GUERRA SIN LUGAR Y CONTRA NADIE
A
casi dos semanas de los mortíferos atentados terroristas contra
Washington y Nueva York, los cuales provocaron, desde el primer momento,
declaraciones de guerra por parte de Estados Unidos, nadie sabe contra
quién, ni en dónde, habrá de librarse esa confrontación.
Osama Bin Laden, señalado por el gobierno de George W. Bush como
instigador de los ataques, no parece haberse quedado en Afganistán
a esperar la llegada de sus perseguidores, y no resulta probable que su
organización, Al Qaida, haya seguido operando, desde el 11 de septiembre,
a la vista de todo el mundo.
En esas circunstancias, en las que sería en todo
caso más apropiada una operación policiaca que una maniobra
militar, se configuran dos perspectivas por demás ominosas. La primera
es que los mandos políticos y militares estadunidenses opten por
lanzar un ataque bélico contra Afganistán con el simple propósito
de no contrariar el orgullo nacional herido y de aparentar que la vasta
movilización bélica emprendida está sirviendo de algo.
La segunda, peor si cabe, es que Washington se lance contra organizaciones
a las que, justificadamente o no, se ha colgado el mote de terroristas,
y aunque ninguna de ellas tenga la más remota relación con
los atentados del 11 de septiembre.
El primero de esos escenarios implicaría una injusticia
mayúscula y una cuota de sufrimiento para los civiles inermes afganos;
así ha venido ocurriendo, hasta ahora, con los actos de guerra de
Estados Unidos contra Irak, campañas cuya víctima, como todo
mundo sabe, no es Saddam Hussein, sino la población de ese país
árabe.
La segunda perspectiva resulta aun más inquietante,
pues implicaría la proyección planetaria del poderío
militar del país vecino en forma discrecional, en principio, contra
cualquier país, grupo, tendencia o individuo que no comparta el
ideario estadunidense o que contravenga los intereses políticos,
comerciales o estratégicos de la superpotencia o, peor aún,
de los ámbitos más reaccionarios del Partido Republicano.
Se buscaría, de esa forma, regresar a las lógicas
intolerantes y totalitarias de la guerra fría, con el agravante
de que esta vez no hay ningún factor de contrapeso estratégico
a los renovados afanes estadunidenses de dominación mundial.
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