MIERCOLES Ť 19 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
San Rafael, huir de la violencia
Ocupación castrense, ira paramilitar y persecución contra tzotziles y choles
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Campamento San Rafael, Sabanilla, Chis., 18 de septiembre. Salieron de Los Moyos con sus muertos y la ropa que llevaban puesta, primero a refugiarse en Unión Hidalgo, y luego, dicen, a esconderse "en estas barrancas". Su éxodo empezó el 14 de junio de 1996, y no ha terminado. "No vemos para cuándo regresar", dice el representante del pueblo, quien pide omitir su nombre. "El gobierno de Vicente Fox se pone difícil, no quiere resolver bien. Si hubiera aprobado la ley como dicen los acuerdos de San Andrés, no estaríamos tan presionados."
El representante de los desplazados tzotziles y choles de este campamento teme que "durante los seis años de este gobierno nos vayan a tener como Zedillo, sin que nos dejen regresar". Las condiciones en que viven son terribles, pero según ellos, antes eran peores. "Cuando llegamos, la fiebre nos dio a todos. No teníamos atención de nada, y las familias completas tenían fiebre y no se curaban", reseña el vocero de la comunidad, cuyas botas de monte son una ruina, con la suela desgarrada del cuero, sostenida sólo por el talón, y todos los dedos del pie al aire. Siquiera tiene zapatos. El resto de su familia, mujer e hijos, están descalzos.
"Nunca vino la Cruz Roja, esa ayuda no la vimos. Y las caravanas de la sociedad civil no llegan hasta acá. Era muy duro, y fue nuestra caída aceptar alguna ayuda del gobierno, que nomás nos despreciaba", reconoce, con un talante autocrítico que reaparecería en otros momentos de esta visita al campamento de San Rafael, en Sabanilla.
Después de una primera conversación, este hombre convocó al pueblo a una asamblea, para que todos pudieran hablar con los periodistas. Y en esa reunión abundó: "Albores no quería nada con los desplazados, negó su existencia hasta el final. Y ahora Vicente Fox hace creer que se acabó el problema. Nosotros no vemos indemnización, no se hace justicia. La comisión del gobernador no ha permitido siquiera los peritajes."
En la cronología de la violencia, primero sucedió la ocupación militar de la zona norte, en los primeros meses de 1995. Enseguida, la aparición de agrupamientos "especiales" de la policía en Tila, Sabanilla y Salto de Agua. Luego vinieron los problemas "intracomunitarios" (según la jerga judicial zedillista) por "probables grupos de civiles armados", que comenzaron a operar y cobrar víctimas en los municipios choles. Y entonces, a partir de 1996, el desplazamiento de centenares de familias opositoras al PRI, entonces gobernante.
La persecución iba dirigida a las bases de apoyo zapatistas, a los simpatizantes del PRD y a los católicos adeptos al obispo Samuel Ruiz García; tres grupos distintos, con fronteras entre sí no siempre muy precisas.
La historia del exilio en la zona norte y la evolución de los conflictos creados ex profeso para combatir el zapatismo fueron confusas en un principio, y sigue siendo difícil trazarlas hoy en día. Las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la zona, sobre todo haciendo seguimiento de las violaciones a los derechos humanos, poseen información incompleta, contradictoria. Tanto el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas como la Red de Defensores Comunitarios, que mantienen un trabajo importante en estas comunidades, reportan dificultades de acceso y seguimiento a estos casos.
El gobierno estatal ha establecido una comisión para estudiar y resolver el problema de los desplazados, pero éstos no han visto aún soluciones. Mientras el dispositivo paramilitar y la presión del Ejército Mexicano no se desactiven, la aplicación de justicia y el retorno se siguen viendo lejanos.
Una historia inacabada
Una mujer, vistosamente vestida de verde, toma la palabra en el aula de la escuelita (muros de barro y palos, sin puerta) iluminada por la luz vespertina: "Hemos resistido milagrosamente. Antes no podíamos ni salir de la barranca, había órdenes de aprehensión, amenazas de muerte, retenes paramilitares en el camino. A machete y lima empezamos a trabajar la milpa, y no daba maíz, puro zacatal. Su dueño de esta finca lo tenía todo de potrero. Ya se da un poco mejor la siembra, pero no alcanza."
''Nos quedamos silencios, miramos el mundo triste''
Ella también recuerda: "Muchas veces nos daba calentura a toda la comunidad." Antes de ser refugio de indígenas, esta era la finca San Rafael, vecina a la de La Luz. Para acceder a él se debe bordear el río Sabanilla, ahora muy crecido. Una veintena de familias han logrado organizar un pequeño poblado que el 6 de enero de 1997, cuando llegaron aquí, suponían que no duraría más de unas cuantas semanas. Han pasado años y gobiernos, y ellos siguen aquí.
Un anciano, vestido de blanco, muy indígena, se conmueve al recordar: "No sé cómo dejé mis solares, mi trabajadero, allá en Moyos. Mi casa quedó caída en el suelo. Me quitaron la parcela que tenía. Nos quitaron nuestra iglesia y nos quedamos silencios, miramos el mundo triste, sentimos nos cae el plomo de los paramilitares y allí mismo nos salimos".
Una mujer, con un nieto en la rodilla, dice: "La religión y la organización éramos conocidos, y no teníamos problema con los otros, pero nos amenazaron que iban a quemar nuestras casas. Se llevaron preso un compañero, y lo levantó el Ejército federal.
"Se hizo una marcha en Moyos para exigir su liberación. Es 14 de junio de 96. Tenemos todo listo en la plaza para el acto, los compañeros reunidos. Las autoridades priístas detuvieron a nuestros representantes. Cuando los compañeros reaccionaron, los priístas ya tenían listas sus armas y bombas y tiraron una bomba contra la mesa del acto, cerca del aparato de sonido. En ese momento cayeron muertos dos de nuestros compañeros", prosigue la abuela.
"Ya que nos fuimos, y perdimos nuestros animalitos, nuestras casas fueron entregadas a otras personas, por la misma autoridad priísta. Así está más difícil para nosotros regresar", concluye.
El campamento de refugiados ya tiene visos de pueblo establecido, con una veintena de casas alineadas en el llano de lo que debió ser el casco de la finca San Rafael, expropiada por el gobierno a principios del conflicto chiapaneco. Una modesta escuela, una ermita de madera y los restos de la infraestructura ganadera (corrales, bebederos, rampas) completan el hábitat de este centenar de indígenas desplazados.
Han logrado trabajar algunas parcelas circundantes en los terrenos de San Rafael, que colindan con las milpas de los priístas de Los Moyos. No resulta difícil imaginar encuentros de campesinos priístas y desplazados. No han de verse muy distintos. Un hombre de escaso pelo, pero no muy viejo, expresa durante la asamblea: "Hemos visto que no tiene caso que nos peliemos entre pobres."
Agrega con tristeza: "No tenemos libertad para ir a nuestros trabajaderos. Allá en nuestro pueblo no tenemos derechos, y aquí tampoco", resume otro jefe de familia tzotzil. "Tenemos derechos en Moyos. Unos no aguantaron más el sufrimiento y se regresaron para obedecer a Paz y Justicia."
Un joven, de los pocos que se encuentran en San Rafael hoy, expresa: "Cuando no hay dinero, hay que salir a trabajar a Tabasco, vendemos lo que podemos". Una joven mujer, con la dentadura arrasada, cuenta que su marido llega a ganar hasta 500 pesos a la semana de albañil en Vistahermosa, pero entre transporte y comida gasta casi la mitad antes de volver aquí.
"No comemos carne más que cuando vas a ahorcar un pollito en el patio. Los hombres llegan cansados y qué van a comer para agarrar más juerza. Ni tenemos ropa que se pueda estrenar", expresa la mujer. Viendo a la concurrencia en la asamblea, ya no digamos estrenar, uno se sorprende que sus atuendos se sostengan. "Las cosas tienen precio", advierte, como si no lo supieran ellos mejor que nadie.
''No nos han derrotado ni siquiera nuestros propios errores''
Otra mujer relata que poco después de salir, enviudó. "Pocó dilaté con él, se enfermó y no tuvo doctor. Quedé con nueve hijos. Ahora dos ya pueden trabajar, y son los que me ayudan. Y éste (señala a un niño de siete años, en el pupitre junto a ella) se me iba a morir. Dilató siete meses con fiebre, y desde entonces es muy flaquito, pero es que no teníamos ni para taparnos."
Más que meros refugiados, estos indígenas son verdaderos sobrevivientes. Que se mantengan en resistencia, atrapados entre los cerros empinados y el río Sabanilla, amenazados programática y sistemáticamente, sin justicia en el horizonte, parece una historia increíble.
No los han derrotado la violencia, la enfermedad, el hambre ni la soledad. "Ni siquiera nuestros propios errores", apunta el vocero de los indígenas desplazados, a quien por lo visto le da a menudo por la autocrítica.