MIERCOLES Ť3 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Han fallecido 90 en poblados de la zona oriente, afectada por sequía y miseria

Mueren niños por hambre en Guatemala

Ť Lo alarmante es que empiezan a fenecer adultos, señala un médico nutriólogo

BLANCHE PETRICH ENVIADA

Jocotan, Guatemala. En el patio del centro de salud de esta cabecera municipal se libra un pequeño duelo. Reina España, jefa del departamento de trabajo social, regaña a una mujer minúscula, indígena chortí, que encubre su drama y su obstinación con una inexplicable sonrisa. Sobre su hombro descansa exangüe la cabecita de Vitalina, su hija de dos años. Grado tres de desnutrición, tres kilos de peso. "Marasmática", diagnosticaría cualquier médico a primera vista. Huesitos y pellejo, algunas hebras de cabello sin color, fiebre alta desde temprano. La niña está en el límite.

Pero Tania, su madre, que viene de la aldea de Tucurú, tiene otros tres hijos mayores y un hombre y se quiere ir a su casa para darle de comer a los varones.

-Pero es que la niña se te va a morir si no la internas -le dice la trabajadora social.

-Sí pues.

-ƑY qué, no te importa?

-No muy. Al cabo es hembrita. Me quedan tres varones.

La pequeña talla de Tania, que dice tener 25 años, indica que en su infancia ella tampoco fue prioridad a la hora de repartir la tortilla.

Al final Reina doblega la obstinación de Tania, quien se queda con su niña hospitalizada. Cuando horas más tarde pasamos por el improvisado hospital que atiende bajo supervisión de una brigada de médicos cubanos la explosión de casos de desnutrición que bajan de las aldeas a esta cabecera municipal, Vitalina está terminando un plato de potaje de verduras con una avidez extraña en una niña tan chiquita.

Y Reina España resopla: "Así me he pasado la mañana, deteniendo a las fugabas. Muchas madres vienen sólo por un plato de comida, una pastilla o una inyección, con la vana ilusión de curar casos que requieren meses de internación y seguimiento. Si las señoras llegan con niños, se quedan. Pero si llegan con niñas no consideran que valga la pena. Urge, aquí lo que šurge! es el trabajo de género. Las niñas son las primeras en morir, luego las madres. Y con eso todo queda descobijado".

Dos para amamantar

En otra sala, María Juana Gutiérrez, de 16 años, vive otra disyuntiva. Lleva seis días en el hospital. Llegó cargando a Concepción, su hijo de cinco años, que estaba "ya bien de a tiro". Desde que la milpa "no quiso espigar", la comida de su casa desapareció rápidamente. Con los centavos que ella y sus papás ganan con la manufactura de petates compraban quintales de maíz, pero la especulación triplicó el precio de los costales. Para Concepción alcanzaba una tortilla al día. Era un niño que corría y jugaba, pero poco a poco se fue quedando tirado por ahí, sin fuerzas para ponerse de pie. Para ella, embarazada, "uy, qué me va a alcanzar... šnada!"

Cuando el hijo empezó con las diarreas lo tomó en brazos y bajó a Jocotán. Apenas al llegar empezó la labor de parto. Cuando se repuso vio en la cama no sólo el bulto con la hija de sus entrañas sino otro recién nacido más. Un niño de días, inmóvil. La madre de ese otro, chamaca como ella, había muerto el día anterior a su llegada. De hambre, claro. Ahora un enfermero cubano, bien entrenado en estas lides, la persuade de que amamante a los dos recién nacidos.guatemala_bgt

Adelina

En el cuarto contiguo, otra historia, la de Elena Ramírez y su hija Adelina, de seis. Aquí la madre insiste en que fue la medicina para desparasitar a la niña la que la puso así como está. En muchas casas el hambre de los hijos da vergüenza. La niña tiene grandes trozos de piel reseca, como corteza a punto de desprenderse, infección aguda en ambos ojos. La cara y los pies los tiene hinchados en forma impresionante. Llora cada vez más quedito.

El de Adelina es un caso muy grave, desnutrición tipo kwasshiorkor. Ocurre por déficit de proteínas y otros nutrientes, cuando por largos periodos el único alimento es maíz o sorgo. La presión del plasma de pierde y el agua traspasa fácilmente los tejidos. Los médicos le temen al kwasshiorkor, que trae consigo todo tipo de infecciones asociadas. Una vez dominada la etapa crítica, los niños tienen mayores posibilidades de recuperación que con el otro tipo de desnutrición, el marasmo.

En los casos de marasmo el organismo se va consumiendo por una malnutrición crónica y prolongada, pero que incluye algunos otros nutrientes, además del maíz. Es cuando los pacientes parecen esqueletos andantes. Algunos daños son irreversibles por la falta de calorías. Recuperar a un niño o un adulto marasmático toma un mínimo de cuatro meses de un régimen dietético especial. Las recaídas son mortales.

Ambos tipos de desnutrición suelen ir acompañados de pelagra. Es la falta de niacina, un aminoácido que impide que la piel se queme al contacto de la luz. Le llaman la enfermedad de las tres "D": diarreas, daños en mucosas y demencia en los casos más extremos. Quizá sea por este último rasgo que la pequeña Rubilia, de la aldea Tucurú, mueve la cabecita y sonríe al vacío desde que, en la sala de cuidados intensivos, recuperó fuerza suficiente para sentarse.

Evargelia y Teodora

En la sección de "adultos" del dispensario Bethania, también en Jocotán, dos adolescentes comparten cuarto y mal: marasma y pelagra. Evargelia tiene 18 años, lleva 14 días internada y registra poco progreso. Se niega a levantarse de la cama porque las enfermeras cortaron su larga cabellera que le llegaba hasta las rodillas y complicaba su cuidado. Es raquítica y habla apenas con monosílabos. Teodora llegó diez días atrás, cuando ya la prensa local había enfocado su atención en el hoy famoso dispensario. Amarilla y casi calva, ella pone todo de su parte para salir adelante. El drama de la muchacha, que parió ahí mismo a su hija Esperanza, fue conocido en todo el país.

El dispensario Bethania, atendido por una misión de religiosos belgas y la clínica de Jocotán, provisionalmente a cargo de la misión cubana, han sido el escaparate, en las últimas semanas, del profundo drama del hambre en la región.

Hasta la tercera semana de septiembre se habían registrado en ambos centros 45 defunciones. Y otros 45 en el Centro de Salud de Camotán. Pero este número, reconoce el médico que atiende el Bethania, Carlos Arriola, no es la cifra real de muertes por hambre. "La mayoría mueren en las aldeas. No los reportan, nadie se entera. Muchos ni siquiera están registrados."

Lo alarmante, explica, es que también están muriendo adultos. El doctor Hernán Delgado, del Instituto de Nutrición para Centroamérica y Panamá, dice que en situaciones de crisis alimentaria como la que se vive en la región, la muerte de adultos es sintomática de una agudización aún mayor. "No es que a los niños se les deje morir primero. Pero los más pequeños son el eslabón más débil. Cuando aumenta la edad de las defunciones, es señal de que la crisis es más profunda."

Arriola, de turno en la guardia del dispensario Bethania, saca del cajón sus cuadros estadísticos para demostrar cómo, históricamente, el tiempo de secas es tiempo negro para los indios chortí, arrinconados en los predios más pedregosos del oriente guatemalteco. En lo que va del año, han sido internados más de 500 niños, 77 de ellos sólo en junio y agosto. De éstos, más de 40 no sobrevivieron. La madrugada de aquel día había fallecido uno. El fin de semana anterior, otro.

Pero no es una crisis de este año. En el 2000 fueron 434 los internados; en 1999 334; en 1998, 246; en 1997, 188; en 1996, 254. La mayor cantidad de muertes se reporta entre junio y agosto. En septiembre y octubre, ya con las lluvias, se levanta la segunda cosecha y las cifras de hospitalizados por desnutrición aguda retroceden.

Pero este año, aunque las lluvias ya anegan los caminos y los campos, los indígenas no sembraron nada porque no hubo semilla ni dinero. "Esto apenas comienza. Hay que ver en enero cómo estaremos". A pesar del aplomo profesional del joven médico, asoma su angustia.