Jenaro Villamil
El mundo islámico, enemigo creado con varios rostros
Cuando la capital afgana Kabul cayó en manos de los talibanes en 1996, el Departamento de Estado de EU envió un comunicado que calificaba de "positiva" su victoria. En menos de cinco años, los otrora aliados islámicos que combatieron al comunismo, rivalizaron con Irán y sirvieron para financiar a la contrarrevolución centroamericana, se han convertido en la versión renovada de la "amenaza fundamentalista" y "terrorista" que Washington ha impulsado contra un mundo musulmán.
Una especie de jihad occidental se ha lanzado desde Washington contra una religión que representa a 26 por ciento de la población mundial, que cuenta con más de mil 600 millones de adeptos en el mundo, que crece a un ritmo de 6.40 por ciento anual (cinco veces más que el cristianismo que registra un ritmo de 1.46 por ciento), según las cifras de la ONU, y que participa como protagonista en por lo menos 15 guerras civiles y conflictos nacionalistas, con un mosaico de movimientos y posiciones que no son únicas ni homogéneas.
La paradoja más importante es que la mayor tasa de crecimiento de la población islámica no se registra en Medio Oriente y Asia central sino en Europa y Estados Unidos, donde los datos de las Naciones Unidas calculan que la población islámica crece a un ritmo de 142 por ciento y 25 por ciento, respectivamente, como resultado de la fuerte migración árabe y centroasiática. En China la población musulmana representa 3 por ciento de su población total (40 millones); en Rusia se ubican en 14 por ciento (poco más de 20 millones) y en India suman más de 140 millones (cerca de 14 por ciento de la población). Incluso, en Japón se habla de unos 30 mil musulmanes que podrían llegar a más de medio millón si se toma en cuenta la reciente migación de las repúblicas centroasiáticas.
Obviamente, no todo musulmán es un militante de los movimientos integristas. Sin embargo, es claro que éstos han crecido al calor de las disputas del nuevo desorden internacional y de la pobreza expandida en las naciones árabes, norafricanas y centroasiáticas. En las cinco repúblicas islámicas de la ex Unión Soviética hay fuertes movimientos integristas de oposición (Uzbekistán, Tadzikistán, Kazajstán, Turkmenistán y Chechenia). En Argelia, Egipto, Siria, Pakistán e India existen guerrillas radicales. Los talibanes, que se impusieron a los grupos moderados y a otros dos grupos radicales (los chiitas y los pashtúes o "patanes" que recibieron supuesto apoyo de Pakistán) han ofrecido apoyo a los movimientos de oposición en estos países.
Los talibanes apoyan a los rebeldes que tratan de establecer un estado islámico en el área donde se juntan Uzbekistán, Kirguistán y Tadzikistán. En esta última nación la influencia talibán es fuerte en el Partido de Resistencia Islámica, que constituye uno de los tres grupos musulmanes. Los otros dos son el clero oficial Cadí de Musulmanes Tajik y los sufis "ishans".
En esta región el radicalismo talibán se empalma con el movimiento wahhabi/salafi, cuya estrategia principal en esta zona ha sido: "inundar el mercado religioso con enormes cantidades de literatura de los reformistas salafis para comunicar su revolución del islam o jihad contra el gobierno y dirigirse contra estudiantes y libre pensadores musulmanes; favorecer el activimismo militante; y la fundación de mezquitas, según información del sitio haqqani.arrakis.
Los grupos radicales islámicos también influyeron en el desarrollo del conflicto checheno. Su hombre fuerte es Shamil Basayev, con quien ha negociado el presidente checheno Aslan Mashjadov.
A los talibanes y a Bin Laden también se les vincula con el Yamá, grupo radical egipcio que protagonizó entre 1992 y 1997 una violenta campaña de ataques para establecer un Estado islámico. El otro grupo es Jihad (Guerra Santa), grupo de origen egipcio también y liderado por Ayman Zawahri. Muchos de sus integrantes fueron detenidos por Washington después de los ataques a las embajadas de EU en Kenia y Tanzania, en 1998.
Nueva doctrina bipolar
Lejos de frenar la expansión del radicalismo islámico de nuevo cuño, Washington lo ha alentado y le ha dado las armas ideológicas y políticas que necesitaban para sus operaciones trasnacionales, como antes sucedió con el grupo Hezbolá vinculado a Irán y con otros grupos radicales como el palestino Hamas. Esta estrategia ha provocado que la nueva guerra bipolar sea planteada como una guerra de civilizaciones y no una de bloques militares o de bloques económicos.
Esta tesis, ampliamente difundida por el profesor de Harvard Samuel P. Hungtinton fue expresada años antes, en 1992, por el analista musulmán indio Muhammed sid Ahmed, quien predijo: "está claro que la siguiente confrontación (de Occidente) va a producirse con el mundo musulmán. Es en la extensión de las naciones islámicas, desde el Magreb a Pakistán, donde comenzará la lucha por un nuevo orden mundial".
Retomando esta tesis Hungtinton planteó en 1996 que "el islam es la única civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente, y lo ha hecho al menos dos veces" (en el siglo VII y VIII, con la primera gran expansión árabe-islámica, y en 1095, cuando el mundo cristiano se lanzó a Las Cruzadas). Para el politólogo estadunidense el problema "no es el fundamentalismo islámico. Es el islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder" (Choque de Civilizaciones, Ed. Paidós, p. 259).
En términos muy similares se han expresado en obras recientes intelectuales europeos como Giovanni Sartori, para quien el multiculturalismo está en riesgo porque los musulmanes son "esencialmente antipluralistas".
Esta visión ha predominado en la doctrina estratégica de Estados Unidos tras el fin de la amenza comunista. El nuevo "imperio del mal", para utilizar la frase de Ronald Reagan frente a la Unión Soviética, es el mundo islámico. De 1980 a 1995, según el Ministerio de Defensa estadunidense, Washington llevó a cabo 17 operaciones militares en Medio Oriente y Asia central, todas ellas dirigidas contra musulmanes.
Para Estados Unidos, cinco naciones musulmanas entran en la clasificación de "terroristas" (Irán, Irak, Siria, Libia y Sudán) y de éstos, dos son considerados como Estados fundamentalistas (Irán y Sudán). Con la nueva operación Justicia Infinita contra el saudí Osama Bin Laden, el régimen talibán de Afganistán puede entrar en esta clasificación.
La expansión geopolítica
Sin embargo, más allá de las guerras religiosas impulsadas por la nueva doctrina bipolar de Estados Unidos, lo cierto es que el Islam ha identificado a los más recientes movimietnos nacionalistas que han triunfado en Irak, Libia, Yemen, Siria, Irán, Sudán, Líbano y Afganistán. Viejos aliados militares de Estados Unidos, como Pakistán y Turquía, viven en su seno fuertes movimientos de oposición radical islámica. Túnez, Indonesia y Malasia registran importantes avances de movimientos musulmanes.
Este avance no puede obviar la fuerza adquirida por movimientos islámicos radicales en tres grandes naciones árabes: Egipto, Arabia Saudita (sede de los lugares sagrados del Islam) y Argelia. Mucho menos se puede obviar el hecho de que mientras el conflicto palestino sea una herida abierta y sangrante, la causa árabe se entrelazará con la causa de los grupos musulmanes más radicales.
A esta lista de naciones se sumarían las cinco ex repúblicas soviéticas de Asia Central, enlazadas también por la riqueza de hidrocarburos en Turkmenistán, el oro de Uzbekistán, la plata y el uranio de Tadzikistán, y los intereses británicos en el petróleo y el gas de Kazajstán. Por si fuera poco, a estos recursos naturales se suma la riqueza generada por el narcotráfico: tan sólo Afganistán produjo en 1999, 4 mil 600 toneladas de opio que alimenta 70 por ciento del consumo de Europa.
Otra lista de naciones con influencia creciente del islamismo son China e India, cuna de otras dos grandes religiones. En el gigante asiático, la población musulmana, hasta julio de 1999, se calculaba en 40 millones de personas. En India, esta población asciende a 140 millones de personas.
En otras naciones con severos conflictos internos, el factor islámico es importante, como en Bosnia Herzegovina, donde 40 por ciento de sus 3.4 millones de habitantes profesan la religión musulmana; en Albania, donde 70 por ciento de su población es islámica (2.3 millones); en Nigeria, con 68 millones de musulmanes (60 por ciento de su población); y en Macedonia, con 30 por ciento de habitantes islámicos (600 mil).