domingo Ť 30 Ť septiembre Ť 2001
Guillermo Almeyra
Los demonios y el exorcista
Según el gobierno estadunidense, los demonios andan sueltos, y en la lucha entre el Bien (Estados Unidos) y el Mal (el resto de los mortales) George W. Bush sería el exorcista y el paladín de la civilización amenazada. Izvestia, con una hipérbole casi tan grande como su servilismo, declaró que estábamos ante una guerra "entre Jesús y Alá, la civilización y la barbarie". No se sabe qué admirar más en esa estupidez, si la identificación entre el Islam, el terrorismo y la barbarie, o la atribución a Estados Unidos del papel de cruzado de Jesús y de la civilización occidental (se recordará que Jesús era un medioriental rebelde y hereje).
Sea como fuere, los métodos de los inquisidores y exorcistas son conocidos: recordemos los muertos no llorados por los mass media del terrorismo de Estado practicado por Washington en Hiroshima y Nagasaki, en Corea del Norte y Vietnam, en Granada y Panamá, en el apoyo a las dictaduras del Cono Sur, en los bombardeos sin guerra declarada contra Libia, Irak, Yugoslavia, y en la preparación de demonios menores (como los mujaidin y los talibán afganos) para combatir al Imperio del Mal, que ahora resulta ser un aliado del Bien contra los demonios ya crecidos.
Con Bush -que no se caracteriza precisamente por su lucidez- hemos vuelto a los tiempos de las Cruzadas, de la Inquisición, de la división del mundo entre fieles y herejes que habría que exterminar, del pensamiento tribal y religioso. Los secuaces imitan y reproducen este espíritu de cruzada contra los elementos de la modernidad: la razón, el laicismo, la separación entre Iglesia y Estado, el concepto de igualdad, de justicia para todos, de ciudadanía, de soberanía del pueblo. En la reorganización del espacio mundial bajo hegemonía militar estadunidense la información es, como con Goebbels, propaganda e intoxicación racista, y el Estado es religioso, maniqueo, fundamentalista ("hacemos la guerra contra quienes no comparten nuestros valores", "quien no está con nosotros está contra nosotros") y Washington lanza la operación Justicia Infinita, arrogándose cualidades divinas de juez supremo.
Y no sólo desaparece la soberanía popular y la ciudadanía -pues todos quedan como súbditos al arbitrio de la oligarquía gobernante-, sino que también desaparece la independencia de los demás Estados (aliados o enemigos), que son amenazados o forzados a seguir planes ajenos, al mismo tiempo que se hunde la idea misma de diálogo, de pluralismo, de multilateralidad (la ONU, por ejemplo, es la quinta rueda del carro), y no hay otra paz que la de los sepulcros o de las cárceles para los pueblos rehenes.
Los exorcistas, que comparten la creencia en el diablo y le rinden un culto invertido, cometen muchas más acciones diabólicas, porque tienen poder, que su mítico enemigo. La ignorancia suprema de Bush torna imprevisibles los atentados contra la civilización que diariamente realiza este exorcista y sus achichincles igualmente ignaros se adelantan a los deseos del señor y son incapaces, por lo tanto, de sugerirle moderación a quien quiere acabar de una buena vez, y aprovechando su cruzada, con todos los "ismos": islamismo, marxismo, socialismo, sindicalismo, feminismo, igualitarismo, democraticismo y hasta con el istmo de Tehuantepec, depredándolo, ya que estamos...
Esa política desatará múltiples resistencias. Europa, en primer lugar, debe soportar las imposiciones político-militares estadunidenses, pero ni acepta el Escudo Estelar ni la política antislámica, que afecta sus relaciones tradicionales, ni la supresión del secreto bancario, ni el dumping estadunidense, ni el espionaje en su territorio, repleto de musulmanes. China está de acuerdo en frenar a los musulmanes de los países vecinos a sus propios islámicos del Sinjiang y con reprimir los "terrorismos" (léase el Tíbet), pero no aceptará bases estadunidenses en sus fronteras ni atentados contra su política de alianza político-tecnológica-comercial (con Rusia, Pakistán o la India). Japón no desea una guerra ajena en sus maltrechos mercados sudorientales. Rusia está de acuerdo en destruir a los talibán, que ayudan a los chechenos y presionan a Tadjikistán, pero -aunque quiera compartir el dominio de Afganistán- no quiere bases estadunidenses en la zona ni reivindicaciones sobre el petróleo y el gas de sus repúblicas asiáticas.
La guerra, además, agravará la situación económica y la dependencia de los países "emergentes" latinoamericanos. La destrucción de las libertades individuales en Estados Unidos, el aumento del racismo y de la discriminación y la guerra que convertirá las protestas sociales en traición a la patria y alianza con el enemigo, ese inasible y multifacético Dr. No, radicalizará amplios sectores estadunidenses, hoy atónitos. En el mundo, el totalitarismo estadunidense hará aumentar mil veces la politización y, desgraciadamente, también el terrorismo de los desesperados y humillados, que no reconocerá fronteras. Bush ha abierto la caja de Pandora y, por supuesto, ni quiere ni sabe cerrarla...