DOMINGO Ť 30 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Roberta Carlini
El retorno del Estado Ť
Business as usual, los negocios como de costumbre, fue el primero de los enérgicos mensajes que Bush buscó transmitir en su decaída nación al día siguiente del 11 de septiembre. La ceremonia de reapertura de Wall Street, el lunes siguiente a las masacres de Nueva York y Washington, fue el primer momento de pesar público por la tragedia. Y desde entonces no pasa un día sin que desde los máximos vértices de la administración estadunidense no se lance un mensaje, un llamado por "nuestra economía". Mientras, para todos era evidente que no había nada de usual, ninguna tranquila normalidad posible, ninguna reanudación del recorrido lineal momentáneamente interrumpido.
La fractura mayor viene precisamente de aquel mundo de la economía golpeado física y simbólicamente. El gobernador de la banca central estadunidense, guía indiscutible de la política monetaria del dólar desde Clinton a Bush, oficializó lo que ya se respiraba en el aire: una fuerte inyección de intervención pública en el orden de los 100 mil millones de dólares. La más grande maniobra de la posguerra, digamos. ƑPara hacer qué cosa? Para ayudar a una economía ya casi en recesión, golpeada por el terrorismo y por los temores hacia el futuro. Después de un decenio de liberalismo económico y desregulación, después de 20 años de Estado mínimo, después de los años de embriaguez por la net-economy, viene el cambio: el Estado se vuelve bueno, y no sólo para cubrir los daños de las compañías aéreas y aseguradoras. El Estado -el gobierno, la política- se transforma en herramienta para gastar dinero, acompañar a los consumidores, devolver la confianza a los ahorristas, ayudar a la economía, infundir ánimo al capitalismo. Como en los tiempos de Keynes y Roosevelt (pero sin ningún Keynes o Roosevelt en el horizonte: ni siquiera en nuestra Europa liberal y competitiva, que se encuentra de improviso desplazada por el nuevo viento estadunidense).
Con la crisis de la economía estadunidense, naturalmente, el terrorismo tiene que ver hasta cierto punto. No fue el ataque a los cielos estadunidenses lo que puso en dificultades un modelo que se regía únicamente sobre hechos en que todos creíamos: los consumidores que se endeudaban para gastar, los especuladores (grandes y pequeños) que se endeudaban para apostar en la bolsa. Ese juguete se había roto hace tiempo, y sabíamos que, tras su dudosa llegada al poder, el presidente Bush iba a tener que hacer frente a los males de la recesión. Pero difícilmente el establishment estadunidense hubiera podido obtener una inversión tan repentina y radical como la anunciada en estos días -del "conservadurismo compasivo" de Bush al intervencionismo económico- sin la cobertura emotiva y política de la guerra. Una guerra declarada (la primera del siglo XXI) y aún no iniciada, pero ya incorporada en la vida cotidiana, con una vuelta de tuerca sobre la libertad a la política económica.
Queda por ver cómo una clase política que se impuso (aunque fuera a la fuerza) con base en la ideología de "más mercado" podrá entonces gobernar una larga fase de "más Estado". No es la única de las paradojas de la era Bush, que pasó su campaña electoral prometiendo el retiro de las tropas estadunidenses de las zonas calientes del mundo, y se encuentra ahora desplegando aquí y allá una considerable cantidad de tropas terrestres. Que puso todo el peso (destructivo) en el mito del escudo antimisiles y ahora tiene en sus manos un proyecto inútil y nulo. Que ha pasado los primeros meses de su presidencia desconociendo tratados con el resto del mundo y ahora está obligado a conseguir consenso y cooperación internacional.
Traducción: Alejandra Dupuy.
Artículo publicado en Il Manifesto, el 26 de septiembre