LUNES Ť 24 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
CIUDAD PERDIDA
Miguel Angel Velázquez
Ť Impunidad judicial
Ť La otra cara de la ley
LA CIUDAD de México resiente en sus estructuras de relación entre la población y el gobierno ciertas fallas, grietas que se agrandan al correr del tiempo, que hacen cada vez más difícil la posibilidad de situar, en términos de confianza, el vínculo desde el cual se permita una gobernabilidad justa.
PARA PERPETUAR la tiranía del régimen los métodos de control iban y venían en todas direcciones. Aquí y allá, para sustituir el acuerdo roto entre la sociedad y su gobierno, se crearon formas paralelas en las que la justicia se convirtió en un ente débil dependiente de los caprichos del poder.
Y LUEGO, al cambio de gobierno, avalado por la decisión libre de la gente, la justicia quedó, débil como estaba, a merced de la corrupción y de los grupos de interés incrustados en los vacíos que dejó el gobierno priísta.
LOS JUECES entonces se han convertido en la manera legal de imponer la impunidad; ahora son, como quiera que se vea, el gesto más logrado de la corrupción, y por ello no es raro saber de los jueces sin rostro y sin responsabilidad que actúan bajo la influencia de su propia conveniencia.
POR ESO las decisiones que los jueces han emitido en los últimos años causan indignación y cercenan la credibilidad en la justicia, pero aunque las consecuencias serán de muy alto costo, ellos, desde su muy alto cargo, se unen a la impunidad sin dar cuenta de sus actos a nadie. La ley es totalmente suya.
LOS NOMBRES de quienes han logrado fallos favorables o bien han conseguido el beneficio del amparo se cuentan por montones. Antros con amparos, juicios descomunalmente parciales, decisiones, cuando menos controvertidas, tienen en la calle a estafadores y criminales y en sus despachos a inumerables jueces que han convertido la ley en su patrimonio.
CABAL PENICHE, El Divino, Paola Durante y Mayito, Oscar Espinosa Villarreal y ahora Alejandro Iglesias. Todos están libres por la decisión de los jueces a quienes tocó revisar la causa, pero lo mismo es uno que otro, no hay diferencias.
EN TODOS los casos los jueces saben que no habrán de entregar cuentas a nadie; que a sus fallos, por equivocados que sean, no corresponde ninguna pena; que ellos no serán llevados a juicio, y entonces juguetean con las leyes sin la responsabilidad de enfrentarse a sus propias atrocidades.
LA DUDA planteada por el jefe de Gobierno respecto de la honorabilidad de los jueces recoge una inquietud que ha venido sembrando la reiterada e inexplicable actuación de quienes deberían ejercer la justicia y aparentemente no lo hacen.
LA REVISION de la vida judicial en la capital y en todo el país, más que justificada, es necesaria y por allí también será necesario atender a las formas por las que los abogados litigantes consiguen arrancar un fallo contrario, aparentemente, a las pruebas que inculpan a sus defendidos.
HASTA AHORA no se ha hallado el método para meter en cintura a jueces y litigantes. Desde hace cuando menos cuatro años las denuncias verbales y la indignación de buena parte de la sociedad por el juego tramposo de la ley no ha tenido ningún éxito, y los amparos y los fallos dudosos siguen protegiendo males mayores.
De la guerra que viene
EN OCTUBRE próximo, en por lo menos un par de libros se tratará de explicar el fenómeno de las nuevas guerras. Mary Kaldor y Michael Howard buscarán dar luz sobre los conflictos bélicos de este milenio en Las nuevas guerras y La invención de la paz, respectivamente.
NO PODRIA decir si en ellos se trata el conflicto al que nos está arrojando Estados Unidos y cuáles son sus consecuencias, pero de cualquier manera estaremos en presencia del análisis de las nuevas circunstancias que impulsan los conflictos bélicos.
LO QUE sí es seguro es que se analiza el papel de Estados Unidos como la única potencia capaz de someter al mundo a sus supuestos de democracia y libertad, los pretextos modernos para la invasión y la dominación.
POR LO pronto, en muy corto tiempo ya estarán en el mercado los textos que hablan de cada uno de los minutos de la guerra que aún no empieza. Así es la otra guerra, la del mercado.
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