domingo Ť 30 Ť septiembre Ť 2001
Néstor de Buen
Los terrorismos
La alternativa de Bush: conmigo o contra mí, sin intermedios, me ha parecido lamentable. Porque dolerse sin reservas ante el drama de Nueva York y Washington no necesariamente conduce a declararse contrario a un pueblo como Afganistán, cuya característica más notable, por lo que se puede apreciar, es que vive en una miseria ancestral. Como tampoco implica, ni por asomo, el apoyo a quienes hayan cometido los atentados, sean o no los talibán a quienes el presidente Bush, por lo visto sin otra prueba que una simple presunción, achaca todos los males.
Ni "justicia infinita", expresión que no deja de ser bastante presuntuosa, ni "libertad duradera", que tampoco dice nada salvo, en ambos casos, la constancia de una cursilería esencial que parece acompañar el discurso del presidente de Estados Unidos. Y como lemas para desatar una guerra, no convencen a nadie.
No es admisible simpatizar con los terroristas, sean quienes sean. Quizá el drama que vive la humanidad en tantos lugares: Irlanda, España, la antigua Yugoslavia, Palestina, Israel y muchos otros países tiene por ahí escondida el aura de la lucha del débil contra el fuerte. En esa medida no faltan quienes, no obstante repudiar lo hecho, en el fondo alientan una cierta admiración por sus autores. Y en presumible contradicción, se declaran partidarios de la paz, lo que quiere decir que repudian los aires ofensivos de los estadunidenses y sus ya declarados aliados múltiples.
Terrorismo lo hay de los dos lados. No olvidemos que para celebrar su encuentro con Vicente Fox el señor Bush despachó un bombardeo en contra de Irak que no tenía otro sentido que el de servir de advertencia a lo que podría ser el resultado de una relación incómoda entre nuestros dos países. Tampoco las bombas inteligentes utilizadas en la Guerra del Golfo o la destrucción de casas de los palestinos son banderitas blancas de paz.
Y en términos más modestos, pero para nosotros especialmente dolorosos, la caza de ilegales por los rancheros de Arizona no han sido precisamente actos que favorezcan los derechos humanos.
La historia es interminable. Y lo que hay que reclamar es que se considere que somos una inmensa muchedumbre los que afirmamos nuestro derecho a no jugar en ninguno de los bandos. Lo que no quiere decir, y sobre eso quiero ser enfático, que no entendamos que en las actuales condiciones, y dada nuestra irremediable (y en mucho, muy positiva) relación con Estados Unidos, la presencia de intereses comunes no puede ser más evidente.
He volado en estos días de tensión, la semana pasada, al Perú, con algún viaje interior también, y este miércoles pasado, a Culiacán. Y he vivido esa nueva tensión que se produce ante un acontecimiento que puede ocurrir a partir de la nada aparente. Los pasajeros debimos identificarnos y pasar por los controles de siempre y alguno más. Y ya a bordo la sensación de que puede ocurrir cualquier cosa es más que evidente. Miedo, al fin y al cabo.
En esos términos estoy totalmente de acuerdo en que entre Estados Unidos y nosotros hay un claro interés común. No hay remedio: tendremos que adaptarnos a las medidas que sea para preparar una especie de defensa colectiva frente a un riesgo nuevo.
Claro está que eso no significa que hagamos declaraciones virulentas en contra de quienes, en este momento, aún no pueden ser identificados como los culpables de los monstruosos atentados. Y de la misma manera, también hay que ser enfáticos en que el problema no se resolverá, en el supuesto no admitido de la responsabilidad de los talibán, con bombardear tierras estériles y sembrar más miseria. Hacer una guerra formal en contra de un ejército tan disminuido como el supuesto ejército de Osama Bin Laden es tan idiota como pretender acabar con los narcotraficantes a punta de bombardeos a las ciudades en que viven y desarrollan sus lucrativos negocios.
La única arma viable es, sin duda, la inteligencia. Y en ese sentido parecería más lógico considerar que los supuestos autores de los actos terroristas están mejor pertrechados que sus poderosos contrarios.