Ť Prolongado aplauso en Bellas Artes a ''un irreverente de cruel ironía''
Alcaraz vivió cabal e íntegro la modernidad de la crítica incesante, destacó Sergio Vela
Ť ''Gracias por todas tus transgresiones de aristócrata refinado'', expresó
Ť Colaboradores, amigos y alumnos montaron guardia ante el féretro del musicólogo
CARLOS PAUL
Como un ''vuelo por el corazón acorazado", se podría describir el homenaje de cuerpo presente que se le rindió ayer a José Antonio Alcaraz en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Reconocimiento que inició con un prolongado aplauso a quien en vida fue ''un irreverente de cruel ironía".
Sobre el escenario pintado de azul, adornado con gladiolas blancas y un piano negro, sus colaboradores, amigos y alumnos se alternaron para montar guardia alrededor del féretro, del que Lázaro Azar nunca se separó. Música sacra del siglo XVI envolvió la tristeza del primer adiós, ''nosotros que somos la familia que escogiste, te acompañamos hasta el final", expresó con voz quebrada Arturo Díaz, uno de sus últimos colaboradores.
Aurora del Villar, discípula del musicólogo, expresó a manera de charla con su mentor: ''No están entre tus discos y tus juguetes las palabras, los adjetivos para decirte qué color tiene, de qué tamaño es, cuánto pesa el espacio que antes era tuyo y de tus alcarazasos. Unicamente dentro de tus partituras y el frasco de sacarina sale un aliento para ofrecerte nuestra gratitud, donde está también, sin remedio, nuestro tembloroso desconcierto, porque por primera vez decidiste irte de gira sin que niguno de nosotros te cargara la mochila".
Antes de que Ignacio Toscano, director del INBA, expresara su reconocimiento al crítico musical y la investigadora Maya Ramos Smith evocara la trayectoria de Alcaraz, Sergio Vela emprendió ''un vuelo por el corazón acorazado", un reconocimiento al ''amigo imprescindible".
Vela, quien ''de manera simbólica y con un beso" colocó, ''a nombre de todos los que te quisimos, la moneda en tu boca para que retribuyas a Caronte", dio las gracias a su entrañable José Antonio, por ''tus transgresiones de aristócrata refinado, tu ironía y tus insultos dignos de figurar en los libros más profundos y sesudos. Por vivir cabal e íntegro la modernidad que implica la crítica incesante. Por tu lucidez que quisiste conservar hasta el final. Por ser abogado de las mujeres, por tus excesos azucarados acompañados de Coca-Cola light, por tu valentía de enfrentar a tu familia y a los demás que no admitían tu homosexualidad. Por disperso y cosmopolita. Por haber sido en más de un sentido un círculo virtuoso".