viernes Ť 21 Ť septiembre Ť 2001

Horacio Labastida

ƑNuevos huevos de la serpiente?

Hechos aparentemente insignificantes contenían los peligros que se incubaban en la república de Weimar (1918-33). El primero fue el Beer Hall Putsch, la intentona de golpe nazi el 8 y 9 de noviembre de 1923, en Munich, la capital conmovida por el furor de los camisas cafés. Dos años después, hacia 1925, se difundió Mein Kampf, el libro de Hitler que mucho preocupó a Friedrich Ebert (1919-25) y a Paul von Hindenburg (1925-35), los presidentes de la democracia sancionada en la Constitución de 1919, magistralmente analizada por Karl Schmitt en su Teoría constitucional (Ed. Mex., 1961).

Otros dos hechos fueron sorprendentes e inesperados. Los camisas cafés proliferaron y agredieron a los comunistas que aspiraban a hacer de la república una organización socialista; y con base en estas explosiones que atemorizaron a los republicanos, Hindenburg anunció a su gente que el líder del nacionalsocialismo, Adolf Hitler, sería canciller a partir de enero 30 de 1933, y en esta situación el futuro führer después de intimidar a los conservadores e incendiar el Reichstag para culpar a la izquierda electoral, logró imponerse en las elecciones de marzo. Pero la trampa no le entregó cabalmente el poder. Vinieron enseguida las maniobras legaloides para abrir las puertas al anunciado Tercer Reich y asegurar la victoria del poder nazi. Así fue como fructificaron los huevos de la serpiente de 1933.

En su Mein Kampf, Hitler expresó la sustancia del totalitarismo que pronto sacudiría al mundo. El pueblo alemán acunado en la raza aria, era el destinado a definir los ideales supremos del hombre, que al realizarse llenarían de felicidad a la sociedad, y para esto era indispensable cuidar la pureza alemana y luchar contra el enemigo común, los demás, simbolizado por los judíos y su diabólica teoría letal, el marxismo, que tendría que ser destruida sin misericordia por la cultura nazi. El pueblo alemán ario era depositario único de la verdad y el bien, valores percibidos y anunciados por una personalidad excepcional, el führer, encarnado en Hitler.

De esta manera se cultivó la concepción de la raza superior, de su führer, del partido y del totalitarismo nazi, para la cual todos los demás hombres eran inferiores, inclinados al mal y a la falsedad e incapaces de manejarse por sí mismos: su única salvación era aceptar la condición de siervo de la raza superior.

Tal fue la doctrina que hundió al mundo en la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias aún sufren millones de seres humanos distribuidos en los cinco continentes. Y aunque Alemania nazi no pudo tomar el mando del planeta como lo exigía la filosofía política absolutista, la tentación no terminó en 1945.

Fue la guerra fría, duelo entre los soviéticos y los estadunidenses, cargado de brutalidad y sangre, y la caída de los primeros en 1991 -en este año Gorbachov disolvió el Partido Comunista y concedió independencia a las repúblicas federales en la Unión Soviética- transformó cualitativamente la sociedad global. La más rica y poderosa se levantó sobre las demás y decidió que el american way of life fuera world way of life, para lo cual organizó estrategias y tácticas indispensables al avasallamiento de las otras naciones, imponiendo sus orientaciones inclusive por la fuerza.

La alta burocracia estadunidense, que refleja el interés de los grandes señores del dinero, exige que todos acaten la democracia al estilo empresarial que prevalace en su país desde la declaración de 1776 hasta el presente, y que sin límites ni oposición los recursos humanos y materiales del orbe se aprovechen en forma de garantizar la reproducción de los privilegios económicos y políticos de que gozan las elites de nuestro tiempo, sin importar por supuesto que enormes masas sean víctimas de una devastadora pobreza cultural y material. Y al efecto, el presidente George W. Bush y sus colaboradores, en el marco de las tragedias terroristas de Nueva York y Washington, fraguan día a día los principios del futuro absolutismo en la historia humana. Declarando que el pueblo estadunidense es el poseedor impar de la verdad y el bien, defenestran cualquier forma de disidencia, acusando implícitamente a comunidades árabes e islámicas y a grupos fundamentalistas de estas razas orientales.

La guerra y la represión contra los que nieguen la verdad y el bien estadunidense serán aniquilantes; proclaman esas altas burocracias šlos queremos vivos o muertos!, probablemente ignorando que de esta manera incuban los nuevos huevos de la serpiente totalitaria y absolutista que precipitaría al hombre hacia la espantable catástrofe de que hablan angustiados versos de William Blake (1757-1827), el místico poeta inglés de The Marriage of Heaven and Hell (1793), a saber:

ƑQué Dios es ese que promulga leyes de paz y se viste de tempestades?

ƑQué Angel de piedad está sediento de lágrimas y se refresca con suspiros?

ƑQué rampante bellaco predica

la abstinencia y se envuelve

con grasa de cordero?

 

Pero ahora lo sabemos bien. No se trata de choques entre culturas y civilizaciones. Se trata de la contradicción de dominantes y dominados, porque la opresión no es eterna.