viernes Ť 5 Ť octubre Ť 2001
Martí Batres G.
La nueva política exterior de México
La inconformidad es cada vez más extendida hacia el secretario de Relaciones Exteriores, Jorge G. Castañeda. Cuando menos en tres ocasiones, el secretario de Gobernación, Santiago Creel, ha tenido que salir a corregirlo. El problema mayor, sin embargo, no está en sus estúpidas declaraciones, sino en el tipo de política exterior que desde su dependencia se promueve.
No es la política exterior de México. No la que conocíamos, no la que dice la Constitución. Tampoco es, sin embargo, una nueva política exterior mexicana, como pretende presentarla.
No hay política exterior nacional actualmente. Desde la cancillería mexicana se reproduce la política exterior de otro país, de nuestro vecino del norte. Pero aparece como la voz internacional de México.
La visión de Castañeda no es mundial, sino estadunidense. No piensa desde México, sino desde Estados Unidos. No piensa en las grandes franjas de países y de poblaciones. Su visión se agota en Estados Unidos, porque cree que ahí se agotan las posibilidades de su gobierno.
Por eso, para Castañeda la disyuntiva es clara frente a la respuesta bélica del gobierno de Estados Unidos a los terribles actos terroristas en Nueva York: o estás con Estados Unidos o estás contra él. Es la misma disyuntiva de George Bush. Es una disyuntiva que México no había asumido en su vida contemporánea. Es una disyuntiva que Castañeda le impone a México.
Tenemos un gobierno sin memoria histórica. El poderío de Estados Unidos no es nuevo. Y México ha sobrevivido junto a Estados Unidos, por la reiterada afirmación de su independencia política como Estado nacional. La reiteración de dicha independencia le ha permitido tener mayores márgenes de movimiento en el mundo que a otros países geográficamente más lejanos. Dicha afirmación se ha dado a partir de decisiones específicas como el asilo a los refugiados españoles, la relación con Cuba o el reconocimiento del FMLN como fuerza beligerante.
Ciertamente existe una nueva situación mundial. Se acabó la vieja bipolaridad política-ideológica-militar Este-Oeste, socialismo-capitalismo, Varsovia-OTAN. Y no volverá. Pero se ha recrudecido la polarización norte-sur, entre un grupo muy selecto de países ricos y un universo gigantesco de países pobres. El bloque de países socialistas hacía las veces de una clase media mundial. Quedan ahora sólo países ricos y pobres.
Países que habían comenzado a construir las bases de un Estado de bienestar social vieron desplomar en los últimos veinte años lo que habían logrado.
El poderío económico del norte ha construido las redes, normas y presiones necesarias para impedir que un país por sí solo se defienda de esta polarización y reconstruya sus niveles de bienestar social.
Si un Estado aumenta los impuestos que deben pagar las filiales de las trasnacionales, entonces las mismas amenazan con irse a otro país. Si los trabajadores de una multinacional realizan una huelga en un país, la empresa resiste porque tiene 80 plantas más en el mundo. Si los capitales especulativos salen en fuga de un país le sobreviene a éste una crisis económica. Si un Estado nacionaliza una industria extranjera, entonces la inversión se detiene. Si un país eleva los aranceles, entonces le bloquean el mercado mundial a sus productos. Si un gobierno no sigue los planes del Banco Mundial le niegan los créditos financieros.
La gran concentración de la riqueza y el desarrollo en el norte del planeta ha generado grandes flujos migratorios hacia las metrópolis, que son continuamente rechazados y combatidos. Las fronteras del sur se abren a la inversión del norte, pero las fronteras del norte se cierran a las migraciones del sur.
La pobreza es un problema mundial, que no se resuelve en el marco exclusivo de un país. Para cualquier nación pobre, alcanzar la equidad social dentro de sus fronteras supone alcanzar niveles de equidad internacional.
Fomentar una política exterior desde México, como Estado soberano, hacia el mundo, especialmente hacia el sur; una política exterior que fomente la conformación de amplias franjas de países pacifistas; que revalore el papel del Estado nacional en la generación de redes económicas internacionales de los países del sur; que abra camino a una política mundial diferente para los grandes flujos migratorios; que pondere una cultura de reconocimiento a la pluralidad cultural, religiosa e ideológica y étnica y construya los nuevos contrapesos políticos al poderío de las potencias del norte, es el nuevo reto internacional de México para alcanzar niveles de bienestar social.
Seguir la línea Castañeda significa cancelarle a México las posibilidades de recuperación social; significa trabajar para el enriquecimiento de Estados Unidos y el empobrecimiento de nuestro país.