miercoles Ť 19 Ť septiembre Ť 2001
Carlos Martínez García
Fundamentalismo
La destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York ha provocado infinidad de análisis y tomas de postura. En unos y otras ha sido frecuente recurrir al crecimiento del fundamentalismo como elemento presente y provocador en la conducta de los comandos que pusieron su vida para cobrarle a Estados Unidos una pretendida lista de agravios a las naciones pobres, principalmente del Medio Oriente.
En la perspectiva apuntada el fundamentalismo es sinónimo de creencias oscurantistas, enfrentadas con la racionalidad de las sociedades en las que predomina el laicismo, la secularización, la tolerancia y la aplicación de los descubrimientos científico-tecnológicos en la vida cotidiana de un porcentaje creciente de la población. No cabe duda de que estas convicciones estaban presentes en la conciencia de las bien adiestradas células suicidas que perpetraron el atentado de la semana pasada. Sin embargo, es una generalización errónea atribuir a todo movimiento fundamentalista intenciones destructoras y disolventes de la pluralidad que caracteriza a la mayor parte de las sociedades contemporáneas.
En el caso de las religiones que reivindican una verdad revelada como fuente única para normar la vida de los creyentes, existen claras evidencias históricas y actuales de que pueden convivir pacíficamente con un entorno al que consideran contrario a sus convicciones de fe. Por esto hay que irse con cuidado a la hora de ver prejuiciadamente los distintos fundamentalismos y sin distinguir unos de otros. Para tener una mejor comprensión del fundamentalismo es necesario recurrir a sus antecedentes históricos.
Una ala del protestantismo evangélico estadunidense se organizó para hacerle frente al sector protestante liberal, que no veía problema en adoptar una postura crítica, y hasta escéptica, frente a determinadas enseñanzas bíblicas que consideraban fuera de lugar en la sociedad moderna. Autores de la corriente evangélica publicaron a partir de 1910 una serie compuesta por doce libros que se conoció como The Fundamentals. En estos opúsculos fijaron lo que consideraron fundamental y no negociable para la fe cristiana, entre otras creencias la de una entera confiabilidad en la Biblia como revelación de Dios, el valor salvífico de la muerte de Jesús en la cruz, necesidad de una conversión personal y consciente al mensaje del Evangelio, disposición a cumplir el mandato neotestamentario de ir a misionar a todos los lugares posibles y la primacía de la evangelización frente a la acción social. Para sintetizar, a la luz de esto tenemos que el fundamentalismo original es una "corriente cultural, histórica, teológica y eclesiástica que en la América decimonónica, rural y sudista se opone frontalmente al protestantismo liberal e ilustrado por creer que éste ha diluido los fundamentos de la fe cristiana" (Juan Bosch).
De su contexto inicial se toma y aplica a cualquier movimiento, sobre todo religioso, que reivindica una lectura e interpretación literal de las escrituras consideradas sagradas. En este sentido un gran número de religiosidades puede ser considerada fundamentalista, pero no necesariamente fanática y violenta. Lo que hace a ciertos fundamentalismos enemigos de la diversidad no es su creencia firme en una verdad revelada, sino tener como parte constituyente de esta última la convicción de que la creencia propia debe imponerse, incluso por medios violentos, a la sociedad. La creencia absoluta en una determinada revelación religiosa (como es el caso del cristianismo, el judaísmo ortodoxo y el islamismo, entre otros) puede convivir con la pluralidad social a condición de que se parta del principio de que una comunidad de fe debe estar conformada por personas que voluntariamente -hay que subrayarlo- deciden asociarse para juntas reproducir religiosa, social y culturalmente su credo.
El fundamentalismo agresivo está más en los medios usados para manifestar la supremacía de una cierta religión sobre otras cosmovisiones, que en el conjunto de creencias "exóticas" que un grupo pueda tener. Las colonias formadas por menonitas tradicionales y amish son fundamentalistas, porque se identifican con determinada lectura de la Biblia, que desemboca en una organización comunitaria donde se rechaza el uso de tecnología por su creencia en que el esfuerzo directo de las personas es voluntad de Dios y que incorporar instrumentos mecánicos (en algunos casos) y eléctricos desnaturaliza el sentido original del trabajo. Por otra parte, ambos grupos no son fundamentalistas respecto a su trato con quienes son ajenos a sus convicciones. No se ha sabido de iracundos ataques menonitas o amish a poblaciones enemigas, simple y sencillamente porque su "fundamentalismo" es pacifista.
A partir de la llegada del ayatola Jomeini al poder en Irán, en 1979, se desató una ola de fundamentalismo islámico intransigente (para el cual la única posibilidad de relación con el hereje es su exterminio) que ha tenido por principales víctimas a otros musulmanes. Pero la planta fundamentalista bélica también crece en otras huertas, como entre los protestantes que en el Ulster atacaron verbal y físicamente a niñas católicas que en dirección a su escuela cometieron el delito de caminar por una calle de mayoría protestante. De igual manera se reproduce aceleradamente en tierras dominadas por la milicia talibán, cuyo fanatismo tiene devastado a Afganistán. Y en Estados Unidos los múltiples grupos de odio que buscan a toda costa restituir una mítica nación aria son espacios fértiles para el enraizamiento de mesianismos destructores. Como hemos visto, hay de fundamentalismos a fundamentalismos.