MARTES Ť 25 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť Testimonio de Laura Iturbide, quien estuvo alojada junto a las Torres Gemelas

Memoria del martes negro en Nueva York

Ť "Cuando me vi en el espejo fue terrible: tenía el pelo quemado y estaba cubierta de hollín", narra

ROBERTO GARZA ITURBIDE ESPECIAL PARA LA JORNADA

El lunes 10 de septiembre, un grupo de expertos reunido en el seminario anual de la Asociación Nacional de Economistas de Negocios (NABE, por sus siglas en inglés), con sede en el hotel Marriott, en el World Trade Center, coincidió en que la economía de Estados Unidos empezaría a mostrar una ligera mejoría hacia finales del año.

Ninguno de los allí reunidos se imaginaba que al día siguiente tendría lugar un atentado terrorista que además de derrumbar en un instante sus complejas estimaciones econométricas, los ubicó en la delgada línea que separa a los vivos de los muertos. Entre ellos se encontraban dos economistas mexicanas que llegaron a la ciudad de Nueva York el viernes 7 de septiembre.

El martes 11, Laura Iturbide y Eunice Meyer despertaron a las 8:30 horas en el piso 17 del mencionado hotel, situado justo entre las torres gemelas. Quince minutos más tarde, a las 8:45, un Boeing 757 se impactó contra una de ellas.

Entrevistada por La Jornada, Laura Iturbide, doctora en economía por la Universidad de Cornell y actual directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac (IDEA), recuerda el día que sobrevivió al mayor atentado terrorista en la historia de EU.

El despertar

wtcenter_rubble_at6"Me acababa de levantar cuando sentí el primer impacto. La sensación que tuve en ese momento fue que la cabeza me explotaba. Y luego, la pregunta obligada: ¿qué pasó? Mi primera reacción fue mirar a través de las ventanas -estábamos en el piso 17- y alcancé a ver algo así como miles de papeles y pequeños objetos. Mi colega, Eunice Meyer, tuvo la impresión de que se trataba de un temblor, porque el edificio se movió y los vidrios crujían; incluso se refugió debajo del marco de la puerta, pero luego coincidimos en que en Nueva York nunca tiembla. En ese momento no sabíamos lo que había pasado, no prendimos el televisor ni la radio. Sonaron las alarmas del hotel y escuchamos a un hombre, un huésped, que pasó corriendo por el pasillo gritando que saliéramos de inmediato. Un instante después las alarmas callaron y por un altavoz dijeron que guardáramos la calma, que no había pasado nada. Unos cinco minutos después mi amiga marcó al conserje, quien dijo que estaban evaluando lo que había pasado, pero en ningún momento mencionó que se trataba del choque de un avión contra una de las torres. Preguntó si debíamos abandonar el hotel, a lo que respondieron que algunas personas estaban desalojando y que la decisión era nuestra. Decidimos salir. Nos vestimos con la ropa del día anterior que estaba todavía sobre la maleta; yo alcancé a tomar unos zapatos, la caja de los lentes de contacto -sin ponérmelos- y la solución limpiadora. Tomé también mi cartera, la cámara fotográfica, y Eunice trajo su bolsa en la que teníamos los pasaportes. Todas nuestras pertenencias se quedaron en el hotel, incluso los boletos de avión.

"Nosotras -continúa Laura Iturbide- por vivir en una ciudad que sufrió un terremoto como el de 1985, sabíamos que en estos casos nunca hay que usar el elevador. Nos dirigimos a las escaleras de emergencia y bajamos lo más rápido posible. En las escaleras no había ningún personal del hotel. Conforme descendíamos, sentí mucho miedo y en el décimo piso creo que tuve pánico. Sin embargo, pude controlar el miedo y continué bajando; me di ánimos y seguí. El impulso que tomé en ese momento no lo volví a perder.

"En el piso tercero o cuarto olía a quemado. Dos pisos más abajo nos encontramos a una pareja de estadunidenses y vimos la primera salida de emergencia. La mujer que encontramos trató de abrirla, pero estaba bloqueada. Cuando la empujaba, se colaba humo por los bordes. Esa puerta daba hacia el centro del complejo, hacia la plaza que hay en el centro. De haber salido por ahí, hubiéramos quedado descubiertas a todo lo que caía de la torre. Creo que ese fue el primer momento en que salvé la vida. Encontramos una segunda puerta que nos condujo al lobby del hotel. Salimos a la calle, las instrucciones de los policías eran que avanzáramos rápido, alejarnos del lugar, y que no volteáramos a ver las torres. Dejamos el hotel a eso de las 9:00 de la mañana. Cuando atravesé la calle, mire hacia arriba y vi la torre norte en llamas. Casi al llegar al otro lado de la acera, vino el segundo impacto. Yo no vi el avión, pero mi amiga sí. El horror se reflejó en su rostro y escuché un estruendo de motores. Luego, una explosión.

"Después de caminar unas cuadras estamos frente a las torres, ambas ardían, el calor era insoportable. Corrimos una cuadra hacia el río Hudson, donde nos detuvimos un momento para tratar de asimilar lo que estaba ocurriendo. La gente estaba muy alterada, se rumoraba que dos aviones se habían estrellado contra las torres y que no era una casualidad; que estábamos en un ataque terrorista. En ese momento mi amiga no pudo más y comenzó a llorar.

"La gente gritaba, pedía auxilio. No sabíamos qué iba a pasar, así que seguimos corriendo hacia el río. Los policías indicaban que nos alejáramos.

"Había pasado poco más de media hora del primer impacto y seguimos avanzando hacia el río Hudson. Pensamos en subir a un ferry, ya que el metro estaba justo debajo de las torres y no había autos circulando, mucho menos un taxi. Minutos después de haber llegado al río, la gente volvió a alterarse: la torre sur se vino abajo. El sur de Manhattan quedó inundado por una ola de polvo espeso y oscuro. La ceniza nos cubrió a todos, no podía distinguir a mi amiga que estaba a mi lado. Después de un gran ruido privó un gran silencio. Nueva York enmudeció. Tinieblas y silencio. Pensé en el Apocalipsis; 'es el fin del mundo', me dije.

"A nuestro lado había una pareja. El hombre seguramente había tenido entrenamiento militar, pues nos dio instrucciones muy útiles. Nos dijo que nos pusiéramos los calcetines en nariz y boca, a manera de filtro contra la polvareda. También nos indicó que nos agacháramos, con la cabeza en dirección al río. No sé cuántos minutos transcurrieron mientras todo fue bruma.

"Nos reponíamos de la primera impresión ?continúa el relato?, cuando se vino abajo la segunda torre, y nuevamente la bruma se hizo impenetrable. Para entonces era muy difícil respirar. Mi amiga me cuenta que en dos ocasiones sintió que se desmayaba. Recuerdo que sentí mucha desesperación porque no podía jalar aire. En el lapso entre la caída de las torres un grupo de jóvenes apareció repartiendo cubrebocas. Ya en la orilla del río vimos que varios barcos pasaron, hicimos señales de auxilio, pero ninguno se detuvo.

"Finalmente llegó un ferry. Mucha gente gritó que no era el lugar para atracar, otros muchachos cuestionaron por qué las mujeres y los niños debían subir primero. Pensé que si no podía embarcarme me tiraría al agua y así me rescatarían. Ayudamos a subir a una mujer de India que se veía muy mal. Eramos caliche, estábamos cubiertas de polvo, pero distinguimos en su semblante que estaba enferma. Yo fui la tercera en subir. En total fuimos alrededor de 30 personas, entre ellos un muchacho que venía herido. Nos llevaron a Jersey City. Recuerdo que en el trayecto pude comunicarme por celular a México con mi esposo. La llamada fue muy rápida:

-Ricardo...

-Sí, sí... te escucho -respondió.

"Y sólo le pude decir que estábamos bien y que íbamos rumbo a Jersey.

Ante el espejo

"Salir de Manhattan me causó alivio, pero también una gran frustración por haber dejado atrás a mucha gente que necesitaba ayuda. Nos llevaron a un centro de atención en el que una mujer de nombre Andrea Koskulics nos ayudó. Nos pasó al baño y nos prestó su computadora para transmitir un correo electrónico.

"En el baño, la impresión cuando me vi fue terrible: tenía el pelo quemado, estaba llena de hollín y sentía comenzón por todo el cuerpo. Me lavé la cara y los ojos. En la oficina de Andrea ingresamos a la página de Internet del hotel para avisar que estábamos vivas. También hablamos a la aerolínea -Aeroméxico-, quienes, desde ese momento, jamás perdieron contacto. De hecho, fueron fundamentales para que regresáramos a México el viernes 14.

"Después de tomar un café y comer una manzana, nos indicaron que varios camiones estaban llevando a la gente a Penn Station. Una vez allí, la policía al saber que veníamos de Manhattan nos mandó a una especie de baño. Nos lavaron íntegras, teniendo especial cuidado con los zapatos y los pies. Ya era más del mediodía, probablemente las dos de la tarde. Finalmente nos quedamos en un hotel en Whippany.

"En el pueblo fueron muy solidarios, la gente se acercaba a felicitarnos, a preguntarnos cómo habíamos sobrevivido. En ese sentido, aunque lejos de casa, sentimos afecto y cariño de la gente. Yo ya quería regresar a México. El jueves tuve mucha desesperación, porque los aeropuertos estuvieron cerrados. El viernes nos avisaron que podíamos volar. Al regresar a Nueva York nos encontramos con una imagen muy triste, la de una ciudad devastada, con militares en la calle, buques de guerra en el río, desolada, oliendo mal. En el aeropuerto John F. Kennedy todo fue muy difícil.

"Finalmente, cuando llegamos a México, todos los pasajeros del avión aplaudimos, vitoreamos y gritamos vivas."