LUNES Ť 24 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
MELON
El Marqués de Quisqueya
Luis Angel Silva
LO CONOCI EN 1964, año de la feria mundial celebrada en Nueva York. Tocábamos Lobo y Melón con su grupo por primera vez en el Palladium. En nuestra segunda aparición se formó una descarga tremenda y Johnny Pacheco, flauta en ristre, se encontraba en la tarima junto a Barry Rodgers, Papaíto, Jimmy Sabater y varios más que hicieran esa ocasión inolvidable.
LA NOCHE DEL viernes pasado, antes de su compromiso en el Salón Los Angeles, cené con Johnny Pacheco y Cuqui, su mujer. De manera que fue gratísimo compartir el pan y la sal en una reunión que sirvió para recordar momentos bellos. Durante la plática se tocaron temas importantes; la ayuda que Cuqui y Johnny proporcionan a gente necesitada por medio del Kiwana's Club. Escucharon con interés los detalles de mi labor en los talleres que desde hace tres años imparto en el Centro Nacional de las Artes. Me desearon buena suerte y que ese esfuerzo dure el mayor tiempo posible.
SE ESCANCIO UNA botella de vino blanco para acompañar un menú sui generis: sopa de lentejas, mollejas al jerez, camarones y filete de pez espada. Sinceramente, lo mejor para mí fue la compañía. Pacheco contó una anécdota relativa al primer disco que grabamos juntos: "Cuando nos retratamos para la portada, fue en una frutería (en la novena avenida, precisa Cuqui). Había una fotografía especial con los melones. Melón en inglés se escribe cantaloupe. Como en la carátula decía cantaloupe, todo el mundo creía que la Lupe cantaba un número allí. Dijeron: 'pusieron chiquito el nombre de la Lupe', quien no hizo coros ni nada". Bromeamos, recordamos.
A PRINCIPIOS DE los años sesenta, cuando conocí a Johnny Pacheco, éste ya se encontraba en la ruta del éxito, que lo ha acompañado en cuanto proyecto emprende. Buen sonero, líder destacado junto a Jerry Masuchi, propietario del imperio de la salsa más importante que sirvió de catapulta para proyectar figuras un tanto incomprendidas, por no decir olvidadas, así como las de nuevo cuño en los setenta, que regaron la salsa aquí, allá y acullá, para que floreciera como lo merece nuestra música.
NOS VOLVIMOS A encontrar en 1975 en el Virginia's de Los Angeles, California. Allí me ofreció lo que ha sido parte de lo más trascendental en mi trayectoria sonera, y la experiencia profesional que más he gozado, tanto en grabaciones como en actuaciones personales. Me invitó a grabar a Nueva York en 1977 (Llegó Melón) producido por su firma, la ya legendaria Fania, y desde ahí fue muy grato saberme comprendido en cuanto a mi manera de cantar y, por supuesto, la afinidad de ideales artísticos que se ha convertido en una amistad que perdura hasta la fecha.
ME CABE EL gusto y el honor de haber presentado, en compañía de Raúl García Mr. Bird, al Marqués de Quisqueya en el puerto de Veracruz, en la Semana Santa de 1983.
LA NOCHE DEL viernes anterior, el 21 de septiembre, 18 años después de nuestro último encuentro en el Puerto de Veracruz, volvimos a tocar juntos, pero ahora fue en el Salón Los Angeles, aquí, en la ciudad de México, donde Pacheco fue el platillo fuerte de un baile allí organizado. Me invitó a subir a la tarima y la descarga fue de bala. Me rencontré con mi viejo amigo, Héctor Casanova, y la nostalgia envolvió al "hijo del Siboney", trayendo reminiscencias de lo que hicimos en un ayer no lejano. Hay planes que anhelo se concreten.
PARA PONERLE EL tapón al botellón, su esposa Cuqui ha tenido gentilezas para con este sonero "sin credencial", que me obligan a catalogarla una dama en toda la extensión de la palabra. Johnny, jugando con la palabra cookie, que en español significa galleta, la define: "That's the Cuqui that doesn't crumble". (Es la galleta que no se desmorona.)
LE RECUERDO ACERE lector, que el martes 25 tenemos una cita con el jícamo que Celia Cruz y Johnny Pacheco regarán en el Auditorio Nacional. Ojalá que los villamelones les dejen actuar libremente porque sin duda esa noche será de salsa y sabor, saoco del bueno, de liga mayor.
PARA TERMINAR, QUIERO decirle a Cuqui y Johnny, que los atropelle la dicha y los destroce la felicidad. Lo merecen.