Espejo en Estados Unidos
México, D.F. viernes 5 de octubre de 2001
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Editorial

FOX EN WASHINGTON

SOLEl viaje del presidente Vicente Fox a la capital estadunidense tiene propósitos diversos y disparejos: expresar de manera oficial a su homólogo George W. Bush las condolencias del gobierno mexicano por la tragedia del pasado 11 de septiembre y la solidaridad de nuestro país con las víctimas; ofrecer respaldo al país vecino en su cruzada contra el terrorismo, y analizar los nuevos obstáculos que enfrenta la reactivación económica, surgidos tras los criminales atentados en Nueva York y Washington.

A su manera, la visita resume las ambigüedades, inconsecuencias y contradicciones con que se ha manejado la política exterior del país ante la presente crisis. Ningún mexicano en su sano juicio podría objetar las manifestaciones de simpatía y solidaridad a la sociedad y gobierno estadunidenses por el sufrimiento, la pérdida de vidas y la destrucción que provocaron los criminales ataques del 11 de septiembre; nadie podría cuestionar la pertinencia de colaborar en el fortalecimiento de la legalidad internacional y en la búsqueda de mecanismos para llevar a la justicia a los responsables de tales ataques; tampoco habría motivos para poner en tela de juicio el intercambio de ideas entre los presidentes de ambos países para remontar la crítica situación económica internacional, agravada por los atentados.

En cambio, los ofrecimientos de "respaldo total" a Washington en su campaña contra un enemigo internacional difuso y mal caracterizado resultan lesivos para la soberanía de nuestro país y para los principios de México en materia de política exterior. El respaldo acrítico a un supuesto "derecho a la venganza" por parte de Estados Unidos ha generado, además, una polémica nacional que dista de haber sido superada.

No se trata de un asunto de matices. De hecho, la aplicación, en el caso presente, de los principios de la diplomacia mexicana --respeto a la autodeterminación y a las soberanías, respaldo a la resolución pacífica de los conflictos y apego a los instrumentos que conforman la legalidad internacional, entre otros-- obligaría a un deslinde de las reacciones de la Casa Blanca a los atentados, las cuales prefiguran una revancha militar contra una organización fundamentalista ciertamente impresentable en lo ideológico, pero cuya responsabilidad en la tragedia del 11 de septiembre dista de haber sido demostrada y establecida. 

Si esa actitud se concreta en acciones bélicas en Afganistán o cualquier otro país, violentará principios elementales de convivencia internacional y socavará lo logrado hasta ahora por los mecanismos multilaterales y bilaterales en materia de procuración e impartición de justicia. Por respeto a sus propias tradiciones, convicciones y consensos sociales, México no debería prestarse a respaldar a Washington --así sea verbalmente-- en esas aventuras.
 

 

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