Ť Rossana RossandaŤ
Notas de una antiamericana
"O están conmigo o están con Bin Laden", grita Bush, mientras se prepara a castigar a Afganistán, talibán, no talibán, y pueblo incluido. Conozco el chantaje. No lo acepto. No me alineo con Bush y dejo que los necios deduzcan que estoy con Bin Laden. Quisiera reflexionar sobre lo que ha sucedido, sobre lo que puede suceder, y sobre qué hacer.
El 11 de septiembre no estalló una guerra. Las guerras comprometen a las naciones. Fue un acto terrorista, con todas sus características: la prioridad del símbolo, el golpe inesperado, la mano oculta y la trama homicidio-suicidio, destinadas a multiplicar el pánico. El terror tiene como primer objetivo el terror. No todos los atentados de la historia son terroristas, pero éste sí: quien lo cometió conocía el blanco, las debilidades de su dominio de los cielos, la segura amplificación de los medios de comunicación. Gracias a ellos, las dos torres se desplomaron, no una, sino 10 mil veces en las pantallas, ayudando al grito de "es una guerra", y llamando a la guerra. Los terroristas ciertamente tuvieron esto en cuenta.
No ha sido el Apocalipsis. No en la acepción ingenua de devastación enorme: devastaciones mucho mayores se han registrado en los últimos diez años. Pero no calificamos de Apocalipsis el de 150 mil degollados en Argelia, el de 700 mil tutsis asesinados por los hutus, el de 300 mil asesinados en Irak por la operación Tormenta del Desierto, y el medio millón de niños que, según se estima, mueren por el embargo de medicamentos. Mucho menos los 35 mil muertos en Turquía y los 70 mil en India, en este mismo año de 2001, aun cuando la especulación no es ajena a estas catástrofes. Entonces, ¿algunas masacres pesan como montañas, y otras como plumas? Si no es correcto valorar un suceso sólo por el número de víctimas, tampoco es honesto valorarlo únicamente por el golpe que supone a la idea de sí mismo que tiene quien ha sido herido, en este caso Estados Unidos. Aun más siniestro es el reclamo oculto del Apocalipsis: el encuentro final entre la bestia y el cordero. El bien somos nosotros y la bestia son ellos. Así lo ha dicho Bush, y ha agregado: "Dios está con nosotros".
No ha sido el asalto del Islam contra el cristianismo, como se dijo en un primer momento (venerable antinomia, recuerda Bocca). Más tarde, incómodos, nos retractamos: no es el Islam sino el fundamentalismo islámico el que golpea al Occidente cristiano. Pero el Islam es un océano y demostrar que tiene sus fundamentalismos es tan fácil como demostrar los del cristianismo y los del judaísmo. Y sin embargo, Ariel Sharon no es "los judíos", Pío XII no fue "los católicos", y ni siquiera el necio de Bush es "los estadunidenses", aun cuando son o fueron líderes designados. Mala polémica, confusión. En realidad, nada hace pensar que el ataque a las Torres Gemelas sea un ataque al cristianismo, dudo que sea un ataque a la democracia, y ciertamente no lo es al mundo de las mercancías y el comercio, al cual nadie en el Islam, ni siquiera los talibán, se opone. Quien dio el golpe quiso golpear la arrogancia de Estados Unidos en Medio Oriente, y poner en dificultades a los Estados árabes aliados.
No ha sido una venganza de los pobres. El Islam no habla de cuestiones sociales, pero sin esto los pobres sólo pueden realizar una asonada. El ataque a las torres es cualquier cosa menos un levantamiento. No es de los pobres ni para los pobres la directiva de la Jihad, que atraviesa todo el Islam sin tener (todavía) un Estado propio, y que juega también con la desesperación, la ignorancia y la opresión de las masas, cuyo consentimiento es necesario para las dictaduras árabes, obligando a estas últimas a tirar la piedra y esconder la mano. La Jihad es impulsada por potentados políticos y financieros que conocen el funcionamiento y los medios de Estados Unidos, y en este sentido Osama Bin Laden, saudita, otrora agente de la CIA, es un modelo. Procede de una familia que desde 1940 posee el grupo de construcciones y transportes más fuerte de Arabia Saudita, y que también participa en empresas de electricidad (en Riad y la Meca, en Chipre y Canadá), de petróleo, electrónica, importación y exportación, telecomunicaciones (Nortel y Motorola) y satélites (Iridium). La familia y Arabia Saudita dieron a Osama una liquidación de 2 mil millones de dólares, que él mueve en la bolsa y en la multitud de sociedades off shore de los suyos. Y mantiene a las organizaciones no gubernamentales islámicas Relief y Blessed Relief. Estos son "ellos" y la bestia contra la que nos alzamos nosotros, el bien. Son aquellos que Estados Unidos creyó utilizar en Afganistán y en Medio Oriente y que hoy se rebelan en su contra. Es una lucha por el dominio en esa zona. No es uno de los problemas menores de Bush el que los sauditas sean el principal apoyo financiero de Jihad, sino el que Arabia Saudita sea el país más intrínsecamente ligado a los intereses estadunidenses.
La verdadera pregunta es ¿por qué ahora? Hace diez años, la Jihad no era tan fuerte y hasta el 11 de septiembre actuaba sólo en el interior del Islam, como ala ortodoxa contra las "desviaciones", y Argelia es el ejemplo más sangriento. Mientras no fue tocado, Occidente no se preocupó en lo más mínimo, privilegiando las relaciones de negocios, por muy asesinos o fundamentalistas que fueran los que poseen el gas para Europa, las armas contra la Unión Soviética, o los que alimentaron el conflicto paquistaní contra India. No se preocupó cuando en los últimos años, a la vista de todos, fundamentalistas de toda procedencia iban a adiestrarse a Afganistán.
Y en cambio debió haber visto cómo la Jihad asumía grandes proporciones desde que Medio Oriente dejó de estar tanto paralizado como cubierto por las maniobras de las dos superpotencias y sólo una de ellas quedó en el campo, Estados Unidos, país que se convirtió en parte interesada, en animador y negociador de todos los conflictos del sector, por sus intereses inmediatos o por falta de compresión de los procesos. Ni siquiera el agudo Noam Chomsky recuerda que antes de 1989 hubiera sido impensable una guerra del Golfo. Y que quien llamó a Estados Unidos a los Emiratos, hace tiempo que no le agrada que permanezca allí tan pesadamente. Al mundo árabe no le agrada que Estados Unidos exija a Irak el respeto de las resoluciones de la ONU, pero no demande lo mismo (y no ocurriría una guerra) a Israel. La Jihad, al fin y al cabo, creció al aproximarse a cualquier visión laica de rescate de esas poblaciones con la caída de la URSS y con la alianza, a la vez accidental y leonina, entre dirigentes árabes y el Pentágono. Nacionalismo, fundamentalismo e intereses muy concretos de algunos y desesperación de muchos, han hecho de la Jihad la mezcla explosiva que es hoy.
Acciones y reacciones de Estados Unidos han abonado el terreno de cultivo, como lo alimentará aun más la insensata reacción de Bush que hará pedazos a muchos en Afganistán, pero no a Bin Laden; y no se atreverá a invadirlo: los rusos le han hecho saber que no lo lograría. Pero bombardeará Kabul a diestra y siniestra y quizá, como es habitual, Bagdad. Se ha equivocado aquel de nosotros que pensaba que la unificación capitalista hacía de Estados Unidos un imperio, aunque menos culto del que ya no agradaba a Tácito, pero que habría sido objetivamente asimilador y mediador. Estados Unidos no es esto. Se mueve de manera más arrogante que Francia o Inglaterra, que se repartieron con un hacha la región, y más aun en tiempos que ofrecen a quien se siente humillado y ofendido, los medios y los conocimientos para desestabilizar a quien le humilla o le ofende.
Nada ha sido más estúpido que alimentar el terrorismo y pensar servirse de él. El terrorismo es invencible y lo será hasta que pierda el consenso en su propio terreno. Pero desde luego no lo perderá mientras Bush bombardee Afganistán. Con esta acción Estados Unidos perderá incluso el apoyo de los Estados árabes hasta ahora amigos. La Liga Arabe ya ha empezado. Bush se mete en una guerra de la cual difícilmente saldrá porque se la ha prometido a sus conciudadanos, que en 92 por ciento también la desea; pero no dividirá a los Estados árabes y aumentará el potencial de venganza de la Jihad. La única guerra que está en condiciones de vencer es en su propia casa contra la tan alardeada "sociedad abierta": efecto fatal de las emergencias. Se expone a que le ataquen de nuevo, a no vencer en ninguna parte y a perder poco a poco el consenso que la sacudida del 11 de septiembre le ha dado.
Hay errores sin remedio
Se da cuenta de esto Europa, que tanto le apoya como se mantiene a distancia, firma pactos perversos con la OTAN y luego elucubra sobre el artículo 5, no quiere mandar a sus conscriptos a las montañas afganas ni complicar las cosas con los musulmanes que tiene en casa, ni con el Mediterráneo, donde la Italia de la segunda república -dicho sea entre paréntesis- hace todavía menos política que la primera. Deberíamos darnos cuenta también nosotros, que igualmente nos encontramos entre la espada y la pared, porque no hay ocasión que no sea buena para intentar masacrar la poca izquierda que queda. También nosotros tenemos nuestra culpa, aunque sólo sea por omisión. Escribe Pintor que no nos esperábamos lo ocurrido: es verdad. Pero no es una virtud. Al igual que Estados Unidos, nos hemos mirado a nosotros mismos y no al mundo, donde sin embargo nada había oculto. Cubriéndonos la cabeza, como señal de duelo, con las cenizas de los comunismos, dejamos de mirar a quien estaba atrapado en condiciones materiales más terribles que las nuestras. Tomemos a Palestina: un estado de confusión hace oscilar a la izquierda entre sentido de culpa hacia los judíos y coletazos de antisemitismo y, como ha descubierto Manheimer, mucho nos gustaría que los palestinos dejaran de agitarse. Tal es el peso del fracaso de los socialismos reales que algunos de nosotros nos hemos persuadido de que no hay nada que hacer, tanto es mal en el mundo y el mundo es del mal, mientras que otros se han hecho ilusiones sobre las virtudes revolucionarias de identidades arcaicas, que nos parecieron dignas de elogio porque eran antimodernistas y todas se han encerrado en sí mismas, entre degeneraciones y parálisis.
Ahora los acontecimientos nos pasan factura y hay que responder por lo que somos. No somos todos estadunidenses, yo al menos no lo soy. No aprecio los "valores" del liberalismo que Estados Unidos impone, me duele el luto de sus ciudadanos, pero no me gusta que creyeran estar por encima de las consecuencias de lo que hace su país. ¿Me llamarán antiamericana? Sí lo soy, y me sorprende que duden tanto en serlo muchos amigos que en el pasado lo eran más que yo. Considero que Estados Unidos está haciendo una política imperialista que hiere a otras poblaciones y que se volverá contra él mismo: soy antimperialista, otra palabra que me parece marcada con el sello del ostracismo.
La verdad es que somos débiles. Pero esto no nos
absuelve de decir no. Bush es un loco peligroso, no atacará a la
Jihad sino a mucha gente sin culpa, y empujará a Estados Unidos
a vivir asediando al mundo y a ser asediado.
ŤLa autora es periodista y escritora italiana
Artículo publicado en Il Manifesto, el
22 de septiembre
Traducción: Alejandra Dupuy