SABADO Ť 6 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť El presidente Islam Karimov se reunió con el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld
Reitera Uzbekistán que no permitirá acciones bélicas contra Afganistán desde su territorio
Ť Washington usará el aeropuerto militar de Tashkent, pero "sólo para labores humanitarias"
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 5 de octubre. Tras recibir hoy en Tashkent al secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, un gesto por demás elocuente del entendimiento que existe para asignar a Uzbekistán un papel clave en la operación Libertad Duradera, el presidente de este país ex soviético de Asia central, Islam Karimov, puso especial cuidado en declarar que no permitirá acciones bélicas desde su territorio contra Afganistán.
Esto, más que un cambio de actitud, parece un mensaje tranquilizador para una po-blación, 24 millones de uzbekos, que siente cada vez más cerca la guerra en el país vecino y empieza a tener el temor de que Uzbekistán sea el primero en recibir un no descartable golpe de respuesta por parte del ejército talibán, que concentra combatientes y artillería pesada junto a la frontera.
A diferencia de Tadjikistán, alineado con Moscú y cuya divisoria con Afganistán es resguardada por 25 mil soldados rusos, Uzbekistán puede confiar sólo en su propio ejército, por el momento.
Es probable que, puertas adentro, Karimov haya convenido con Rumsfeld en que no sería muy explícito en sus declaraciones públicas en tanto no tenga la certeza de que el régimen talibán ya no representa un peligro mayor para su país, en términos de ca-pacidad de represalia.
Al menos no antes de que la aviación de Estados Unidos destruya la infraestructura principal de artillería de su vecino, junto con los 23 objetivos básicos ya identificados como primer blanco de la operación, y reduzca al mínimo la posibilidad de que el ejército talibán emprenda una ofensiva en territorio uzbeko.
Se inscribe en la misma tónica el anuncio oficial de Karimov, desmentido con insistencia desde hace días por Tashkent, de su aceptación de que Estados Unidos utilice un aeropuerto militar y despliegue unidades de elite de su ejército en suelo uzbeko.
Por un lado, el gobierno uzbeko admite lo que venía negando y, por el otro, insiste en que las tropas estadunidenses se ocuparán sólo de "labores humanitarias", como proporcionar alimentos y otro tipo de ayuda a la población civil afgana.
Los primeros mil soldados estadunidenses de la décima división de montaña, con base en Fort Drum, Nueva York, entrenados pa-ra combatir en condiciones orográficas muy similares a las de Afganistán, arribarán este fin de semana a Uzbekistán.
Resulta difícil creer que dichos soldados se limitarán a hacer las veces de cargadores y repartidores de ayuda humanitaria, aunque sin duda al comenzar Libertad Duradera también se incrementará el número de refugiados afganos en Uzbekistán y los de-más países limítrofes.
No se requiere ser experto militar para concluir que, por ahora, los soldados de la división de montaña tendrán la misión de rescatar a pilotos estadunidenses de aviones eventualmente derribados en Afganistán, además de de actuar como fuerza de reacción inmediata, de ser necesario, para proteger instalaciones en Tashkent o de internarse en territorio del vecino país.
La visita de Rumsfeld, dentro de su apresurada gira por cuatro países, no era la ocasión más propicia para hablar en detalle de los acuerdos de mediano y largo plazos que interesan particularmente a Uzbekistán a cambio de su apoyo a la operación militar de Estados Unidos.
Muchos de los beneficios que obtendría Uzbekistán se sobrentienden y, a la vez, dependen de cómo evolucione la operación Libertad Duradera.
Quedan todavía preguntas en el aire para que el actual acercamiento, por más estrecho que sea ahora, se concrete en alianza estratégica entre Uzbekistán y Estados Unidos, que modificaría por completo el panorama geopolítico de la región.
Tashkent denota una clara intención, ciertamente. Al ofrecer el mayor respaldo a Estados Unidos de todas las ex repúblicas soviéticas de Asia central, el gobierno uz-beko apuesta por tres grandes objetivos y asume dos riesgos igualmente grandes.
Los objetivos son que se reconozca a Is-lam Karimov como líder indiscutido de la región, por encima de los otros dos presidentes que actualmente aspiran a ese papel, Separmurat Niyazov, de Turkmenistán, y Nursultan Nazarbayev, de Kazajstán.
Lo ven mucho más que como un atributo indispensable del culto a la personalidad que se practica por ahí. Los tres mandatarios creen que la aceptación de ese liderazgo personal, por extensión, convertiría a sus países en potencia regional o, al menos, en una situación de ventaja sobre los vecinos.
Ligado con éste se concibe el segundo objetivo de largo plazo, que es la posibilidad de que la operación Libertad Duradera abra para Uzbekistán nuevas rutas hacia el sur para exportar su gas natural, una fuente potencial de riqueza no utilizada a plenitud y determinante de una relación tensa pero ineludible con Rusia, a falta de otra vía para ofrecer el energético en el exterior.
Y finalmente hay un tercer objetivo de política doméstica: se busca que el golpe de venganza estadunidense resuelva, de paso, la amenaza que representan los combatientes del Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), que opera en las zonas sureñas de la república, cercanas a la frontera con Afganistán, y recibe apoyo del régimen talibán.
El propio Karimov estuvo a punto de perder la vida en febrero de 1999 en un atentado atribuido al MIU, al explotar al mismo tiempo seis coches-bomba en pleno centro de Tashkent, artefactos explosivos que causaron 15 muertos y más de 150 heridos.
La consecución de estas tres metas depende de cuánto tiempo logre mantenerse el régimen talibán y de qué gobierno se instalará en Kabul tras su probable caída, así como del impacto que esto cause en la situación política de Pakistán.
De ello, sobre todo, derivan los dos grandes riesgos para Uzbekistán. El primero se refleja en los temores del gobierno de Karimov de que Estados Unidos, tras realizar ac-ciones espectaculares que satisfagan los ánimos de venganza de su población, no logre vencer la resistencia talibán, lo que prolongaría indefinidamente la guerra civil que de-sangra ese país desde hace más de 22 años.
La sola colocación de un nuevo gobierno en Kabul no sería garantía de estabilidad para Uzbekistán y, además, podría incrementar las acciones del MIU y de combatientes talibán en su propio territorio.
La única solución, en ese caso, es a la vez el segundo riesgo: las tropas de Estados Unidos tendrían que quedarse en Uzbekistán sin visos de salir algún día, lo que modificaría los términos de la pretendida alianza estratégica y significaría, también, una ruptura definitiva con Rusia.
Por todo esto, lo más probable es que Ka-rimov y Rumsfeld hayan centrado sus conversaciones en temas más coyunturales, co-mo son los pormenores del despliegue de aviones y tropas estadunidenses, sin olvidar el aumento de la ayuda financiera a Uzbekistán y el compromiso de destruir la defensa antiaérea talibán que pone en peligro a los aviones comerciales uzbekos en los vuelos internos, sobre todo en el sur del país.