viernes Ť 5 Ť octubre Ť 2001
Jaime Martínez Veloz
El PRI ante el 2 de octubre
Al atardecer del 2 de octubre de 1968 ciudadanos inermes cayeron ante balas asesinas en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Se cortó así, de tajo y de manera brutal, un incipiente movimiento social de amplia base popular. Este evento aún retumba en la conciencia mexicana y el hecho forma parte de los momentos traumáticos que marcan la historia de las sociedades.
La acción del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz fue minimizada y ocultada por la mayor parte de los medios de comunicación de ese entonces, lo cual es natural en una sociedad permeada por la cultura del autoritarismo. Sin embargo, una de las vergonzosas derivaciones, y es la que interesa resaltar a este articulista, fue el comportamiento de algunos sectores del PRI, que justificaron y explicaron la conducta del gobierno mexicano en aquella tarde.
De entonces a la fecha, muchas cosas han cambiado en el país, gracias a aquel movimiento social que cimbró las estructuras institucionales de México. Algunos de los dirigentes del Revolucionario Institucional, así como del gobierno de aquel tiempo, han muerto; otros se han afiliado a otro partido; algunos descendientes de Díaz Ordaz han sido candidatos de elección popular por el PVEM, pero nuestro partido sigue guardando un silencio rígido, forzado, incómodo, frente a aspectos que lastiman la conciencia nacional. ƑPuede un partido que aspira a ganar el futuro evitar pronunciarse frente a un crimen de lesa humanidad?
Quienes consideramos que el PRI encabezó e hizo posible el benéfico desarrollo económico y social de México en el siglo pasado, también debemos recriminar su silencio histórico ante la tragedia del 2 de octubre. Excesos, errores y abusos de poder fueron ignorados por nuestro instituto durante mucho tiempo. En algunos excesos fue cómplice; en otros, se le forzó a subordinarse o los acontecimientos lo rebasaron. Pero algo es claro: millones de priístas reprobamos el abominable crimen.
Pretender rehuir la amplia discusión sobre el 2 de octubre sólo retrasa el momento ineludible en que el PRI deberá enfrentar la verdad. Hubo quienes desde la comodidad del poder asumieron tranquilamente su responsabilidad histórica, política, ética, jurídica y personal, conscientes y tranquilos de que el régimen jamás les pediría cuentas. Afortunadamente los tiempos han cambiado, y para escarnio de quienes aún pretendan justificar aquella aberración, el pueblo de México aún espera señales de adjudicación de responsabilidades, aunque sea de tipo moral.
Reconozcamos a nuestros hombres de Estado sus aciertos, pero renunciemos, como partido y como instituto, a pretender explicar lo indefendible ante un pueblo al que el agravio de Tlatelolco retrasó, pero no detuvo, la construcción democrática de México.
La tragedia del 2 de octubre dio lugar a otros momentos igualmente despreciables, como cuando muchos mexicanos, que consideraron bloqueados los métodos institucionales de participación política, se vieron forzados a enfrentar un sistema que los reprimió criminalmente y que segó la vida de cientos de compatriotas. Nunca hubo arrepentimiento de Estado, ya no digamos castigo a los responsables, pero parte de esos actos delictivos de Estado han sido cobrados por el pueblo mexicano en las urnas.
Dimensionar en su magnitud el crimen de Tlatelolco es un imperativo moral y de principios éticos. No guardemos silencio y, sin que necesariamente haya coincidencia, con total libertad demostremos a la sociedad que el partido está abierto a los grandes temas pendientes de la agenda política nacional. De algo estamos seguros infinidad de priístas: nunca evitaremos llamar al crimen por su nombre.
Honrar a los caídos en Tlatelolco representa un acto de dignidad y de reconocimiento tardío, ya que si no es posible castigar los delitos, por lo menos admitir públicamente su monstruosidad será el camino más seguro para empezar a hacer justicia a los martirizados héroes anónimos.
Con la represión del 2 de octubre, el sistema retrasó la democratización nacional, pero no pudo impedirla. El terror, la desesperanza, la impotencia y el furor generalizados por el régimen retrasaron la gestación de una necesaria cultura participativa democrática en México.
Discrepemos abiertamente de la megalómana razón de Estado para "explicar" los hechos del 2 de octubre. Evitemos seguir siendo cómplices en el silencio cómodo de la amnesia histórica.