónde hacerse. Por primera vez en muchos años, el receso afecta a los grandes motores de la economía internacional y los de abajo, en la periferia o cerca del centro, como quiera que uno se imagine, no parecen tener otra que seguir la suerte del principal. Lo peor es que la caída en este lado oscuro del globo se da sin colchones ni red de seguridad alguna.
No deja de sorprender que nuestros encargados de la gestión pública de la economía sigan deshojando la margarita sobre el carácter de la recesión y lo que hay que hacer frente a ella. En el frente político e ideológico del gobierno, en su partido que está en el gobierno, pero que no es de gobierno, se decretó sin apelación la muerte de Keynes, nada menos que cuando en el resto del mundo se le revive y reconoce su vigencia. Pero esto puede ser sólo cuestión de opiniones, o de ilustración y sentido común.
Lo que no admite mucha más prórroga es la pérdida progresiva de empleos, el cierre de turnos y hasta de fábricas y con ello el declive imparable de la demanda y el consumo. Pueden revisarse las cifras y hasta reinventar los mitos aquellos que fama triste dieron a un secretario de Hacienda, pero nada se podrá hacer con el panorama callejero y el éxodo continuo del campo al campo, de ahí a la ciudad pequeña y a la mediana, de la metrópolis al norte y vuelta, ante la evidencia cruel del desempleo abierto, no el que ocultan los malabares contables.
En esta perspectiva, el país requiere de acciones de emergencia que protejan al máximo la planta productiva y el empleo, pero que además impulsen la demanda básica, popular, mediante operaciones creadoras de trabajo. De otra suerte, sin seguro ni infraestructura social adecuados, México entrará a una circunstancia política perversa que sólo puede resultar en mayores descensos productivos y en una profundización del receso inicial. También en su prolongación, más allá de los primeros efectos provechosos que pueda traer consigo una pronta recuperación estadunidense el año próximo. Recesión profunda y larga es más de lo que puede aguantar un país de por sí golpeado.
En estas latitudes, no hay tiempos de espera porque no hay protección social. Nadie debería apostar a la paciencia inveterada del mexicano, entre otras cosas porque el mexicano medio, el que ve cómo se caen los castillos prometidos, no comparte más tales atributos, ha descubierto el reclamo social y la democracia y va a actuar hasta en contra de los partidos por los que votó, si no ve pronto algo de luz en el túnel.
Las tonterías económicas pueden quedar al margen, y los doctrinarios seguir abrevando en las enseñanzas de sus discutibles preceptores. Lo que tiene que ponerse en el centro, sin ambages ni subterfugios disfrazados de tecnicismos financieros, para que nadie se haga a un lado, es la necesidad ingente de que el Estado se ponga en movimiento, amplíe su gasto y ejerza el que le fue autorizado, redoble los alcances de los programas de alivio y asistencia y ofrezca trabajo útil a quienes lo buscan y no lo encuentran.
En qué gastar es pregunta fútil, cuando no evasiva hipócrita. En este país basta con salir a la calle deteriorada, recorrer los caminos vecinales, pavimentados y no, echar una ojeada a los distritos de riego o temporal, para darse cuenta, sin necesidad de pasar por un diplomado, de lo mucho que hay que gastar e invertir no sólo para salir del mal paso, sino para preparar el territorio físico y humano para las nuevas jornadas en pos de una nueva agenda del desarrollo.
Idos los sueños de opio del mercado global único y de la civilización uniforme, no nos queda más que explorar nuestra diversidad, asegurar los lazos y las plataformas logrados en materia de comercio exterior, y preguntarnos en serio si no es preciso empezar a cambiar ahora, antes de que el tumultuoso mundo en guerra y la vida misma nos den más de una desagradable sorpresa. Poner en movimiento a la economía desde la política, dejó de ser una opción para volverse una decisión vital.
Veremos pronto si fuimos capaces de entender las señales alarmantes, todavía confusas, de un planeta asediado, aunque en brutal transformación que no va a darnos respiro.