lunes Ť Ť octubre Ť 2001

Armando Labra

Ellos, nosotros; la nación oculta

Ahora que por mucho tiempo tendremos en la agenda nacional nuestra relación estratégica con EU, es oportuno tener en mente que somos testigos de un fenómeno novedoso y poco conocido: la existencia de una nación oculta entre México y el país vecino. Una nación real, sin nombre, pero con cultura propia, en la que se entrelazan rasgos de profunda mexicanidad con actitudes impregnadas del pragmatismo eficiente que define a los vecinos anglosajones del norte.

A lo largo de muchos años, la migración mexicana se ha venido asentando a lo largo de la frontera para crear una economía, una sociedad y una cultura, más propias de la fusión que del choque entre dos idiosincrasias muy diferentes, y que hoy representa una auténtica nación que escapa al designio de los gobiernos tanto de México como de EU. Una verdadera nación oculta, que no niega a México ni a EU porque no existe sólo como reacción o resentimiento, sino que se erige como espacio propio que tiene la fuerza moral, social y económica para sostenerse por sí misma. Y aún más, nos remite recursos del orden de 6 mil millones de dólares al año. Es cierto que, a diferencia de las enormes migraciones europeas que poblaron ese país en los siglos XIX y XX, los nuevos migrantes del sur no están dispuestos a abandonar sus culturas, tradiciones, lenguaje, pero tampoco se resisten a compartir lo que los anglosajones de EU llaman su mainstream, es decir, el cauce general de la ética y la cotidianeidad del american way of life -que, por cierto, ya ni para los anglosajones alcanza. La carencia de oportunidades de empleo y también el afán de aventura impulsan a muchos mexicanos jóvenes a cruzar la frontera, legalmente o no. Somos 100 millones de mexicanos y cada año 1.2 millones llegan a la edad de trabajar. Cuando bien nos va, es posible emplear 700 mil y cuando no, como este año, en que no sólo no se crearon sino que cuando menos se perderán 400 mil empleos, la emigración es inevitable. Sobre todo por la incapacidad del gobierno no digamos para superar, ni siquiera para imaginar cómo evitar la creciente desocupación.

La prolongada aventura de los migrantes ha cincelado la esencia de la nación oculta y ha forjado una voluntad solidaria, sofisticada y brillante. Por ejemplo, en Fresno opera la estación Radio Bilingüe, que forma parte de una red no lucrativa ganadora de los más importantes premios en su especialidad. A través de la red, que encabeza un oaxaqueño, Hugo Morales, se realizan emisiones en mixteco, zapoteco y ocasionalmente en maya, para orientar a los jornaleros sobre las condiciones favorables o adversas en que puede trabajar en tal o cual rancho, los usos o abusos de los patrones, los mejores salarios, las rentas y servicios más convenientes, además de ofrecer comunicación con los parientes y autoridades en los pueblos de origen. Y música de mariachis y latinoamericana. La nación oculta crece sin cesar. Su economía es igual a la del producto nacional de México, pero su población es cinco veces menor. Su cultura es vibrante, iconoclasta, cada vez más singular. Se nutre de las raíces de la mexicanidad profunda, pero le añaden los extremos tecnológicos de la modernidad, sea en las artes como en la producción o la militancia política. Lo mismo vemos que sus artistas pintan a la virgen de Guadalupe en shorts, apropiándosela con pleno derecho, que emplean los community centers y las iglesias de todo culto para celebrar la independencia de México, el 5 de mayo, que conmemora la derrota del ejército invasor francés en la ciudad de Puebla el siglo XIX, o simplemente para sacar banderas mexicanas y bailar un jarabe tapatío y cantar el Himno Nacional mexicano a la primera oportunidad. Pero quizás el rasgo más impactante de la nación oculta es que está dejando de serlo. Varios analistas, como el canadiense Joel Garreau, ya describen a la zona como una de las nueve naciones en que se fragmentará inevitablemente EU como consecuencia de un proceso interno de ruptura y descomposición. Garreau bautizó a la nación oculta con el poco imaginativo nombre de Mexamérica y el hecho es que, sin importar cómo finalmente se llame, hoy por hoy no sólo se despliega en torno a la frontera sino también salpica al norte de EU por los rumbos de Washington y Nueva York y hacia el sur, desde los estados fronterizos del norte hasta el centro de México.

Unos días antes del dramático 11 de septiembre neoyorquino de 2001, en una gira con el señor Bush, el presidente de México forzó la idea de un acuerdo migratorio para favorecer el movimiento de trabajadores. Después de ese martes terrible, nada parece más inviable que tal acuerdo, pero asimismo, nada más urgente que replantear el tema en el contexto de la nueva perspectiva de la relación. Cosa que se pongan de acuerdo los secretarios de Relaciones Exteriores y de Gobernación con el Presidente y definan una sola postura después de leer el artículo 89, fracción X de la Constitución -cuyo texto se juró cumplir-, que establece, entre otros principios de política exterior, "la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales". Como sea, reconocida o no, asediada, repudiada o animada, la nación oculta crece y se fortalece. Ellos, nosotros, somos todos, así, testigos de una historia sin parangón en el continente americano, historia que, a no dudarlo, alterará el equilibrio geopolítico de la región y muchos, más pronto que tarde, lo vamos a ver, a disfrutar o padecer.