lunes Ť 1Ɔ Ť octubre Ť 2001
Carlos Fazio
Los fantasmas del WTC
El terrorismo ya estaba ahí mucho antes de que la última torre gemela se "suicidara con gran belleza" el ya lejano 11 de septiembre. Para el filósofo francés Jean Baudrillard, el atentado contra el World Trade Center (WTC) de Nueva York fue un acto de "autodestrucción" generado por la propia hegemonía de Estados Unidos. Fue ese modelo de mundialización inmoral y omnipotente, encarnado imaginariamente por ese país -y que produce discriminación y una masa cada vez más grande de excluidos-, el que generó la "violencia" que culminó con "el acto aerostático más bello de la historia moderna". Al proponerse la mundialización como modelo único, las contradicciones no vinieron del exterior. Estaban al interior del sistema. Como la llama H. M. Enzensberger, la "energía asesina" que devastó a las gemelas es una manifestación del presente; una construcción reactiva al estado actual de la sociedad mundial.
Se trata de un sistema de exterminio que acaba con lo real, con las diferencias, con las particularidades. Después que los "experimentados kamikazes" (Joaquín López Dóriga dixit) completaron su obra, Estados Unidos quedó "desarmado", en tanto el "otro" (el terrorismo) es un "efecto espectral" de su propio poderío. Una "copia patológica" de su adversario (Enzensberger). Las Torres Gemelas se hundieron en la propia lógica de guerra del sistema. Fue terror contra terror en un enfrentamiento asimétrico. El sentimiento de que el ataque vino de "afuera" engaña. No existe un espacio exterior para las acciones humanas e inhumanas que esté fuera del contexto "global". El imperio se enfrenta a un enemigo "fantasmal" que está en todas partes y en cada uno de nosotros.
Como en la Guerra del Golfo, la cobertura mediática del suceso fue antiséptica. Volvió a aflorar una concepción de la información en la que ocultar es más importante que mentir. Pero ni siquiera se oculta deliberadamente sino por indiferencia, ignorancia o patriotismo. Al arrancar el siglo XXI, estamos en un espacio hiperreal donde los hechos, aun los más clamorosos, se comportan como simulacros y acaban siendo vividos como simple espectáculo. Las muertes se producen sobre un territorio fantasmal mediatizado por los medios y traducido en emociones próximas a la provisional afectividad del espectáculo.
Técnicamente, el atentado estuvo inspirado por la lógica de la imagen simbólica de Occidente. Como dice Enzensberger en El retorno del sacrificio humano: la "masacre masiva" de Nueva York no refleja una mentalidad anacrónica. Antes bien, fue escenificada como espectáculo mediático con plena comprensión de la "civilización estadunidense". A su vez, para Baudrillard, el derrumbe del símbolo hegemónico escondió una "secreta fascinación", visible por todas partes, que nadie se atreve a externar porque sería "inmoral", ante el alud moralista de los amos del universo y sus achichincles subordinados (Carlos Fuentes). Se trata de una complicidad clandestina, ambigua, inconfesable, tan inmoral como la omnipotencia del sistema. Por eso Baudrillard recomienda ser "inmorales" para tratar de entender, un poco más allá del bien y el mal, un acontecimiento que desafía todo intento de interpretación, porque es "ciertamente diabólico".
No fue casual que en torno al delirio sacrificial de las Torres Gemelas hayan aparecido múltiples "teorías de la conspiración". Incluida la que da sustento a la cacería contra el "fundamentalismo islámico" desatada por el presidente Bush. Ante la impotencia y el miedo provocados por ese hecho negativo "inexplicable"; en medio de una monumental campaña de mentiras y desinformación montada por la Casa Blanca y el Pentágono sobre el rígido esquema amigo-enemigo ("con Estados Unidos o con el terrorismo"), la "conspiración" de Bin Laden encarna el "enemigo-fantasma-perseguidor-victimario" capaz de producir "todos" los males (Carlos Pereda). Promovida por una conducta del secreto (patrimonio por antonomasia de la "comunidad de inteligencia") que alimenta, a su vez, la cultura conspirativa que domina un imaginario colectivo permeado por el miedo, la demonización de ese enemigo que nos acorrala y procura nuestro sacrificio ("es también una guerra contra México", Jorge Castañeda), la guerra por "sospecha" de Bush contra el fundamentalismo talibán protege de la perplejidad, cobija y da certidumbre a una sociedad que por primera vez ha experimentado vulnerabilidad y ve hecha añicos la "sicología de la inmunidad". Después de la destrucción mítica del 11 de septiembre, sobre la fortaleza estadunidense sobrevuela un sentimiento de indefensión e impotencia. Una sensación de "asedio existencial" (Eduardo Subirats).
En ese contexto, el "vasto complot" de las redes fantasmales del "invisible" Bin Laden; la conspiración del "enloquecido" y todopoderoso enemigo sin rostro que posee armas "nucleares" y "químicas", "misiles" y una millonaria ingeniería financiera mundial destinada a hacernos "mal" y a "destruir la civilización occidental", forma parte de una trama destinada a convertirse en un discurso blindado de la subjetividad colectiva. Ya no importan para nada las "200 mil pistas" que está investigando la FBI, según su director, Robert Mueller. Menos aún que no haya "pruebas", como demandan los ulemas de Afganistán para entregar al diablo Bin Laden. Se trata de explotar la candidez proclive al engaño de millones de personas en el mundo. Que la fórmula que demoniza al "otro", ese "enemigo", cobre verosimilitud y se convierta en "lugar común" anclado en el lenguaje cotidiano (Pereda).
Como dice Baudrillard, hay que hacer un análisis "transmoral" que no sucumba en el maniqueísmo ilusorio y vulgar enarbolado por el fundamentalista Bush. En el "viaje" de la muerte, los autoasesinos que ejecutaron la matanza de las Torres Gemelas no tuvieron "motivos" islámicos (Enzensberger). Cualquier fundamentalismo haría lo mismo. Los paramilitares de Chiapas o Colombia y el terrorismo de Estado de Washington (Vietnam, Chile, Panamá, Sudán, Kosovo) y de su Estado cliente Israel (desde Sabra y Shatila a nuestros días) tienen en común con la "locura" de las bombas vivientes del WTC la autodestrucción. La paranoia. Hay incluso cierta tendencia "al placer por el propio ocaso" que experimentan hoy las sociedades industrializadas. La cosa no es saber de qué "fantasma" se trata, dice Enzensberger. Cualquier instancia "superior" cumple la misma función, ya sea una encomienda de Alá, la libertad, el Dios mercado o... un destino manifiesto. Ť