viernes Ť 28 Ť septiembre Ť 2001

Jorge Camil

Justicia perdurable

El ataque se inició una mañana esplendorosa que presagiaba el inicio del otoño. Los neoyorquinos comenzaban apenas a dejar el casual look del verano para regresar a la indumentaria formal que por años caracterizó a una sociedad renuente a abandonar la corbata aun los fines de semana. Todo parecía normal. De pronto, una mujer visiblemente alterada irrumpió en la sala de consejo donde me encontraba esperando el inicio de una reunión y anunció con lágrimas en los ojos: "un avión se estrelló contra una de las Torres Gemelas del World Trade Center". ƑCómo?, pregunté. šAhí!, gritó la mujer apuntando a la ventana a mis espaldas: una espesa nube de humo negro salía de un boquete en forma de diamante que abarcaba los diez pisos superiores del edificio. Hasta ese momento nadie sospechaba que la primera guerra del siglo XXI se había declarado con la falsa apariencia de un desafortunado accidente aéreo. Conforme llegaron los demás invitados comenzaron las especulaciones: "debe de ser un avión particular, un infarto, una falla mecánica, un imperdonable error de los controladores aéreos". Pero todo estaba perfectamente calculado: cuando millones de testigos oculares y televidentes teníamos los ojos pegados a la escena de la tragedia una segunda aeronave suicida se estrelló contra la otra torre y destruyó la confianza de los estadunidenses en su despreocupado modo de vida, en la invulnerabilidad de su territorio y en la eficiencia de sus servicios de inteligencia nacional. šTerrorismo!, proclamaron los medios de comunicación, anunciando que el presidente permanecería a bordo del Air Force One indefinidamente, que el ataque había incluido el edificio del Pentágono y que el vicepresidente, con la anuencia del Ejecutivo, había ordenado derribar cualquier avión de pasajeros que volara sobre zonas urbanas. Mientras presenciaba desde un edificio cercano el dantesco desmoronamiento de las torres, recordé las desgarradoras escenas del terremoto de 1985...

El país se puso de inmediato en pie de guerra, y una sociedad autocomplaciente, preocupada hasta entonces por las indiscreciones sexuales del congresista Gary Condit, y aún dividida por las elecciones presidenciales del año pasado, recobró súbitamente el patriotismo y el orgullo nacional: congresistas demócratas y republicanos cantaron God bless America en la escalinata del Capitolio, y un presidente que no lograba inspirar a sus electores ondeó los colores patrios desde los escombros del World Trade Center y fue recibido como héroe nacional en una sesión histórica del Congreso para declarar la guerra al terrorismo internacional: "no descansaremos, no dudaremos y no fracasaremos", advirtió George W. Bush con la mirada fija, la quijada rígida y una voz amenazante que emocionó a Tony Blair, el invitado principal. Mientras tanto, los estadunidenses perdieron sus proverbiales libertades. Tienen miedo de regresar a sus sitios de trabajo (los rascacielos erguidos en las principales ciudades del país), se han alejado de los centros comerciales (el pasatiempo nacional) y temen abordar aviones y trenes subterráneos.

Durante la semana que siguió a la tragedia las líneas aéreas despidieron a 100 mil empleados y se declararon al borde de la quiebra. Sin embargo, el dinero no es el problema: en medio de una tragedia nacional que finalmente disparó la recesión, el Congreso autorizó 5 mil millones de dólares para apoyar a las líneas aéreas y 40 mil millones para los gastos iniciales de la lucha antiterrorista. El problema es identificar al enemigo: Ƒquién es? ƑDónde está? Bush lo definió en forma elemental: es todo aquel que atente contra las libertades o la soberanía de Estados Unidos y todas las naciones que alberguen a los terroristas o se rehúsen a cooperar, lo cual incluye a Irán, Irak, Libia, Al Qaeda, régimen talibán, Hamas, la jihad egipcia, Hezbollah y, por supuesto, el archienemigo Osama Bin Laden: jihad vs jihad. (Alguien con gran sentido del humor comentó que Bush estaba facultado por el Congreso para erradicar hasta a sus enemigos de la prepa.) Pero, hasta hoy, la superpotencia humillada ha actuado en forma inusualmente responsable. Hubo movilizaciones masivas de tropa y armamento, pero no se han iniciado las hostilidades.

El presidente pide paciencia ("será una guerra de muchos años"), reúne a sus aliados y anuncia que habrá ataques impresionantes que serán presenciados en televisión nacional, pero también triunfos callados que nadie conocerá jamás. Aguijoneado por la prensa sobre el nivel de las posibles represalias, el presidente contestó: "no voy a desperdiciar un misil de 2 millones de dólares para destruir una carpa de diez dólares y darle a un camello en el culo".