Michael KlareŤ
Preguntándose por qué
Desde la mañana del martes me he estado preguntando: "¿Por qué, por qué lo hicieron? ¿Qué pudo haber llevado a cerca de una docena de personas a tal grado febril de rabia y furia como para no sólo matar a miles de estadunidenses comunes, sino pa-ra matarse al mismo tiempo?"
Consideremos que los perpetradores del ataque -unos 20- se levantaron ese día y se dijeron: "Hoy vamos a morir". Creo que es casi imposible para nosotros, en Estados Unidos, concebir lo que puede llevar a la gente a ese estado de furia. Y ciertamente no nos ayuda la actitud de funcionarios del gobierno o de la ya conocida multitud de conocedores, quienes pa-recen evadir esta pregunta. En cambio, lo único de lo que hablamos es de "terroristas" y "enemigos" no identificados. Pero debemos entender a esa gente, si es que vamos a protegernos, y al resto del mun-do, de este tipo de matanzas.
Simplemente con lo que atestiguamos el 11 de septiembre, y de lo que sabemos de los probables atacantes, creo que la gente que secuestró los aviones estaba (desde su punto de vista) enfrascada en una guerra santa contra Estados Unidos. Esta es una guerra, como ellos la ven, de los fuertes y resueltos de espíritu, pero débiles en cuanto a poder militar, contra aquellos que son débiles y corruptos de espíritu, pero militarmente poderosos. A lo largo de la historia el arma de aquellos que se sienten fuertes de espíritu, pero limitados en su poder, es lo que hemos llamado terrorismo. El terrorismo es la guerra de los débiles contra los fuertes: si tienes un ejército, declaras la guerra; si careces de ejército, recurres a atentados suicidas con bomba y otros actos de terrorismo.
(Recordemos: así exactamente fue como los británicos, el poder dominante en 1775, interpretaron la revolución en sus colonias de América.)
Entonces ¿qué es lo que buscan? ¿Cuáles son sus objetivos en esta guerra contra Es-tados Unidos?
Para entender esos objetivos debemos volvernos hacia Medio Oriente y, particularmente, a la presencia de Estados Unidos y su papel en la región, especialmente en la del golfo Pérsico. Desde el punto de vista de los gobiernos de Estados Unidos, el gol-fo Pérsico ?o más específicamente, el pe-tróleo del golfo Pérsico? es esencial para la seguridad del país.
Esto se hizo explícito durante el discurso de la Doctrina Carter del 23 de enero de 1980, pronunciado tras la revolución iraní. James Carter declaró: "Cualquier intento de cualquier fuerza externa para obtener el control de la región del golfo Pérsico será considerada como un ataque contra los intereses vitales de Estados Unidos, y será respondido por todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar". Esta fue la base sobre la que el presidente George Bush lanzó la operación Tormenta del De-sierto, en 1991, y sobre la que Bill Clinton expandió vastamente la presencia militar estadunidense en el área del golfo durante los pasados ocho años.
El examinar el papel de las fuerzas armadas estadunidenses en el golfo Pérsico, debe prestarse especial atención a las relaciones de Washington con Arabia Saudita. Esta nación no es un país petrolero cualquiera, sino que posee la cuarta parte de las reservas petrolíferas conocidas del mundo. El mundo occidental no estaría en condiciones de disfrutar el nivel de crecimiento y prosperidad que ha vivido en las últimas décadas sin el barato y abundante petróleo saudita, y sería muy improbable seguir go-zando de esto en el futuro, cuando los su-ministros se agoten.
Por esta razón, la política de Estados Unidos en el golfo Pérsico siempre se ha centrado en Arabia Saudita, nación con la que Washington mantiene una relación muy especial.
Dicha relación comenzó a forjarse en 1945, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt conoció al rey Abdel Aziz ibn Saud, fundador del régimen saudita mo-derno. En ese encuentro el presidente Roosevelt obtuvo una ganga extraordinaria con Ibn Saud: a cambio de que Estados Unidos gozara de perpetuo e ilimitado ac-ceso al petróleo saudita, Washington protegería a la familia real de Saud de sus enemigos, tanto externos como internos.
Esta ganga ha moldeado la política exterior y militar de Estados Unidos desde entonces. Al principio, confiábamos principalmente en los británicos (el poder he-gemónico original en la región) para proteger nuestros intereses, pero desde 1972 (cuando los ingleses se retiraron) asumimos una responsabilidad directa por la protección del régimen saudita. Esto fue de lo más evidente en agosto de 1990, cuando los iraquíes invadieron Kuwait: no fue la ocupación de Kuwait lo que llevó a la original administración Bush (en una reunión en Campo David, del 3 al 4 de agosto de 1990) a decidirse a intervenir en el Pérsico, sino el temor de que Saddam Hussein planeara invadir Arabia Saudita.
Todos los planes originales de la operación Tormenta del Desierto estaban encaminados a insertar una fuerza de protección entre las fuerzas armadas iraquíes en Kuwait y los principales campos petroleros en Arabia Saudita. Desde entonces, Estados Unidos ha mantenido (y expandido de manera consistente) su presencia militar en el golfo Pérsico, con el propósito fundamental de prevenir un futuro ataque contra Arabia Saudita, proveniente ya sea de Irak o de Irán.
Pero mientras estas acciones, enfocadas a contrarrestar las amenazas externas contra Arabia Saudita, han sido la más visible expresión del involucramiento de Estados Unidos, este país también ha hecho enormes esfuerzos para defender al régimen saudita contra sus enemigos internos. El instrumento principal para ello ha sido la Guardia Nacional Arabe Saudita (SANG, por sus siglas en inglés) que ha sido armada, entrenada y administrada casi en su to-talidad por Estados Unidos (en gran medida, a través de una red de contratistas militares). Cuando elementos de la oposición en Arabia Saudita protagonizaron una bre-ve revuelta en 1981, la SANG fue enviada a aplastar la rebelión. Cuando se le preguntó sobre este incidente, el presidente Ronald Reagan dijo a los reporteros: "No permitiré que (Arabia Saudita) se convierta en otro Irán", con lo que quiso decir que Estados Unidos no permitiría que fuera depuesto el régimen saudita, como ocurrió en Irán en 1979.
Esto sigue siendo la base de la política estadunidense en Arabia Saudita, y es aquí donde comienzan los actuales problemas. El gobierno que respaldamos en Arabia Saudita, la familia real Ibn Saud, es un ré-gimen autocrático y totalitario que no permite ninguna expresión pública de disidencia. No hay una Constitución ni una declaración sobre derechos civiles, no hay partidos políticos ni libertad para la prensa o para reunión, no hay Parlamento. Aquellos que expresan cualquier forma de oposición son arrestados y encarcelados o en-viados al exilio (como ocurrió en el caso de Osama Bin Laden), o bien ejecutados.
En este ambiente, cualquier forma de oposición al régimen, independientemente de su orientación, debe operar en la clandestinidad y en secreto.
Y fue en este ambiente de represión y clandestinidad que emergieron Bin Laden y su entorno. Por lo que sabemos de sus creencias, estos rebeldes piensan que el régimen saudita es fundamentalmente co-rrupto y malvado, corrupto tanto en el sentido económico, al derrochar la riqueza de la nación árabe en palacios y otras formas llamativas de consumo (y con lo que le niegan al mundo árabe recursos esenciales), como en el sentido moral, al aliarse con Estados Unidos (que es el principal apoyo del régimen antislámico de Israel), y además por permitir que infieles (los soldados estadunidenses) se asienten en la tierra sagrada de Islam.
Porque es corrupto y malvado en todas estas formas, ellos consideran que es an-tislámico. Porque es antislámico, debe ser arrasado mediante la jihad, la guerra san-ta. Debido a que Estados Unidos es la principal fuerza de protección para el régimen saudita, debe ser expulsado de la región para que los verdaderos islámicos derroquen al corrupto régimen saudita y establezcan un auténtico Estado islámico (co-mo el del régimen talibán en Afganistán). Y dado que los combatientes en esta lucha sagrada que deben expulsar al ejército estadunidense son muy débiles (en lo militar), deben recurrir al terrorismo para al-canzar sus objetivos.
Por ello, para lograr el fin último, la red de Bin Laden (y otras a las que está vinculada) cree que se debe hacer la guerra contra Estados Unidos para sacarlo de la región. Inicialmente esta guerra se dirigía contra las posiciones militares de Estados Unidos en Arabia Saudita. Esta fue la génesis del bombardeo de noviembre de 1995 contra los cuarteles de la SANG en Riad (en el que murieron cinco militares estadunidenses destacados en esa guardia), y también el motivo del ataque de junio de 1995 en las torres de Khobar, en Dahran, que mató a 19 miembros del personal militar estadunidense.
Cuando no cumplió el cometido de sacar a Estados Unidos de la región, se atacaron instalaciones estadunidenses fuera de la región, como son las embajadas de Washington en Kenia y Tanzania. Y dado que esto tampoco tuvo el efecto deseado, han llevado la guerra a Estados Unidos. En cualquier caso, el objetivo es el mismo: sacar a los estadunidenses de Arabia Saudita. Al atacar el World Trade Center y el Pentágono, creo, esperan disminuir la vo-luntad de Washington de mantener a sus fuerzas en Arabia Saudita. No creo que lo consigan, pero esa fue la intención de los ataques del 11 de septiembre.
¿Qué significa todo esto? No hay respuestas rápidas ni fáciles. Creo que la gente que está detrás de los atentados del 11 de septiembre atacará una y otra vez hasta que consigan su objetivo último. No podemos esperar que los atentados terminen (aunque, sin duda, cambiará la forma en que se presentan). Por lo tanto, tendremos que tomar medidas para proteger a la gente de más estallidos de violencia.
¿Significa eso encabezar una guerra en Medio Oriente como promete la actual ad-ministración de George W. Bush? Es in-discutible que una acción así obstaculizará severamente las operaciones de las redes de Osama Bin Laden, pero dudo mucho que eso anule su capacidad de ataque, pues sus fuerzas se encuentran ampliamente distribuidas y han demostrado ser capaces de operar independientemente desde múltiples puntos.
Lo que es más grave: una guerra de este tipo provocaría una inmensa pérdida de vidas de musulmanes, lo que desacreditará aún más a las monarquías conservadoras aliadas de Washington, y producirá miles de nuevos voluntarios para la jihad de Bin Laden contra Estados Unidos.
Por ello pienso que debemos adoptar una postura distinta, que se centre en coordinar un implacable trabajo policial a nivel internacional, dedicado a identificar a cada una de las células de Bin Laden, y erradicarlas una por una.
Al mismo tiempo, debemos encabezar una cruzada moral contra Osama Bin Laden, presentándolo a él como un enemigo del Islam, con el argumento de que ningún verdadero fiel de la tradición islámica segaría las vidas de inocentes de esta manera. Para tener éxito en esto, sin em-bargo, debemos reconsiderar la política estadunidense en el golfo Pérsico, y mostrar más comprensión por las masas de árabes musulmanes, al tiempo que llamamos al régimen saudita a anunciar un ca-lendario para democratizar el país y proveer a sus habitantes de los derechos hu-manos elementales.
Sólo cuando a los ciudadanos sauditas se les permita expresar sus sufrimientos de manera legal y pacífica, será posible eliminar la amenaza de la jihad contra Estados Unidos.
Traducción: Gabriela Fonseca.