DOMINGO Ť 30 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Rolando Cordera Campos
Terror, confusión, dureza
Las metáforas callaron y la guerra final deja paso a la búsqueda tortuosa de culpables, mientras los chivos expiatorios logran un respiro para su muerte lenta. Sin enemigo concreto al frente, la guerra anunciada se diluye en el horror y el temor, ante la expectativa reiterada de que lo ocurrido pueda volver a ocurrir, cuando la estrategia del terror lo decida. A ésta sólo se puede oponer otra, proveniente del horror y la rabia, pero destinada a superarlas para volverlas política de desarrollo y paz, internacional y planetaria. Nada de esto ha emergido del tráfago confuso de la diplomacia o los centros de mando de las potencias. Sólo anuncios deshilvanados, control informativo majadero, reclamos de opinión pública bien alimentados desde arriba, que sólo conocen un vocablo: dureza y más dureza contra lo que se mueva y no se pueda identificar como propio. Así se construye el camino del infierno, pero no la ruta difícil para un orden mundial que hoy no tenemos.
El horror y el dolor en que se debate el pueblo estadunidense, a más de 15 días del crimen masivo del 11 de septiembre, dominan el panorama. Frente a ellos son ridículas las pretensiones de darle a lo ocurrido una interpretación clasista o de ver la tragedia como una siniestra operación destinada a dar un golpe de Estado mundial para imponer quién sabe qué designio. También lo son las polémicas inventadas sobre los sentimientos mexicanos, de pueblo y gobierno respecto de la masacre.
Nadie se regocijó por lo ocurrido, todos fuimos condolientes, el Congreso, el Presidente y su gobierno, de inmediato se manifestaron contra los criminales y ofrecieron solidaridad y pésame a los vecinos. Y de pronto, lectores adelantados de The Economist o corresponsales apresurados de medios foráneos, generalmente rigurosos, descubrieron la ambigüedad del alma mexicana, su irrefrenable nacionalismo, sus inconsistencias en lo tocante a la política exterior moderna y los niños vueltos viejos aburridos en un golpe de cámara decretaron que no habíamos sido lo suficientemente solidarios. Y el no haber cruzado Reforma a la hora señalada se volvió prueba de cargo. Y de la confusión global imperante vino el ridículo bochornoso en la aldea. Ni modo.
No es esto lo más malo, sin embargo. Lo malo es la debilidad que ha manifestado el gobierno ante la piedra rodante de nuestra supuesta perfidia para con los primos. Se declaran incondicionalidades "de acuerdo con la ley", se acude a Larry King para ofrecer lo que ya se hace, se obtienen primeras planas que a nadie conmueven, todo en aras de quedar bien con una opinión que ya anda en otra cosa.
Después del acto criminal ignominioso, el milenio sólo tiene perfiles de extrema dureza y renuencia a la reflexión. Es la hora de los hombres probos, que no entienden de otra cosa que del orden y la disciplina, la obediencia a un régimen que todos han de aceptar sin chistar.
Atrás quedaron las fantasías del mundo feliz de los globalizadores que soñaron un futuro, una cultura y una lengua únicos para la especie; por delante se tiene al Brave New World de un orden mundial sustentado en el rigor de los intérpretes de la libertad restringida, sometida a la razón instrumental que cuadricula la vigilancia y el control de personas, comunidades, naciones enteras, por la seguridad nacional e internacional tal y como ésta se interpreta por los magos del cálculo de las probabilidades, que suelen fallar pero que no se arredran. De la razón histórica para qué acordarse.
La dureza del orden que viene puede ser, sin embargo, la perspectiva menos mala. La otra, que cultivan los guerreros y machos de siempre y de todos lados, nos remite a la destrucción salvaje aunque aséptica por ignorada, a la reproducción masiva del odio y el rencor, a la desazón y el abandono, donde se nutren las fantasías demenciales de los terroristas y se refuerzan los racismos y las tentaciones totalitarias.
Sólo una opinión ilustrada y firme, como la que puede desarrollarse en Europa y podría germinar aquí, en este vapuleado extremo de Occidente, será capaz de salir al paso de la avidez de guerra y venganza que se ha apoderado de la política del poder estadunidense. Antes tendremos que vivir escenarios extremos, listos para volverse realidad y envolver al mundo en nuevas y terribles jornadas de autodestrucción y narcisismo.
Asumir la dureza con que iniciará la construcción del nuevo orden es obligado para conservar la lucidez y volverla fuerza productiva de la política nacional e internacional. Pero confundir esta necesidad con la sumisión al interés inmediato que pueda privar en Estados Unidos o servir designios de facción o partido, puede abrir dentro del país un momento de discordia que puede llevarnos muy pronto por el camino de la desintegración mental y espiritual de una democracia que apenas empieza a andar.
Poner en el centro el evangelio de los derechos del hombre y el ciudadano, volver los derechos civiles una ética pública que nos dé puntos mínimos de apoyo para navegar a través de la tormenta desatada por el terror criminal, parecería ser la agenda elemental de un Estado que se pretende legítimo y renovador. Si a este esfuerzo, comprometido con la construcción de una ciudadanía que no nos caerá del cielo, podemos añadir un mínimo de solidaridad, que le permita a México ir dejando atrás el abismo de miseria y desesperanza en que se debate la mitad de su población, entonces tendremos autoridad moral para reclamar lugar y voz en la construcción de ese nuevo orden que surgirá de las cenizas y el temor profundo.
Ampliar estas veredas será tarea terrenal modesta, de destreza y responsabilidad, que ahora tiene que ir más allá de la política para convivir con los prójimos que la globalización ha vuelto vecinos de todos, hasta para matar y ser matados.