FOX EN WASHINGTON
El
viaje del presidente Vicente Fox a la capital estadunidense tiene propósitos
diversos y disparejos: expresar de manera oficial a su homólogo
George W. Bush las condolencias del gobierno mexicano por la tragedia del
pasado 11 de septiembre y la solidaridad de nuestro país con las
víctimas; ofrecer respaldo al país vecino en su cruzada contra
el terrorismo, y analizar los nuevos obstáculos que enfrenta la
reactivación económica, surgidos tras los criminales atentados
en Nueva York y Washington.
A su manera, la visita resume las ambigüedades, inconsecuencias
y contradicciones con que se ha manejado la política exterior del
país ante la presente crisis. Ningún mexicano en su sano
juicio podría objetar las manifestaciones de simpatía y solidaridad
a la sociedad y gobierno estadunidenses por el sufrimiento, la pérdida
de vidas y la destrucción que provocaron los criminales ataques
del 11 de septiembre; nadie podría cuestionar la pertinencia de
colaborar en el fortalecimiento de la legalidad internacional y en la búsqueda
de mecanismos para llevar a la justicia a los responsables de tales ataques;
tampoco habría motivos para poner en tela de juicio el intercambio
de ideas entre los presidentes de ambos países para remontar la
crítica situación económica internacional, agravada
por los atentados.
En cambio, los ofrecimientos de "respaldo total" a Washington
en su campaña contra un enemigo internacional difuso y mal caracterizado
resultan lesivos para la soberanía de nuestro país y para
los principios de México en materia de política exterior.
El respaldo acrítico a un supuesto "derecho a la venganza" por parte
de Estados Unidos ha generado, además, una polémica nacional
que dista de haber sido superada.
No se trata de un asunto de matices. De hecho, la aplicación,
en el caso presente, de los principios de la diplomacia mexicana --respeto
a la autodeterminación y a las soberanías, respaldo a la
resolución pacífica de los conflictos y apego a los instrumentos
que conforman la legalidad internacional, entre otros-- obligaría
a un deslinde de las reacciones de la Casa Blanca a los atentados, las
cuales prefiguran una revancha militar contra una organización fundamentalista
ciertamente impresentable en lo ideológico, pero cuya responsabilidad
en la tragedia del 11 de septiembre dista de haber sido demostrada y establecida.
Si esa actitud se concreta en acciones bélicas
en Afganistán o cualquier otro país, violentará principios
elementales de convivencia internacional y socavará lo logrado hasta
ahora por los mecanismos multilaterales y bilaterales en materia de procuración
e impartición de justicia. Por respeto a sus propias tradiciones,
convicciones y consensos sociales, México no debería prestarse
a respaldar a Washington --así sea verbalmente-- en esas aventuras.
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