JUEVES Ť 20 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť El líder de los talibán, casado con la hija mayor de Osama Bin Laden

No hay consenso en la Duma para que Moscú apoye una acción militar contra Afganistán

Ť Ingresarían 3 mil 500 mdd a las arcas rusas, de mantenerse en alza los precios del petróleo

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 19 de septiembre. Al iniciar un nuevo periodo de sesiones, los diputados de la Duma no pudieron llegar a un consenso en torno a la posición que debe asumir Rusia respecto del "golpe de respuesta" de Estados Unidos contra Afganistán, lo que aquí se da por descontado, incluso si el régimen de los talibán accediera a entregar a Osama Bin Laden.

La sesión comenzó con un escándalo, al negarse los miembros de la fracción ultranacionalista de Vladimir Zhirinovsky a ponerse de pie para guardar un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los atentados en Estados Unidos, del martes 11 de septiembre, lo cual marcó el tono de la discusión.

La polémica se centró en si debe o no participar Rusia en una operación conjunta con Estados Unidos. Poco antes, los legisladores escucharon, a puerta cerrada, un informe detallado del director del servicio de inteligencia ruso y de un alto mando del ejército, que aparentemente concluyeron que la guerra es inevitable y cada vez más cercana.

Según un legislador consultado por La Jornada, el gobierno de Rusia nunca creyó en un desenlace exitoso de la gestión mediadora paquistaní, debido no sólo a la afinidad de enfoques fundamentalistas entre los dirigentes del régimen talibán y Bin Laden, lo cual de alguna manera se reflejó en unas supuestas condiciones para entregarlo, a sabiendas incumplibles, como juzgarlo en un país neutral árabe y bajo las leyes musulmanas.

Datos de inteligencia, en poder de los rusos, apuntan a que existen razones más poderosas para que los talibán rechacen extraditar a Bin Laden. El consejo de los ulemas, jerarcas religiosos que en principio deben pronunciarse este jueves al respecto, depende de hecho de la opinión de una sola persona, el líder máximo del movimiento, el mullah Mohamad Omar, y es muy poco probable que éste, una de cuyas esposas es la hija mayor de Bin Laden, acepte romper los lazos que lo unen con el "enemigo número uno de Estados Unidos".

En todo caso, la información procedente de Kandahar, la ciudad afgana que sirve de cuartel general de los talibán, y de Islamabad deja cada vez menos opciones a una solución negociada.

El carácter irreversible de la guerra en Afganistán marcó de algún modo el sentido de las conversaciones que mantuvo hoy en Washington el canciller ruso, Igor Ivanov. No escapó a la atención de los observadores el señalamiento de Ivanov de que Rusia dejará que sean los propios Estados ex soviéticos, colindantes con Afganistán, los que definan el tipo de ayuda que prestarán a Estados Unidos.

Esto último irritó sobremanera a la bancada ultranacionalista en la Duma, que consideró las declaraciones de Ivanov casi como una "capitulación" de Rusia y propuso, sin encontrar ningún eco en la sala, brindar apoyo al régimen de los talibán.

Fueron los únicos que exigieron que Rusia se manifieste en contra de la operación estadunidense. Los demás, la absoluta mayoría, consideran que el país no debe oponerse, pero difieren en lo que respecta al involucramiento de la propia Rusia.

En la discusión de los diputados afloraron posiciones encontradas, sin faltar los extremos: desde una ayuda incondicional y participación conjunta con Estados Unidos en una acción punitiva hasta el rechazo categórico a que el país se deje arrastrar a una nueva aventura bélica.

El Kremlin, por ahora, no consiguió que prosperara la iniciativa de que el Parlamento otorgue luz verde al presidente Vladimir Putin para que tome las decisionesafghan_refugees_c5e que mejor le parezcan ante el inminente conflicto. Muchos legisladores, de plano, quieren eludir en la resolución el tema de la posible participación de Rusia en la guerra y favorecen un documento ambiguo que condena el terrorismo internacional y exhorta vagamente a emprender acciones coordinadas.

Este jueves proseguirá el debate en la Cámara baja del Parlamento, pero mientras los legisladores discuten, no faltan aquí en Rusia quienes, al interior del gobierno, empiezan a hacer cuentas alegres sobre los beneficios que representaría para el país el golpe estadunidense contra Afganistán. Un primer cálculo ubica en 3 mil 500 millones de dólares los recursos adicionales que ingresarían al presupuesto de Rusia, de mantenerse la tendencia a la alza de los precios internacionales del petróleo.

Sorprendente, por decir lo menos, ha sido la actitud de la Iglesia ortodoxa rusa, confesión predominante en este país. Simple y sencillamente, obsequió su bendición a Estados Unidos en su cada vez más cercano ataque a Afganistán.

Por boca de uno de sus principales jerarcas, el metropolitano de Smolensk y Kaliningrado, Kirill, titular de su departamento de relaciones exteriores, el Patriarcado de Moscú hizo saber que Estados Unidos "desde un punto de vista cristiano, tiene derecho a asestar un golpe de respuesta".

Para el portavoz de la Iglesia ortodoxa rusa "es comprensible que Estados Unidos quiera vengarse y hasta necesario" porque, "el mal debe ser castigado".

Tras invocar razones "morales y hasta religiosas", Kirill justificó la operación punitiva estadunidense al recordar una frase que le pareció digna de repetirse desde cualquier púlpito: "El que a hierro mata, a hierro muere", sostuvo el metropolitano, equivalente católico de arzobispo, y planteó en seguida un imposible:

Frente al castigo necesario, "de ninguna manera debe sufrir gente inocente". Seguramente Kirill se refería a los millones de afganos que, aislados del mundo por el régimen de los talibán, no tienen ni idea de qué sucedió en Estados Unidos ni quién es Osama Bin Laden.

En un país, Afganistán, donde ver televisión o escuchar radio, salvo la única estación autorizada, es un grave delito, igual que lo es que una mujer, incluso cubierta de pies a cabeza con la burka, salga sola a la calle o que un hombre no lleve barba suficientemente larga, la mayoría de los habitantes, analfabetos casi todos, cumple a ciegas lo que dice la única autoridad que sus ancestros le enseñaron a respetar: el mullah, o sacerdote islámico, que proclama una nueva guerra santa.

En 22 años de guerra ininterrumpida el enemigo ha cambiado una y otra vez, y ahora les inculcan que los infieles, de nuevo, quieren negarles su sagrado derecho de ganarse un sitio en el paraíso, quizá la única perspectiva que los alienta frente a su vida de miseria. Se internan en las montañas, el refugio aparente, en espera de que comiencen a caer las bombas.