COLOMBIA: LA PAZ, ENTRE PARENTESIS
El
asesinato de la ex ministra de Cultura colombiana Consuelo Araujo, perpetrado
este fin de semana, coloca el proceso de paz en curso en ese país
en situación crítica y acaso, por desgracia, irresoluble
a corto plazo. Ese crimen ha causado profundo impacto en la opinión
pública y en la clase política de Colombia porque la víctima
poseía una destacada trayectoria cultural y social, además
de que era esposa del procurador Edgardo Maya y amiga cercana del presidente
Andrés Pastrana. No parece fácil que éste pueda o
quiera convencer a su equipo de gobierno de la pertinencia de mantener
el diálogo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC), las cuales aparecen, según los primeros indicios, como responsables
del asesinato de Araujo.
Aunque la organización guerrillera ha negado su
responsabilidad en el crimen, el elemento más sólido para
poner en duda que se trate de una acción de las FARC es que la muerte
de la ex funcionaria constituye una provocación muy bien montada
en contra del proceso de paz en el que se han empeñado, desde enero
de 1999, el gobierno de Pastrana y el grupo insurgente. De hecho, el secuestro
de Araujo y el posterior hallazgo de su cadáver parecieran un clavo
demasiado perfecto en el ataúd de las negociaciones sostenidas desde
entonces en San Vicente del Caguán.
En lo inmediato, para ponderar el contexto de este crimen
condenable, resulta pertinente recordar tres elementos del entorno colombiano
contemporáneo: la presencia de factores de violencia que nunca se
adhirieron a los propósitos de paz con los que arrancó el
mandato de Pastrana -particularmente, los grupos paramilitares de ultraderecha,
sectores castrenses contrarios a la paz y el también guerrillero
Ejército de Liberación Nacional-; el hecho de que el actual
gobierno se encuentra ya en su tramo final y carece, por consiguiente,
de la fuerza política requerida para mantener vivo el proceso negociador;
en tercer lugar, debe recordarse el designio injerencista de Washington
en Colombia y el persistente empeño estadunidense de introducir
factores de distorsión en las gestiones pacificadoras.
Tales gestiones suscitaron, en su momento, perspectivas
de esperanza en Colombia y en toda América Latina, y el deterioro
de las probabilidades de la paz constituyen inversamente, una mala noticia
para esa nación y para el subcontinente. Cabe esperar que una pronta
recomposición del escenario político colombiano permita una
reactivación sostenida y fructífera del proceso pacificador.
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