LUNES Ť 1Ɔ Ť OCTUBRE Ť 2001
TOROS
Ť Sospechosa componenda del juez Gameros con el ganadero García Rodríguez
Triunfan Luis Carrera y Fabián Barba con deshechos de El Vergel
Ť Dos orejas al primero, vuelta al segundo Ť José Rubén Arroyo, sin recursos
LUMBRERA CHICO
Rafael Herrerías nunca dejará de sorprendernos (con la venia de la Comisión Taurina del DF). En la antepenúltima función de la temporada más chica de este año, presentó ayer un encierro compuesto de seis reses de deshecho y un torete de reserva que, por no haberse rajado ante el caballo como sus hermanos, recibió el premio del arrastre lento. Gracias a esta sospechosa componenda, el juez Manuel Gameros trató de no quedar tan mal con la empresa a la que sirve y con el ganadero Octaviano García Rodríguez, del estado de Nuevo León, a quien después de esto más le valdría donar sus vacas y sementales para calmar el hambre de los refugiados afganos que se encuentran por millones en Pakistán.
A pesar de la pésima calidad de los astados, el público de la Monumental Plaza Muerta (antes México) se emocionó, y mucho, con la garra, afición, el buen sentido de la distancia y la entrega del novillero aguascalentense Fabián Barba, que ante dos verdaderos jeroglíficos -Rebelde, de 394, que se le iba suelto después de cada muletazo, y Amoroso, de 430, que se agarró al piso y tiraba cornadas sin tregua-, supo colocarse en el sitio preciso para ejecutar cada suerte y pasarse a los marrajos por la faja sin perder la figura ni cesar en su aspiración de producir arte taurino auténtico.
Menos desdichado en cuanto a las bestias que el azar le puso por delante, el joven chilango Luis David Carrera, que debutó ayer en la Muerta, no mostró nada con el capote pero logró estructurar dos faenas que lo confirman simplemente como lo que es: una promesa con posibilidades de llegar lejos. Muletero por esencia, no estuvo sin embargo a la altura de Orgulloso, de 388, su primer enemigo, que manso y todo, tenía una embestida deliciosa por el pitón izquierdo con la que no pudo el principiante, quien para disimular su fracaso en este aspecto prefirió esmerarse, y aprovechar su facilidad natural, para consumar algunos hermosos momentos con la derecha.
Con su segundo, Enamorado, de 433, único del encierro que recargó bajo el peto, fue alegre en banderillas y llegó con largo recorrido al tercio final, Carrera volvió a estar bien, y a veces muy bien con la derecha, y mejor que en la oportunidad anterior con la izquierda. El novillo, facilón a fin de cuentas, le permitió redondear la faena y coronarla con una estocada fulminante. Si bien su actuación no pasará a la historia, sí formará parte de la estadística, pues al cortarle una oreja a cada uno de sus bureles se convierte en el tercer novillero que alcanza tal record, después de Valente Arellano y Leopoldo Casasola.
Juez antojadizo
El juez Manuel Gameros exageró, no obstante, al premiar con un apéndice a Carrera luego del estoconazo que éste le metió a su primer novillo sin reparar en que el acero caló al bovino. Pero si fue indulgente en este caso, se volvió exigente como el que más al regatear la merecidísima oreja que el público demandaba para Fabián Barba, por su heroica faena al penúltimo de la tarde, al que, tirándose de frente, le clavó un bajonazo de efectos instantáneos, a pesar del cual dio la vuelta al ruedo en son de triunfo.
Listo para el retiro se vio el poblano José Rubén Arroyo, quien en estas lides, para su desgracia, no tiene ya nada que hacer. Con Amiguero, el que abrió plaza, estuvo afanoso y valiente. Con Noctámbulo, su segundo, perdió toda noción de todo, y luego de naufragar con el capote dejó que su cuadrilla condujera al animal hacia los caballos, bajo los cuales recibió catorce picotazos de los que salió invariablemente rebrincando. Manso perdido, el juez Gameros acertó a devolverlo al corral y esto permitió que en la puerta de toriles Luis Antonio Rivero, el hijo del torilero El Chino, le zumbara un estupendo pase de pecho con su sombrero de charro, que ahí queda.
Antes de muletear a Contador, el primer reserva, Arroyo fue a la barrera de sombra donde lo miraba su padre y le dijo: "Por el gusto de brindarte un toro en México, ojalá que haya más". Y después de naufragar con el astado, al que descabelló en 18 ocasiones con total desánimo, terminó prácticamente su carrera en los ruedos, aunque al devolverle la montera su padre le expresó: "Ya vendrá la suerte, muchacho...".