K.S. Karol
Afganistán. El pantano de Kabul
Vladimir Putin logró un gran aplauso en el Bundestag al pronunciar en alemán su discurso de homenaje a la recuperada grandeza de Alemania, pero registró un éxito aún mayor convenciendo al canciller Schroeder de que cambiase de actitud ante Chechenia. El presidente ruso supo utilizar la emoción provocada por los atentados terroristas en Estados Unidos para insistir sobre el hecho de que también él combate contra la misma Internacional islámica y no contra la libertad de un pequeño pueblo rebelde.
No conocemos el texto de las conversaciones, pero Gerhard Schroeder fue sensible. Pocos días después el embajador estadunidense en Moscú prometía, en una entrevista a un diario ruso, que Estados Unidos haría lo necesario para acabar con el financiamiento ilegal de los wahabitas chechenos. Para quienes conocen la historia de la guerra soviética en Afganistán una alianza ruso-estadunidense contra los islámicos parece realmente un viraje histórico.
En el mundo la indignación fue enorme. Era una nueva Checoslovaquia y en todas partes denunciaron la costumbre de Leonid Brejnev de invadir los países adyacentes. Diecinueve años después Zbignew Brzezinski, entonces secretario del Consejo de Seguridad del presidente Jimmy Carter, habría afirmado que la CIA "había entrado en Afganistán antes que los rusos" y que había informado al presidente: "ahora tenemos la ocasión de darle a la Unión Soviética su guerra de Vietnam". Sin embargo, esta confesión más bien parece una fanfarronada, ya que ningún grupo sostenido por los estadunidenses tenía entonces posibilidades de tomar el poder en Kabul.
Un enemigo inaferrable
Lo que sin embargo es verdad es que la URSS tuvo grandes dificultades para golpear al enemigo e incluso para encontrarlo porque el mismo desaparecía después de tender emboscadas mortales. "Cuarenta cohetes contra una aldea causaban muchos muertos y un número aún mayor de refugiados, pero no bastaban para crear una línea de frente", recuerda un general ruso en el filme de Evgueni Kisselev de 1999, en el décimo aniversario de la guerra perdida en Afganistán. Los militares y los diplomáticos recuerdan que los mariscales moscovitas, veteranos de la Segunda Guerra Mundial, no conseguían comprender la especificidad de ese conflicto y multiplicaban las órdenes de nuevas ofensivas. En total 620 mil soldados y oficiales soviéticos habrían atravesado los paisajes áridos de las tierras afganas y el contingente en ellas habría variado entre 35 mil y 104 mil personas, según los periodos. En los 10 años que duró esa guerra el ejército soviético habría perdido 14 mil hombres. "Nuestro mayor error -sostiene el general Valentin Varennikov, entonces comandante de los paracaidistas-ha sido no agregar cien o mil hombres más para cerrar la frontera con Pakistán".
Mientras tanto, en Kabul, Babrak Karmal presentaba la nueva bandera del país -negra, roja y verde-, la misma de antes de la "revolución", y multiplicaba sus llamados a los mullahs para que se alineasen con su régimen. Para eso mostraba siempre la parte de los campesinos que se había beneficiado con la reforma agraria y cantaba loas a su régimen mientras que el mismo tiempo denunciaba a los mujaidines, "salvajes" que quemaban las escuelas. Los oficiales rusos no estimaban a Karmal, culto pero perezoso, que no renunciaba a su siesta ni en las más difíciles situaciones. Karmal acataba sus órdenes sin ninguna objeción pero no tomaba ninguna iniciativa militar, como si esa fuese una guerra de los rusos, no la suya.
Soviéticos empantanados
Poco a poco los comandantes regionales terminaron por concluir treguas con los mujaidines, incluido Massud, más o menos respetadas, y dejaron que el país viviese su vida, razón por la cual resultó bastante fácil que los periodistas occidentales viajasen por Afganistán e informasen sobre sus impresiones. Ellos denunciaban la brutalidad del ataque inicial ruso, que había llevado a millones de afganos a refugiarse en Pakistán y en Irán, pero deploraban la incapacidad de los mujaidines de unificarse y de tener algún tipo de representación política. Desde 1982 algunos reportajes registraban con alarma la presencia de paquistaníes en Afganistán y el surgimiento de un fundamentalismo a la Bin Laden. Como señala ahora Robert Fisck, periodista de The Independent, la orden era llamar a todos los guerrilleros afganos "combatientes por la libertad". Pero poco a poco diversas ONG, como Médicos sin Fronteras, a las cuales les prohibían curar a las mujeres, decidían retirarse del país.
Retirada rusa
El sucesor de Leonid Brejnev, Yuri Andropov, fue a Kabul para entender la situación, cosa por la cual todavía se le rinde homenaje ya que ningún otro alto dirigente de las URSS, ni antes ni después de él, se había dignado hacer ese viaje. Con sus auspicios comenzaron en el Palacio de las Naciones en Ginebra las negociaciones indirectas afgano-paquistaníes que sin embargo no llevaron a ningún resultado. Después, tras el breve intermezzo de Constantin Chernenko, fue al Kremlin Mijail Gorbachov y el expediente afgano comenzó a moverse. Babrak Karmal fue despedido y sustituido por Mahomed Najibullah, cuyo sobrenombre era La Partera, porque de joven había sido estudiante de medicina.
A ese hombre corpulento los rusos lo elogiaban mucho: había proclamado la amnistía para los prisioneros mujaidines, reservado un tercio de los ministerios a los mullahs moderados y otro tercio a los refugiados afganos en Europa. Las cosas parecían ir bastante bien. "Nosotros no podíamos controlar más que 20 por ciento del territorio, mientas que Najibullah consiguió controlar 80 por ciento", dice un veterano ruso de la guerra de Afganistán.
Por último, tras encontrarse con él en Tashkent, Gorbachov decidió retirar las tropas rusas por etapas después de firmar un acuerdo con los estadunidenses sobre el cese de la ayuda a los rebeldes afganos. En 1988 comenzó esta retirada.
¿Cuánto habría sobrevivido el régimen de Najibullah sin el apoyo del potente país del norte? En Kabul le daban desde dos horas hasta un máximo de cinco días. Pero Najibullah se sostuvo durante más de tres años y sólo fue derribado en abril de 1992. Además su caída se debió a la negativa de Boris Yeltsin, nuevo presidente de Rusia, de venderle (ni siquiera de darle gratis) los carburantes necesarios para defenderse. "Fue un delito", dicen los veteranos de la guerra en Afganistán.
Tras cuatro años de guerra civil, en 1996 los talibán tomaron el poder en Kabul y en casi todo el país. Enseguida ahorcaron a Najibullah sin ningún proceso judicial. Fue la victoria de Bin Laden y de los 100 mil "locos de Alá" que había conseguido atraer para la guerra santa. ¿Pero fue realmente una sorpresa? Me limitaré solamente a recordar el artículo de Pierre Blanché, reportero del Nouvel Observateur, después caído en Bosnia, del 30 de marzo de 1989: "Sauditas, kuwaitíes, sudaneses, algunos palestinos, son muchos centenares los que participan en la jihad del lado de Jalalabad. Más integralistas que los integralistas se hacen llamar "hermanos" por los afganos y dicen que dentro de poco habrá un gobierno islámico en el mundo entero. Son temidos, odiados, pero tolerados por los afganos que se sienten en deuda con ellos".
La CIA había armado contra la URSS la bomba del fundamentalismo islámico sin prever que un día la misma podría explotar en todas partes, en Bosnia, en Cachemira, en Albania, en Chechenia y hasta en Nueva York.