martes Ť 2 Ť octubre Ť 2001
Marco Rascón
American war of life
La humanidad ha retrocedido y seguirá retrocediendo por el camino que señala el militarismo. La globalización económica pudo tener otros desenlaces que llevaran a la humanidad a estadios superiores de desarrollo, pero fatalmente, y para regocijo del nihilismo, la situación se ha resuelto regresando al viejo esquema de la necesidad de la guerra y la polarización, de los mecanismos de destrucción de fuerzas productivas para implantar nuevas tecnologías bélicas. El mundo se quedó sin imaginación y sin optimismo. Todo lo que viene es una película vista cientos de veces y de la que existen pocas posibilidades de escapatoria. Ha triunfado el reino del miedo y como especie hemos empezado a reaccionar con instintos de sobrevivencia frente a la fatalidad. Se posterga indefinidamente la posibilidad de un planeta regido por la creatividad. Reina de nuevo el homicidio y sus viejas leyes del derecho primitivo de la primacía.
Como dos partes que se complementaran a la perfección, el ataque del 11 de septiembre marca el fin de la globalización, los límites de la utopía neoliberal (la competencia capitalista sin guerra) y como en una gran implosión las naciones son obligadas a recogerse en sí mismas, levantar sus banderas, reorganizar sus ejércitos y a definir aliados y enemigos.
En el otro extremo, el mundo árabe también se define. Lo ignoto y lejano de su cultura y religión son causales suficientes para que sea declarado enemigo. Por esta razón, los efectos del martes negro y la reacción estadunidense complementan la idea integrista de limpiar de infieles los territorios árabes para lanzarse por un lugar en el mundo.
El gobierno paquistaní caerá en los próximos días, los jeques occidentalizados son llamados a cuentas, los reformistas palestinos y árabes moderados, como Yasser Arafat, están siendo rebasados frente a la necesidad de la nueva guerra para redefinir el mundo. La caída del Sha de Irán está en posibilidades de repetirse en Arabia Saudita y en Kuwait, viejos aliados de Occidente y surtidores de petróleo.
La soberbia estadunidense hizo nacer y crecer a los guerreros árabes, milenaristas, simbólicos. La guerra santa está declarada y por eso George Bush define, en los mismos términos que lo haría un talibán de Afganistán, la causa de esta guerra: una lucha del bien contra el mal.
Quitando el hecho mismo del ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono, los discursos de Bush hubieran sido catalogados demenciales, producto de un actor loco escapado de Hollywood. Pero hoy el terror y la respuesta se complementan, porque tienen el mismo fin y Bush puede mandar portaaviones mientras toda la aviación apunta hacia los centros del integrismo que alguna vez apoyaron a Estados Unidos en contra del comunismo y la Unión Soviética.
La guerra es una moda básica para Estados Unidos, porque justifica el racismo, la intolerancia y marca el regreso a la derecha. Es el american war of life en busca de la supremacía que no pudo alcanzar a través de la globalización, pues no había nadie que comprara la tecnología que estrenara el otro Bush en la guerra del Pérsico.
El nacionalismo de derecha ha resurgido. El ataque a Nueva York y Washington ha servido para poner en la cola a los globalifóbicos progresistas que estelarizaron en Seattlle, Suiza y Génova las protestas y abrió paso a otros globalifóbicos de derecha: Bush y los militaristas, hartos igualmente de la globalización y la libre competencia de las marcas.
Ha triunfado, finalmente, el ideario de Ross Perot, quien advertía desde la derecha sobre los peligros de un Tratado de Libre Comercio con México y el resto del mundo; la globalización entró en crisis, no por los globalifóbicos de izquierda, sino por los de derecha que han logrado levantar de nuevo los muros del proteccionismo económico y contra las migraciones.
El mundo ha retrocedido cinco décadas. Para la izquierda universal no bastará con levantar las banderas correctas del pacifismo, sino que deberá redefinir conceptos que le permitan crear alternativas para el planeta frente a la guerra de Estados Unidos contra el integrismo árabe.
La cultura de la guerra y la supremacía imperial son el motivo de Estados Unidos que se apresta a ofertar armas a todo el mundo, lo mismo como vendedor ambulante que establecido. Las izquierdas no son invitadas a esta guerra; de ellas se pide lealtad nacional, parálisis y sumisión, mientras se desata la violencia y vuelven los viejos esquemas económicos. Por eso la respuesta que dio Estados Unidos al 11 de septiembre es terrorismo; más aún: es un aplastamiento general contra toda salida humanista a la globalización y el neoliberalismo.
El pesimismo ha empezado a dominar todo; sólo un nuevo humanismo podría superarlo si va más allá del tránsito efímero de la utopía neoliberal y del belicismo por razones económicas, racistas y religiosas. Es el momento de pensar globalmente y de actuar con creatividad en la localidad, porque lo nuevo, lo viejo y lo desconocido forman hoy el presente.