Decir que alguien merece la violencia nos convierte en terroristas: Esquivel
Ť Acabar con la incomunicación es la gran lucha que debe librar la humanidad, advierte
Ť El relato, ambientado a comienzos del siglo XX, se inspira en la vida de su padre telegrafista
MONICA MATEOS-VEGA
La escritora Laura Esquivel considera que la única forma de acabar con el terrorismo ''es matar al terrorista que todos llevamos dentro, porque en el momento en el que decimos que alguien se merece la violencia estamos siendo terroristas. Todos hemos contribuido en algo a lo que sucede en el mundo porque somos, en menor o mayor medida, intolerantes. La gran lucha, entonces, consiste en acabar con la incomunicación que nos impide conectarnos y querernos unos con otros".
La nueva novela de Esquivel, Tan veloz como el deseo (Plaza & Janés), aborda precisamente la comunicación y la palabra como medio para enlazar a las personas, para desplegar la energía amorosa. También es un análisis del uso de la tecnología, que invita a reflexionar al servicio de quién se encuentra ésta.
En entrevista con La Jornada, la autora explica: ''Lo que criticamos hacia fuera lo estamos viviendo dentro porque pensamos que lo sucedido en Estados Unidos es resultado de la soberbia del gobierno de ese país, que se lo merecía. Pero aquí hay gente que también se mete en asuntos que no le corresponden, que piensa que puede decidir cómo debe vivir, qué debe comer y cómo debe vestir una comunidad indígena. La consecuencia de esto es la violencia".
Amor y respeto, la solución
Inspirada en la vida de su padre -ya fallecido-, que fue telegrafista, el relato de Esquivel está ambientado en el México de principios del siglo XX. Es la historia de un hombre que nació con el don de la alegría y la capacidad de ''escuchar" los verdaderos sentimientos de las personas no expresados en palabras.
Sin embargo también cuestiona el papel de los medios de comunicación: ''después de toda esta revolución tecnológica, ¿realmente nos comunicamos mejor los seres humanos? En un principio el avance tecnológico tenía como fin el bienestar común, el enlazarnos. Pero ahora estamos más aislados, llenos de ruido, de imágenes violentas; recibimos gran cantidad de información, pero eso no quiere decir que estemos comunicados.
''Y la incomunicación crea círculos viciosos de no aceptación y de rechazo que genera odios. Cuando la gente no sabe qué hacer con los odios hay violencia. La solución se encuentra a través del amor y del respeto."
La narradora asegura que ''el amor tendría que fluir entre todos sin barreras, siempre. Pero las barreras son nuestro mundo de creencias que nos imponen desde que nacemos, aunque podemos cambiarlas en el momento que queramos. Cuando anteponemos un prejuicio y un juicio al conocer a alguien nos negamos la posibilidad de quererlo.
''En México hubo una ruptura muy fuerte con la Conquista. En mi ensayo El libro de las emociones digo que como nación sufrimos un sentimiento de baja autoestima que nos pone esas barreras. Todos buscan la forma de disfrazarse, de mostrar lo que no es, cuando el único camino para salir de las crisis económica y política se encuentra en nuestra capacidad de conmovernos ante el dolor ajeno, para salir de nuestro mundito cerrado, de nuestro egoísmo; para preocuparnos por el otro, darle amor, comunicarnos, sentir y respetar lo que el otro es. Así, hasta podríamos percibir lo que hay detrás de las palabras de los políticos, ¡sería maravilloso! No nos verían la cara y tendríamos otro tipo de reacción.''
El cordón umbilical del universo
Para la autora de Como agua para chocolate (1989), el inicio de la interconexión humana es la verdadera unión con uno mismo, la cual ''se hace en silencio, cuando no suena el teléfono ni se escucha la televisión. En Tan veloz... plasmo la concepción del pensamiento maya en relación con el cosmos: ellos hablaban de que el universo es una matriz resonante en la que si uno se conecta correctamente a través de ese cordón umbilical, recibe toda la información de éste.
''Para los mayas el universo no estaba atomizado. Para nosotros sí. Hoy pensamos que estamos separados del cosmos y que podemos actuar libremente, sin que nuestros actos repercutan en los demás. Esto es falso.
''Cada palabra que pronunciamos, cada imagen que transmitimos, cada uno de nuestros actos repercute en los demás y hay que ser responsables de ello. Esa es la verdadera globalización, porque mientras haya alguien que se muera de hambre no podemos decir que estamos bien.
''Mientras permitamos, como sociedad, que alguien acumule dinero indiscriminadamente somos copartícipes de las desgracias de todos, porque permitimos que no haya leyes para impedir que alguien acumule riqueza de manera absurda.
''Eso quiero decir con este relato: no estamos desconectados unos con otros, sino íntimamente relacionados, y lo que pasa en el macrocosmos sucede en el microcosmos, pero no advertimos que la energía amorosa es lo único que nos conecta más allá del color de la piel, de la religión, de la educación, del país donde vivamos. El amor es lo único que nos es común a todos los seres humanos.
''Cuando pasamos por momentos difíciles se reafirma que esa energía es el verdadero valor. Por eso este libro es mi manera de decirle a mi papá lo mucho que lo quise y lo quiero, y los lectores lo sienten al leerlo. En estas páginas no sólo hay un profundo respeto hacia mi padre, sino hacia todo nuestro pasado reflejado en la cultura maya, con la intención de aceptar nuestro presente indígena y saber cómo hacerlo presente en nuestra vida diaria, para preguntarnos dónde se inició el camino de la modernidad, hacia dónde iba, para qué y cómo empatarla y conciliarla con lo que hoy somos."