EL FORO
Carlos Bonfil
Soy el hermano de Josh Polonski
EL FORO INTERNACIONAL de la Cineteca concluye esta semana con una interesante coproducción franco-estadunidense, Soy el hermano de Josh Polonski, del joven marsellés Raphaël Nadjari (The shade, 1999). Para su segundo largometraje, el realizador eligió trabajar sin un guión prestablecido, ajustarse a un calendario de apenas dos semanas de rodaje y recurrir al superocho, ''un formato frágil, misterioso, un poco granulado, un poco brutal, un poco abismal, que sin embargo funciona estupendamente para la historia que cuenta la cinta" (Nadjari). Este formato, descrito además como pequeña ''ventana" abierta, en la pantalla grande, a la realidad urbana, induce en el espectador una sensación de voyeurismo, en sintonía perfecta con la indagación personal del protagonista Abe Polonski (Richard Edson), quien intenta esclarecer el asesinato de su hermano Josh.
PRIMERAS IMAGENES. LA descripción minuciosa, naturalista, de la vida cotidiana en un barrio judío neoyorquino. Visita al hogar de los Polonski, cámara al hombro, registro de rituales de la ortodoxia religiosa, disputas familiares, trazo rápido del perfil de cada miembro del clan, comerciantes, todos ellos, en el negocio de las pieles y telas finas. En este primer segmento, la morosidad narrativa, la parquedad de los diálogos y una movilidad incesante de la cámara, en contraste con la aparente desdramatización del relato, remiten al cine independiente de los años sesenta en particular al primer John Cassavetes (Faces, 1968).
PRIMERA RUPTURA NARRATIVA. Josh Polonski es ejecutado en la calle como un ajuste de cuentas de la mafia local. El testigo presencial, su hermano Abe, decide investigar por cuenta propia los motivos del asesinato y, a la manera de un relato iniciático, procede a descubrir facetas ignoradas de la vida de su hermano. Un tercer personaje, el hermano Ben, es la conciencia admonitoria, figura de sustitución paterna, que completará el retrato del Josh desconocido, aportando de paso la condena moral de la familia, y por extensión, de la comunidad judía.
EN ESTA CINTA, Nadjari va mucho más allá de la simple crónica familiar, de la radiografía de una minoría cultural y religiosa, y del thriller convencional (con sus vendettas, mafiosi y prostitutas irredentas). La búsqueda del protagonista adquiere resonancias casi bíblicas: Abe Polonski, personaje noble, ingenuo, hasta sacrificable, descubre atónito el rostro envilecido y repudiado de un hermano Caín. A la manera de Kazan (Al este de Edén), en el Nueva York de Taxi driver y de Pequeña Odessa.
LO QUE SEMEJA al inicio un video home rutinario del cine independiente, se vuelve épica minimalista: el recorrido de Abe por el mundo del narcotráfico y la prostitución, con Jill (Meg Hartig), formidable callgirl como vinculación extraña entre los dos hermanos, y pieza clave para la solución del crimen. Presentada la ejecución al inicio de la cinta, el espectador es convidado a la indagación retrospectiva de un detective improvisado que en su intento de reconquista afectiva conoce, una y otra vez, el desencanto y la melancolía, el naufragio existencial y la sensación incómoda de un agravio irreparable.