JUEVES Ť 20 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Viaje hacia ninguna parte
Cientos de indocumentados extranjeros detenidos en México afrontan la cancelación de sus sueños y la deportación como destino
ALONSO URRUTIA
Hace tres meses llegó a México huyendo de la guerra en la lejana Sierra Leona y en busca de la libertad. Sin embargo, Fode es hoy uno de los cientos de indocumentados que aguardan semanas o meses en la Estación Migratoria de Iztapalapa, la antesala de la deportación.
Bajo el actual régimen en Sierra Leona su escapatoria sólo tiene un equivalente cuya consecuencia no quiere averiguar: traición a la patria. Su caso es difícil porque no ha podido acreditar que es un perseguido político.
-ƑQuiere quedarse en México?
-Yo sólo quiero ser libre, estar fuera de mi país -responde Fode, cuyo caso es uno de los más complicados en la estación, que alberga a cientos de personas que emigran por motivos económicos o políticos.
Tanto peregrinar por el mundo para venir a dar a Iztapalapa, encerrado en un lugar que ahoga el sueño americano de muchos -Ƒo de todos?-, y hoy sólo le queda una interminable, exasperante espera entre cientos de indocumentados que padecen una desgracia similar y a quienes, en la mayoría de los casos, les aguarda un inevitable destino común: el retorno a la realidad en su país de origen. De nada valen los miles de dólares gastados en traficantes y transportes. Su destino culminó en esta estación.
Un joven cubano, que casi con orgullo reivindica para sí el papel de decano de la estación migratoria, habla de sus desdichas, que comenzaron desde que se hizo a la mar, en medio de un temporal que cambió su ruta de Miami a Belice, de su aprehensión y de los seis meses que lleva detenido, pero se niega a revelar su nombre.
Seis meses en los que ha vivido, entre otras cosas, una trifulca que lo llevó a dormir esa noche en la celda de castigo. "Se querían pasar de listos", dice a manera de justificación.
A razón de 200 pesos diarios que gasta el Instituto Nacional de Migración (INM) para sostener a cada indocumentado, la estancia de este joven ha costado hasta ahora 36 mil pesos.
Estas prolongadas estancias en la estación de Iztapalapa ya generaron una huelga de hambre hace dos meses.
-ƑCuántos participaron en el ayuno?
-Toda la estación -responde el cubano.
-ƑY cuáles eran las demandas?
-La agilización de trámites.
-ƑQuejas por los tratos o la comida?
-No, sólo eso, pero sirvió de algo porque después salió mucha gente.
-ƑY que pasó con usted?
-Yo aquí estoy, esperando asilo...
Su paciencia contrasta con el estado de ánimo de su paisana Anileidi. Tan sólo preguntarle de su situación provoca que estalle en furia por los dos meses que lleva encerrada, y todo porque su marido mexicano, afirma, la mandó encerrar.
Anileidi llegó procedente de Cuba con su nuevo cónyuge hace año y medio; sólo vivió tres meses en pareja antes de separarse. Dice que él la tiene presa, junto con la corrupción de los funcionarios. "Soy casada y tengo derechos para estar aquí", afirma con fastidio, y agrega que ya ha conseguido una custodia para permanecer en México. "ƑY qué pasa? Que por la corrupción de los funcionarios no me valen mis derechos. Me quitaron el pasaporte y aquí estoy. Dos meses y nada."
La estancia femenil es un poco más relajada que la de los hombres. Unas 12 mujeres matan el tiempo jugando a las cartas en medio de un jardín, mientras algunos niños iraquíes y de otras nacionalidades conviven haciendo lo poco que les es común: el futbol.
Comparada con el hacinamiento y la promiscuidad en el dormitorio masculino, el área femenina tiene más espacio, lo cual no mitiga la impaciencia, denominador común de los "asegurados", como indica la ley que debe llamárseles.
Originaria de China, otra mujer se desvive por hacerse entender. El esfuerzo es casi inútil, pero con ayuda de un calendario se sabe que fue asegurada el 19 de agosto.
Sólo habla unas cuantas palabras en español, suficientes para comprender su obsesión por la pérdida de su maleta. "Yo, maleta, no hay. Comida, no hay. Caminar, no hay". Se le ve desesperada.
Entre lo poco que conserva tiene dos fotos de tiempos idos: una con su esposo el día de su boda y otra de su hija.
Con una frase explica el motivo de su llegada a México: "Yo aquí, trabajo sí hay."
La vida detrás del muro
Cientos de varones se apiñan en un espacio que desborda los dormitorios y abarca áreas improvisadas por años para dar cabida a la demanda. En previsión de la irritabilidad de los internos, no hay acceso al lugar. Sólo a través de una pequeña ventana o desde la puerta que abre y cierra para que los indocumentados se comuniquen por teléfono con sus familiares es posible observar el deambular de quienes esperan la deportación.
El reducido espacio, en función del número de personas aseguradas, provoca riñas frecuentes, expresión de la irritabilidad de los internos, por más que haya una televisión para más de 300 extranjeros o una cancha de basquetbol.
Las historias que narran para explicar los motivos de su aseguramiento son diversas, creíbles e increíbles. Muchos aseguran que fueron arrestados porque paseaban sin documentos, y otros, los menos, admiten que su intención es cruzar a Estados Unidos.
Brandon Facuzi, originario de Arizona, afirma que él fue sorprendido vacacionando en Manzanillo sin papeles, y no le dieron oportunidad de mostrar su ingreso legal. No tiene quejas del trato que recibe, porque dentro de lo razonable su estancia ha sido aceptable: comida higiénica, agua, quizá el único problema son las chinches que encontró, pues hasta le han dado medicamentos para sus males.
No es el caso de quienes proceden del mundo árabe. Sus problemas comienzan desde la comida. Con frecuencia, dicen, incluye carne de cerdo, un agravio para quienes profesan el Islam.
Abdul Radman se convierte en traductor de todas las quejas de quienes proceden de aquellas tierras. Originario de Yemen, aprendió el español en la Universidad de La Habana, donde estudio licenciatura en Ciencia Farmacéutica.
Por medio de la traducción de Abdul, la historia de Anuar es contradictoria. Pagó mil dólares a un pollero para llegar a Nicaragua, pero ingresó a México con visa y pidió asilo porque él se entregó a la autoridad migratoria. Su solicitud aún no ha sido analizada por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR).
Muhamad Seid es palestino y llegó "de manera legal". Dice que tiene dinero suficiente para subsistir y hacer negocios. Las autoridades no lo dejan e ilegalmente le quitaron el pasaporte con el que ha viajado por el mundo. Su aspecto dista mucho del de un hombre de negocios.
Vehemente, refiere que hace tres meses llegó "huyendo del conflicto árabe-israelí". Su familia ya no vive en Palestina y no quiere regresar. La petición es simple: no necesita ayuda humanitaria ni dinero, sólo que le devuelvan su pasaporte y le dejen hacer negocios.
Anuar Sedeoui, de Irak, también solicitó asilo. Lo arrestaron hace casi un mes en Tapachula, a donde llegó "huyendo del régimen de Saddam Hussein".
Se asume como militante del proscrito Movimiento Bader, organización que lucha contra la dictadura iraquí, razón por la cual es un perseguido a quien le depararían la muerte si se le deporta a Irak. "Han matado mucha gente", asegura.
Sedeoui ha hecho gestiones con ACNUR para conseguir el estatus de refugiado aquí, donde llegó previo pago de 3 mil dólares a un traficante que lo dejó en alguna calle de la ciudad y se fue. Decidió entregarse.
Más afines a México son las historias de latinoamericanos. Sean guatemaltecos u hondureños, la causa es la misma: miseria asociada a la migración.
Un campesino costarricense, a quien el desplome del precio del café lo obligó a salir a Estados Unidos para acabar asegurado en Nogales; un grupo de brasileños venidos de Minas Gerais, sorprendidos afuera del aeropuerto de esta ciudad, por haber burlado la autoridad migratoria; un indígena guatemalteco proveniente de El Quiché que ambicionaba ir a sembrar al país del norte o uno de las decenas de ecuatorianos detenidos en su afán de llegar al norte.
Western Lara llegó de República Dominicana. Su objetivo estaba cerca pero fue sorprendido en la frontera hace 15 días.
Peluquero de oficio, tiene cuatro días que arrienda una vieja rasuradora al joven habanero. Treinta pesos el corte y utilidades al 50 por ciento. Los veinte clientes del día anterior le redituaron 300 pesos.
-ƑCómo los tratan?
-Quien no se busca problemas, no lo maltratan. Si los buscas los encuentras.
Desinhibido, continúa: "aquí habemos personas buenas y gente mala. Hay quien busca cruzar al otro lado para sacar a la familia adelante, pero también hay delincuentes".
Es su resumen de la vida en la estación migratoria, que espera dejar pronto. Es de los pocos que no niegan su intención de cruzar sin documentos a Estados Unidos, para lo cual gastó miles de dólares que finalmente sólo le sirvieron para estar detenido, esperando una sentencia cuyo veredicto ya conoce: la deportación.