viernes Ť 5 Ť octubre Ť 2001

 Silvia Gómez Tagle

La soberanía perdida

El concepto de soberanía nacional ha sido cuestionado desde hace tiempo a la luz de las consecuencias de la globalización. Cada vez resulta más difícil imaginar un país aislado que pueda definir por cuenta propia lo que pasa dentro de sus fronteras. Esta problemática internacional se ha precipitado en el último mes, a consecuencia de los atentados terroristas que demostraron la vulnerabilidad de los centros de poder más importantes de Estados Unidos y que fueron vistos en "tiempo real" por gran parte del mundo.

En este marco se ha dado la discusión en torno a nuestra nueva relación con Estados Unidos. Cuando parecía que México se había colocado en una posición preferente, los atentados nos desplazaron a un plano muy secundario. No obstante, el canciller Castañeda sostiene que debe decidirse entre una relación muy provechosa y estratégica o una distante, pero más equilibrada (Reforma, 26 septiembre, 2001, p. 4A). Sin embargo, no ha quedado claro a la fecha qué podría implicar para nuestro país esa relación estratégica en costos y beneficios, ni mucho menos qué tan incondicional debe ser nuestro apoyo para lograrla.

En Estados Unidos se ha diseñado una estrategia equivocada, o cuando menos apresurada, quizá precisamente por esa inseguridad que se manifiesta en la personalidad del presidente George W. Bush, así como por la debilidad política que se desprende de su origen poco democrático. No obstante, ha pretendido dar la imagen de "certidumbre" para recuperar la confianza del pueblo estadunidense apelando a los sentimientos patrióticos y religiosos más rudimentarios. Sin titubear se ha lanzado al camino de la guerra santa, en la que se pretende iluminado por el Dios verdadero, mientras los malos son los que veneran un dios falso y son dirigidos por un personaje satánico, cuando en realidad lo más dramático de este episodio es que se trata de un "enemigo anónimo" y realmente no se sabe quién es ni dónde está.

No se ha reflexionado en las causas profundas del terrorismo ni sobre sus posibles consecuencias. Un movimiento político-religoso que lleva al suicidio a los comandos encargados de la acción debe tener muy amplias y difusas ramificaciones en la sociedad, difíciles de identificar y mucho más de combatir, porque cuando alguien está dispuesto a sacrificar su vida en un acto que ellos consideran justo y necesario para restaurar la dignidad de su pueblo y de sus creencias, ¿qué amenazas pueden disuadirlo de la acción? Hay que pensar que ese tipo de organizaciones "fundamentalistas" han encontrado un terreno fértil en situaciones extremas de anomia, provocadas por la pobreza, la guerra, la injusticia y la total ausencia de futuro. En vez de disuadir, las represalias en su contra pueden fortalecer las convicciones de un número suficiente de "fundamentalistas", como para reproducir acciones violentas en muchos puntos del planeta.

Pero las estrategias que ha puesto en marcha el gobierno estadunidense para combatir el terrorismo también representan una amenaza para la economía, las libertades y la seguridad de su propio pueblo. El Congreso ha otorgado amplios poderes al Ejecutivo, al Ejército y a los servicios de seguridad para intervenir en la vida privada de los ciudadanos y violentar sus derechos, incluyendo el de su vida. Se ha permitido intervenir líneas telefónicas, Internet, cuentas bancarias; se ha limitado el derecho a la información y a la libre expresión, e inclusive se ha autorizado a las fuerzas armadas a derribar aviones civiles "sospechosos".

El combate al terrorismo debería involucrar a la comunidad internacional; es cierto que los países que se nieguen a cooperar en este esfuerzo deberían ser sancionados. Un nuevo sistema internacional, basado en normas y reglas de observancia internacional, como ha dicho Castañeda, sería deseable, pero nada más lejano de la estrategia estadunidense. Por ello se han negado a poner a consideración de la comunidad internacional o de la ONU sus decisiones.

¿Cuál sería el papel de México en este proceso cuando no tiene la posibilidad de definir el rumbo? Por eso, más allá del pragmatismo inmediato, que supone considerar que nos conviene apoyar incondicionalmente a un vecino tan poderoso, es prudente optar por ser un observador distante y cauteloso en espera de que llegue el momento para ser un activo participante de ese nuevo orden internacional indispensable, que aún no se vislumbra como posibilidad real inmediata.

Primero sería necesario un análisis cuidadoso de las causas del terrorismo y de las consecuencias que acarrea la lucha en su contra, además de tener muy claro que una cosa es la solidaridad con el pueblo estadunidense y otra el apoyo a un gobierno conservador que llegó al poder con muy escasa legitimidad democrática.

[email protected]