JUEVES Ť27 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Bernardo Barranco V.
La ayatolización de Bush
El fracaso de la política como vehículo para resolver los conflictos internacionales, especialmente en Medio Oriente, y la sorprendente fragilidad de Estados Unidos en términos de seguridad nacional, sitúa el entramado contemporáneo en una tesitura inédita.
George W. Bush, en nombre de una lastimada sociedad estadunidense, ha declarado la primera guerra no convencional del siglo XXI a un enemigo sin forma ni rostro definidos. Todo apunta a la coordinación de grupos integristas islámicos, especialmente a la organización Al Qaeda, encabezada por Bin Laden.
Con todo el apoyo de la clase política estadunidense y tintes dramáticamente escatológicos, el presidente Bush se propone, en nombre de la sociedad occidental, combatir el mal con el bien. Habló ante el Congreso de Estados Unidos en nombre del mundo civilizado y sostuvo que Dios está con los estadunidenses. Emulando a Jesús, sentenció al mundo: el que no está conmigo, está contra mí. Con la ausencia mínima de sentido autocrítico, descalifica al Dios de los fundamentalistas musulmanes, mesurando que la nueva guerra no es contra la civilización árabe ni el Islam, sino contra el terrorismo que manipula Alá y que es más bien heredero del nazismo y del fascismo. El presidente Bush sacraliza así la violencia, porque ofrece odio y más violencia como respuesta.
Los factores árabe, musulmán e islámicos son mirados con recelo y odio. Se estereotipa al musulmán mimetizándolo con el terrorista. Flota en el ambiente una islamifobia. Se han manipulado los planteamientos sobre el choque de las civilizaciones del doctor Samuel Huntintong, catedrático de la Universidad de Harvard, mientras se exagera la tesis de la revanche de Dieu, de Gilles Kepel, sobre la reconquista musulmana del mundo.
A pesar de que se insista en la diversidad de la cultura islámica, al mismo tiempo se ha desatado en el mundo occidental una mezcla de temor y rechazo cultural, expresado en el sentimiento de represalia abierta y sutil. El temor es fruto de la ignorancia; en efecto, se desconoce totalmente la religiosidad de la sociedad musulmana que abarca todos los aspectos de la vida y donde incluso los comportamientos más simples tienen un matiz religioso. El Islam no conoció, como el cristianismo, el Renacimiento ni la Ilustración, por ello, la fe no pasa por un proceso de racionalidad como mediación ni de diferenciación clara entre la esfera social ni la religiosa; la fe es absolutamente social, por tanto, el Islam es tendencialmente teocrático.
Si miramos las principales tendencias musulmanas nos encontraremos con la tradicionalista (raíz de las corrientes fundamentalistas) y con los reformistas o laicistas.
Los primeros (talibán, chiíta iraní, Hezbollah, etcétera.) desean imponer el Islam como derecho constitucional, doctrina social y económica particularizada, sistema legal y legislativo, y como una cultura concreta. Los laicistas o reformistas apostaron a la construcción de un Estado que asumiera los valores occidentales modernos que van desde la democracia, a los derechos y libertades de la persona hasta los nacionalismos y socialismos. Dichos sectores moderados fracasaron, incumplieron sus promesas y sus líderes formados en Occidente se desacreditaron dejando el terreno a los tradicionalitas.
Los cambios económicos, la secularización, la industrialización, la corrupción como parte fundamental del sistema, el insuficiente aprovechamiento de la riqueza petrolera, la concentración de la riqueza, las migraciones rurales internas, el éxodo hacia países europeos, son sólo algunas de las causas de un extrañamiento y pérdida de identidad cultural propias. Sus efectos han sido el rechazo y la desconfianza por un modelo occidental que rompe con las tradiciones y las seguridades ancestrales.
Efectivamente, el surgimiento del fundamentalismo islámico se debe, en parte, al fracaso de los proyectos modernizadores en las regiones musulmanas. Es el regreso a los orígenes y a la religión como fuente de orden divino, social y de identidad sólida. La reislamización aporta desde lo religioso la certeza y la seguridad teológicas de la identidad y de un proyecto propio.
El fundamentalismo es la reislamización del mundo, la instauración de un régimen teocrático y no surge de la noche a la mañana, tiene una larga trayectoria. Quizá un momento clave, tal y como lo conocemos actualmente, surge cuando triunfa la revolución islámica chiíta en Irán, entre 1979 y 1980. Se instaura un gobierno islámico teocrático que trae como consecuencia el reavivamiento de otros grupos y movimientos religiosos con aspiraciones de conformar gobiernos igualmente religiosos. Contrariamente a la Revolución Francesa, es la vuelta de Dios a la escena política, la irrupción de Dios que conquista el Estado y es un fenómeno que nadie esperaba a finales del siglo XX.
Ante la anunciada muerte de Dios, la revolución chiíta se presenta entre los occidentales como una revolución antimoderna, una vuelta hacia atrás. La revolución islámica del ayatola Jomeini toma el poder en el nombre de Dios y, curiosamente, con un maniqueísmo similar al de Bush, acusa a Occidente de ser el mal, la oscuridad y las tinieblas de la humanidad. Digo curiosamente porque en ambos hay un fundamentalismo paralelo.