VIERNES Ť 21 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť José Cueli
La guerra, siempre la guerra
La angustia y la incertidumbre por los actos terroristas de la semana pasada y sus posibles y terribles consecuencias nos tienen sumidos en un estado de consternación. Perplejos y aturdidos ante tanto horror, los sentimientos que nos invaden apuntan hacia una angustiante sensación de vulnerabilidad extrema. La depresión paraliza el alma y la desesperanza nos invade. El desvalimiento y el dolor se entremezclan mientras las listas de muertos y desaparecidos, ésas sí, van a la alza.
Sin embargo no debemos permitir que el dolor nuble nuestra capacidad de reflexión y menos aún que el rencor oscurezca nuestro entendimiento. Quizá lo más dramático y duro de aceptar es que no hemos aprendido nada, absolutamente nada de nuestra historia. Como animales dando vueltas en la noria, nos vemos instalados en la compulsión a la repetición y nuestra ''gran civilización" parece no habernos servido más que para matarnos los unos a los otros de manera cada vez más sofisticada.
ƑPero cómo transmutar en lenguaje esa compulsión a repetir la guerra, si no llega a la conciencia y ésta se ve obnubilada por el odio y el rencor? ƑCómo transmutarla en lenguaje y negociación pacífica y racional, si el instinto de muerte (descrito por Freud) es un reactivo al revés, una inopinada visión retrospectiva de lo que es y no es? El mundo se nos revelaba con ínfulas de urbanidad electrónica suprema, pero desmentida por las disonancias de la agitación estruendosa de la guerra, el hambre, las desigualdades brutales y ahora por las amenazas terroristas, que lo invaden todo, superan la razón y nos confrontan con una sensación de fracaso e impotencia. Repetición inelaborable de la historia que se repite sin enmienda.
En 1920, tras haber vivido la experiencia de la guerra y a la luz de reflexiones profundas acerca de la conducta humana, Freud escribe el texto Más allá del principio del placer en el que introduce la pulsión de muerte. En el se conjuntan de manera clara y original las diferentes formas de lo que suele llamarse lo negativo: odio, destrucción, agresión y sadomasoquismo. Pulsión de muerte que como una fuerza irrefrenable se propone reducir, en forma regresiva, lo más organizado a lo menos organizado, las diferencias de nivel a la uniformidad y lo vital a lo inanimado, la muerte como fin último. Pulsión de muerte que, silenciosa, emerge como energía destructiva que se vuelve sobre el otro, o sobre lo que queda de mí mismo proyecto en el otro.
Las naciones progresaron y su avance material sirvió para proporcionar a sus pueblos medios más poderosos de destrucción. En cambio, el avance moral y racional no les ha servido para sostener la fraternidad entre los pueblos y sí para confirmar que en el fondo de la persona se ocultan fuerzas irracionales que, como describió Freud, de manera compulsiva se repiten y tienden a la destrucción. Parece indudable que la raza humana no tiene enmienda y que la evolución cultural es una ilusión. Una hecatombe provocada por los líderes del momento aniquila lo construido determinando un nuevo caos, acompañado de una estela de dolor que deviene trauma inelaborable que en un intento fallido de elaboración de lo traumático tenderá a repetirse una y otra vez.
Violencia engendra violencia, atacamos al ''supuesto enemigo" porque nos refleja nuestra peor parte y al ''matarla" en el otro creemos poder deshacernos de aquello que le proyectamos y que nos resulta intolerable en nosotros mismos. No toleramos la imagen de nosotros mismos que el otro nos refleja. De allí nuestra intolerancia a la diferencia, al otro y a lo que el otro me dice de mí mismo.
Es tiempo de reflexionar y no de actuar siguiendo nuestros impulsos agresivos, reprimidos y desplazados en el otro. Es tiempo de asumir con conciencia y no acicateados por el odio, que en todos nosotros habitan, en las profundidades de nuestro inconsciente, fuerzas irracionales ocultas desde donde podemos ''actuar" lo peor de nosotros mismos.
Hay que recordar, como decía Sigmund Freud, para no repetir.