Ť Temor entre los residentes a una segunda ola de ataques con armas biológicas
Suben ventas de máscaras antigases en Washington
Ť Siete de cada diez personas de la capital de EU sufren depresión, según reciente sondeo
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Washington, 23 de septiembre. Las máscaras antigases se están vendiendo muy bien aquí en Washington y, mientras los periódicos locales publican mapas muy útiles sobre las consecuencias de un ataque biológico contra esta capital (la mayoría de la población moriría en cuatro días), los residentes locales aparentemente buscan cualquier método para enfrentar una esperada segunda ola de ataques terroristas contra este país.
A casi dos semanas de los ataques contra Nueva York y Washington, los residentes de esta capital se han convertido en "mini expertos" sobre lo impensable. "Un amigo mío salió a comprar cinco o seis máscaras antigases y, pues, decidí que comprara una para mí", comentó un residente a La Jornada, un poco apenado. Deseando no formar parte de las filas (de los que entraron) que están en pánico, solicitó que su nombre no fuera publicado.
La amenaza de un ataque con armas biológicas o químicas es muy real, aseguran los expertos y los medios. El día después de los ataques del 11 de septiembre, autoridades reconocieron ante periodistas que el gobierno envió una alerta a todos los médicos solicitando que informen sobre cualquier señal de una posible contaminación masiva, los síntomas serían tos persistente, dolor en todo el cuerpo, sed y señales de influenza.
El problema, reporta un biólogo que ha aconsejado al Departamento de Defensa sobre preparativos para enfrentar una guerra biológica, es que el gobierno podría no emitir una advertencia formal al público. En entrevista con La Jornada explicó que en caso de un ataque biológico la prioridad sería evitar que la población infectada viajara a otras partes del país y así infectara a más gente, y una alerta pública de que tal ataque se ha realizado provocaría a los afectados a huir de la ciudad. Pero funcionarios de salud pública también desearían rastrear el progreso de las consecuencias de tal ataque, ya que podrían lograr entregar antídotos e imponer una cuarentena sobre la población infectada.
Una de las notas más comentadas aquí esta semana fue la publicada en The Washington Post describiendo los diversos tipos de agentes biológicos o químicos que podrían ser utilizados en tal ataque. Después de que se publicó esta información todos los periodistas de por lo menos una agencia noticiosa en esta capital solicitaron, a través de su sindicato, que la empresa entregara a todos sus empleados máscaras antigases. "Hasta el momento no las hemos comprado, pero podría ser que tengamos que hacerlo", reportó un jefe de buró frustrado quien, como otros, solicitó el anonimato.
Sin embargo, ni esto calma los nervios. Al escuchar que un residente aquí estaba comprando una máscara antigases, otro advirtió que este equipo, claro, no es útil en todos los casos. "Algunos agentes químicos, tal como el cloro, sólo asfixian a los afectados, y en ese caso las máscaras serían útiles", comentó este experto que estudió agentes biológicos y químicos a principios de los 90. "Las máscaras también podrían funcionar contra algunos gases nerviosos que lograrían, por lo menos, reducir el efecto, pero para otros tipos de ataques se necesitaría un traje completo para todo el cuerpo".
Tales conversaciones son difíciles de entretener durante mucho tiempo, pero cuando uno de estos corresponsales empezó a sentir síntomas de catarro, con otros de influenza, el corazón le comenzó a latir un poco más rápido.
Con todo esto, no es sorprendente que un sondeo nacional registró que siete de cada 10 personas reportan sentirse deprimidas y que una de cada tres dice tener dificultades para dormir.