miercoles Ť 19 Ť septiembre Ť 2001
Arnoldo Kraus
Entre el 10 y el 11 de septiembre
No todas las comparaciones son odiosas: la de los hombres con los hombres, la de las mujeres con las mujeres, no lo son. Todos(as) laboran en las Torres Gemelas, suben a aviones, pueden ser cadáveres durante los bombardeos a Belgrado, víctimas del asalto a Panamá, blancos del terror que rige la vida en las calles israelíes o palestinas, o de tumores o enfermedades aún no descritos por las consecuencias de las alteraciones atmosféricas que sufrirá la Tierra tras la reticencia de los estadunidenses a firmar los acuerdos de Kioto. Lo mismo puede decirse de los hijos o las hijas de los bomberos y policías que perecieron al buscar víctimas en Nueva York o de los huérfanos por ese fanatismo tan inominado y proteico, como amorfo e inasible, que elimina por reivindicar ideas incomprensibles, que mata en nombre de Dios y contra Dios.
Quienes asesinaron el 11 de septiembre son las mismas caras indefinidas que antes, años o meses atrás, habían aniquilado otros días de ese mismo calendario tan plagado de atrocidades, tan lleno de recuerdos tristes, tan presente en la historia de la humanidad. Repito. No todas las comparaciones son odiosas: las pilas de los cadáveres ausentes, las criptas sin cuerpos, los duelos nunca acabados de quienes tienen que enterrar sin enterrar a sus desaparecidos son idénticos. Hombres y mujeres como culpables. Mujeres y hombres como víctimas.
E insisto: aunque las comparaciones sean odiosas, algunas deben hacerse. Entre la ira de Bush y sus pactos con la Unión Europea, entre las muchas formas de fanatismo y fundamentalismo que no duda en matar, entre el choque de valores de las sociedades contemporáneas y sus nefastas consecuencias, entre los Hiroshima y los Auschwitz, y entre la inconcebible miseria de los países pobres y la riqueza de otras naciones ha quedado entrampada la mayoría de la humanidad. Mayoría que se hermana por ser sólo un espectador infinitamente pequeño de lo que se decide en el mundo, de lo que sucede, sin que uno pueda apenas opinar.
Ante la violencia y la necesidad de eliminar por eliminar, Ƒsirven las palabras?, Ƒcuál es el lugar de la razón y la trascendencia de tantos y tantos escritos luminosos acerca del mal, del odio, de la condición humana? Acotados por el poder y marginados por las fuerzas que han tomado las riendas del orbe, los seres humanos, todos, nos parecemos. La inutilidad de las ideas, de la razón, de la ética queda sepultada en los cueros irrecuperables tras las masacres del 11 de septiembre. Lo mismo que estas palabras. Lo mismo que las miles y miles de páginas dedicadas a los aciagos sucesos de la semana pasada.
Vencida la razón, superada la política por el terrorismo, sepultada la hoy añorada bipolaridad, la terrible idea: "el fin justifica los medios" se ha convertido en el leitmotiv de muchas doctrinas. Pero no sólo eso. Es probable que esa noción deba reparafrasearse, pues para innumerables escuelas "los medios justifican el fin". Mientras para muchos lo acontecido en Estados Unidos es una ofensa contra Occidente y el inicio de una nueva guerra de la cual por ahora tan sólo conocemos el nombre de uno de los contrincantes, para otros las brutales masacres son parte de cierta lógica perversa, de cierta retahíla que los enemigos de Estados Unidos intentaban fabricar o, al menos, soñar.
Si bien la conducta de los seres humanos es semejante cuando la sed de venganza o la idea de justicia abraza las conciencias de las personas, lo cierto es que ni "el fin justifica los medios" ni "los medios justifican el fin".
Ni el terror de quienes laboraban en las Torres Gemelas o en el Pentágono y escaparon con vida ni la inutilidad de las muertes de seres inocentes ni el duelo de los deudos mermará o cicatrizará con el apilamiento de nuevos cadáveres en otras latitudes. Sabe bien la historia que los muertos no resucitan muertos. Sabe bien el hombre que el odio genera más odio. Sabemos todos que desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial no ha habido un solo día en que la Tierra haya amanecido sin guerras. Entre actos, han quedado amortajados, aunque algunos aún vivan, Benjamín, Elías, Steiner, Kolakovski, Nuño, Bobbio, Russell, Nozick o tantos otros pensadores cuyas ideas ahondaron sobre la naturaleza del mal, de las guerras, de la violencia. ƑCómo leerlos hoy?
Las exequias de la antes temida bipolaridad política se han transformado en poda que, paradójicamente, continúa profundizando la distancia entre los seres humanos. El ya no imperceptible ascenso del terrorismo y su presencia omnímoda, que sin duda nos atemoriza más por nuestra cercanía con Estados Unidos, nos reúne como especie: ante las fauces del terrorismo todos somos iguales.