Ť Habla Jorge Ruiz Dueñas, autor de El reino de las islas, su más reciente novela
La multiplicidad de lo diverso podría ser el gran destino de la literatura
Ť Desarrollé una escena que presenciamos Alvaro Mutis y yo en Ensenada, asevera
Ť Leer a Tolstoi, Dostoievski y Soljenitsin fue determinante para su formación
RENATO RAVELO
''Creo que las fronteras entre los géneros cada vez son más escuetas, es práctico mantenerlas, pero creo que vamos hacia una integración que probablemente los jóvenes narradores nos enseñarán cómo hay una línea poco señalada, poco gruesa entre los géneros diversos. La multiplicidad de lo diverso podría ser el gran destino de la literatura'', opina Jorge Ruiz Dueñas.
El escritor empezó su pacto literario frente al mar; de hecho se explica a sí mismo como producto de esa geografía en Ensenada que habitó y ahora lo habita con toda esa característica de excepción peninsular, como un aislado Mediterráneo que plasma en su novela El reino de las islas, que es el desarrollo de una escena presenciada con Alvaro Mutis: ''Lo que puede transminar una pareja formada por un hombre demasiado viejo para una mujer demasiado joven''.
El tema de la identidad
Eugenio Montale ha dicho, argumenta Ruiz Dueñas, a quien se le conoce más por su trabajo poético: ''La pregunta sobre las diferencias dentre poesía y narrativa está viciada por la hipótesis de que la poesía debe estar escrita en verso''.
No obstante, se considera más tocado por la vena poética, a la que considera ''una dolencia instalada en la jaula del pecho, que fluye a través de la mirada y da testimonio de nuestra errancia. O, mejor aún, una forma inapelable y lenta de despedirse de la vida, un silencioso retorno al misterio'' (discurso en el Museo Tamayo, febrero de 1998).
La entrevista carece de ese tono formal; es más bien una conversación sobre Baja California, la extraña riqueza de la península, la paz de sus habitantes, la migración, el extraño orgullo de ser mexicanos de los bajacalifornianos, que no tienen ese arraigo territorial del resto de los estados fronterizos; el hecho geográfico que se halla en la franja de los viñedos, misma que pasa por Francia y España. A
final de cuentas el tema de la identidad.
-¿En qué momento descubres que la literatura es la que te dará identidad?
-Una ocasión, tendría 15 o 16 años, en lugar de despertar temprano para estudiar un examen de química orgánica, sentí que debía procesar todo lo que había leído y transmitir mis propias ideas y sensaciones. Teníamos una casa frente al mar en Ensenada. Empecé a escribir, tomé una decisión personal: quería ser escritor.
-De hecho tu novela empieza con un mar que se oculta y termina con uno que se muestra...
-Para mí la identidad en términos de creación llegó más arraigada a cuestiones de carácter geográfico, el mar me ha determinado mucho. La poesía la entiendo siempre muy cercana a lo marino. Creo que esa es la primera llamada.
''Uno desarrollaba en aquel tiempo sus actividades de manera normal. Estos asuntos pasan un poco inadvertidos, porque son cosas del espíritu y, como los sueños, se mantienen sin divulgarse en exceso, hasta que un buen día te descubren tus maestros, tus padres, tus amigos y te dicen 'oye, está muy bien eso, pero ¿qué piensas hacer para vivir?' Es la vieja idea de vincular al artista del siglo XIX trágico, miserable, o que en esencia no puede realizar un producto que sustente la existencia o la vida.''
Descubrir a James Joyce
-¿A qué lecturas tuviste acceso?
-En casa tuve acceso a obras fundamentales, casualmente no en poesía sino en narrativa, pero no esa tutoría que va ordenando tus lecturas. Fui orientado, no forzado, a leer a Tolstoi, Dostoievski; con los años esto se convirtió en un llamado de ''busca en la ciudad de México un libro de un tal Soljenitsin''. Un día en la vida de Ivan Denísovich lo inicié a bordo de un Coyoacán-20 de Noviembre, y no solté el libro hasta que concluí. Evidentemente Soljenitsin era en ese momento un autor joven en el Gulag. Y así llegué a Malraux, a Faulkner (algunas), casi todos Nikos Kazantzakis. Lecturas ahora extrañas, como José Linz Dorrego, que escribe un libro que con los años descubro que alguien dice que son los antecedentes de Cien años de soledad, aunque el pobre Gabo no conoció a Linz Dorrego.
''Descubrí a James Joyce a una edad que no era un adolescente, seguramente en 1963. Y eso porque algo que escribo a alguien le sugiere que es importante que conozca la visión del 'yo' del propio escritor. Me quedo subyugado por Joyce hasta pasados muchos años, ir a Dublín a hacer el recorrido completo en esa saga de poco menos de 24 horas.''
-¿Cómo surge la idea de la novela?
-De manera muy afortunada se da en Guerrero Negro, algo que observé, una experiencia compartida con Alvaro Mutis, quien me reveló lo que había detrás de los signos que veíamos: Lo que puede transminar una pareja formada por un hombre demasiado viejo para una mujer demasiado joven. La novela, sin embargo, se fue desarrollando y se alejó de la anécdota para plasmarse en otras historias con el proceso de deterioro, de amor y desamor, con una línea narrativa que trata de conjugar lo que es la narración poética con la de acción, con la novela de caracteres.
-¿Cómo trabajas?
-Según el instinto te va dictando el camino por el que el pacto literario se va manteniendo, equilibras entre ficción, con cierto esplendor lingüístico, o una acción que se desenvuelve a veces frenéticamente, a veces en el monólogo reflexivo.
El autor de los poemarios Saravá y El desierto jubiloso, entre otros, y del libro de relatos Las noches de Salé, presentó la semana pasada su novela en Mazatlán, espacio de recuerdos casi fronterizos (''ahí terminaba el camino de carretera''), con la presencia de Lisandro Otero y Jaime Labastida. El segundo definió: ''Se trata de una novela densa, que se opone a la literatura leve, que crece de cara al mercado. El reino de las islas es una novela difícil, es decir, perenne. Lo celebro con no disimulado entusiasmo''.