MIERCOLES Ť 19 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Podrían acordarse acciones antiterroristas, este jueves
La OEA revivirá sus viejas fórmulas de defensa hemisférica
Ť El TIAR cobra vigencia ante la onda expansiva de NY
BLANCHE PETRICH
La onda expansiva del ataque a Manhattan hará que a partir de este miércoles los países de la OEA revivan las viejas fórmulas de defensa y seguridad hemisféricas. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) no sólo cobra vigencia frente al ánimo bélico del momento, sino que se perfila en el corto plazo el diseño de un TIAR de nueva generación, con una coordinación nunca antes vista de sus fuerzas de defensa y una sola estrategia "multilateral".
El "terrorismo sin Estado" que Estados Unidos definió en 2000 no es el único agresor. Hoy todos los Estados asumen como propios a los nuevos enemigos de Washington, que George Bush ha invocado estos días como "el mal".
En términos generales, la primera reacción hemisférica, salvo Venezuela que se reserva el derecho de expedirle al enfurecido Bush un cheque en blanco, ha sido un respaldo unánime al llamado de la Casa Blanca para formar una gran coalición que enfrente esta, su "primera guerra del siglo XXI".
En respuesta a los "sondeos" del secretario de Estado, Colin Powell, en la región, Costa Rica respondió inmediatamente llamando a una reunión del consejo permanente de la OEA para que los Estados miembros adopten una posición frente a la acción de represalia de Estados Unidos contra Afganistán que está en ciernes.
Lo que se pondría en el tapete en este encuentro del miércoles sería la invocación del viejo TIAR -creado en 1947, reformado en 1975- en caso de un ataque encabezado por el Pentágono contra Afganistán "o contra quien resulte responsable". Para el jueves y por iniciativa del canciller mexicano, Jorge Castañeda, se está convocando a una reunión de cancilleres de la OEA en donde se resolverían ya acciones concretas "para sumarse a la guerra contra el terrorismo".
En un desafortunado desfase de tiempos políticos, el presidente Vicente Fox había anunciado hace apenas 10 días que México renunciaría al TIAR, por considerarlo obsoleto, en un plazo de 60 días. Hoy quizá tenga que retractarse de su dicho.
La posición de México en lo que sin duda será la decisión más drástica en la vida de la OEA -apoyar irrestrictamente a Estados Unidos en una aventura militar temeraria y de alcances sin precedente- llega envuelta en señales contradictorias.
El presidente Fox ha expresado su disposición de "colaborar con todos los países del mundo que se han propuesto luchar contra estos actos criminales de terrorismo." El secretario de Gobernación, Santiago Creel, ha precisado que antes de decidir cualquier medida de respaldo a la represalia de EU se consultará al Congreso y se evaluará si las medidas que se perfilen están conforme a los intereses y la soberanía de la nación.
En contraste, el canciller Jorge Castañeda ha sido prolífico en expresiones de adhesión incondicional a la "gran venganza" que se avecina, más cercanas a la disposición de sus contrapartes de Chile y Argentina, que incluso están dispuestos a participar en las acciones ofensivas estadunidenses contra Afganistán, o quien sea que represente "el mal", con tropas de sus propios ejércitos. Cosa que en el caso mexicano es inconstitucional. Al menos todavía.
El duelo es nuestro; la venganza, no
Hay que reconocer que para cualquier gobernante, en esta hora, es increíblemente complicada la disyuntiva sobre cómo responder con solidaridad y apoyo a Estados Unidos, sin dejarse uncir a la "gran coalición mundial contra el terrorismo" a la que urge el presidente Bush.
Argentina, Chile y Colombia encabezan las declaraciones en favor de incorporar al sistema de seguridad hemisférica las acciones bélicas.
Según el canciller Castañeda, Fox habría comenzado ya consultas informales con los países de la región "para romper" con el TIAR y "empezar a construir un sistema interamericano de seguridad que tome en cuenta las nuevas amenazas".
Lo cierto es que ningún otro país está hablando de "romper" con el TIAR. Más bien ocurre lo contrario.
Desde la Conferencia Interamericana sobre Terrorismo de la OEA que se llevó a cabo en Perú en 1996, una nueva reforma del tratado fue considerada una tarea pendiente.
Pero más allá de cuál será el instrumento concreto del que se eche mano, esta coyuntura sin duda acelerará en América Latina un proceso que viene impulsándose desde tiempo atrás para subordinar, en nombre de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, a los ejércitos nacionales, los aparatos de seguridad interna y desde luego a los servicios de inteligencia de cada nación, todos en una gran fuerza multinacional en donde, sobra decirlo, Washington será el poder hegemónico. Es, en última instancia, el triunfo del destino manifiesto de Estados Unidos. La nueva fase del imperialismo.
Un poco de historia
Ya conocemos, como latinoamericanos, algunos antecedentes. El más notable, sin duda, fue la "coalición" de los aparatos represivos del Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia) en los años setenta para enfrentar lo que, según la CIA y el entonces secretario de Estado Henry Kissinger era el "enemigo", es decir, la izquierda, los comunistas, las fuerzas de liberación nacional, las guerrillas y los movimientos populares. Esa fue la Operación Cóndor, la mayor organización terrorista de Estado que se conozca en el continente.
Cuando pasó la era de las dictaduras militares cambió el discurso y el rostro del enemigo común, pero no la tendencia de crear fuerzas multinacionales y centralizar los mecanismos de seguridad. En esa línea han ido trabajando los ministros de Defensa del hemisferio en sus cumbres (Williamsburg, 1995; Bariloche, 1996; Cartagena, 1998 y Manaus, 2000) en donde se abren paso conceptos como "operaciones de paz" de corte castrense, "reconceptualización de la seguridad regional" y planes de acción conjuntos decididos tanto por cancilleres como por ministros de Defensa.
Una CIA para todos
En el terreno de la llamada "inteligencia" y la seguridad interna de los Estados también se avanza en la coalición de instituciones. La propuesta, muy avanzada, es del general colombiano Rosso José Serrano, quien ya planteó la necesidad de crear una Central de Inteligencia Regional en América Latina y que propuso adecuar las legislaciones nacionales para garantizar un efectivo trabajo de espionaje por parte de los aparatos militares y policiales.
Hoy, a la luz del ataque a Manhattan, este proyecto parece siniestro. Hace dos días el vicepresidente del Comité de Inteligencia del Senado, Richard Shelby, anunciaba que "se confía que pronto" sean anuladas las restricciones que los últimos 25 años mantuvieron a sus agentes encubiertos de todo el mundo "con las manos atadas" para asesinar extranjeros y cometer todo tipo de delitos en nombre de la defensa de los valores estadunidenses.
Se revisa volver a permitir acciones encubiertas que fueron consideradas en su momento por los congresistas como "moralmente dudosas" y sobre todo violatorias de los derechos humanos. Un solo recordatorio de esas operaciones: el plan Irán-contras del coronel Oliver North, que implantó un floreciente negocio de narcotráfico con conexiones en Teherán, Honduras, Costa Rica y Florida para obtener dinero y financiar a los contras que finalmente rompieron la espina dorsal de la revolución sandinista en Nicaragua.
Hoy existen 15 estaciones de la CIA en América Latina en activo.
En octubre de 1999, durante la primera sesión del Comité Interamericano Contra el Terrorismo (Cicte), en Miami, el embajador estadunidense Michael Sheehan definía ante sus contrapartes, ministros de Defensa casi todos, "las nuevas tendencias generales del terrorismo internacional". Ya había ocurrido el bombazo de 1993 contra el WTC de Nueva York y los ataques antisemitas en Buenos Aires.
La "era del terrorismo" de movimientos de liberación, de "izquierdistas, separatistas y otros grupos políticamente motivados" había "concluido" en América Latina. Claro, con la Operación Cóndor, entre otras recetas.
Sheehan ofrecía una noticia buena y una mala. La buena: en estos nuevos tiempos de "democracias", los ataques terroristas eran menos. La mala: los pocos que ocurrían eran mucho más letales. Y a sus perpetradores no se les identificaba con un Estado específico. Ya sonaba el nombre de Usama Bin Laden. En esa alocución, Sheehan insistía una y otra vez en agrupar a las FARC colombianas junto con grupos como Al-Quaida, al Aum Shinrikyo de Japón y el PKK de Turquía. Definía al nuevo terrorismo como apocalíptico y milenarista y no olvidó citar a Timothy Mc Veigh en esa lista.
"Es por eso -fue su recomendación- que hoy en día requerimos una estrategia mucho más agresiva. No basta con levantar muros de concreto por doquier, sino unir fuerzas para contar con leyes más eficaces, instancias de inteligencia, análisis y acción política". Debemos -decía- "cerrar filas" y "secar el estanque" donde operan los terroristas. Y los "estanques" listados eran: Afganistán, Sudán, el valle de Bekaa en Líbano, y Colombia.
Ese fue el discurso de introducción a los trabajos del Cicte, resultado del compromiso de la reunión de Mar del Plata en 1998, creado en el contexto de la Cumbre de las Américas para consolidar la cooperación hemisférica y "prevenir, combatir y eliminar todas las formas de terrorismo".
Destaca, de esa reunión, el discurso del representante de Bolivia, un militar que afirma que "una de las tareas más importantes para transitar hacia el siglo XXI es tratar de desmontar la rigidez reivindicativa y territorialista de la lógica militar tradicional".
Ahí, el representante mexicano, Claude Heller, uno de los pocos civiles, expuso una doctrina diametralmente opuesta: México planteaba desde décadas atrás la obsolescencia del TIAR y también la de la Junta Interamericana de Defensa y sostenía que "la confianza mutua y la estabilidad no se limitan exclusivamente al ámbito militar". Apuntaba que "el desarrollo económico y social, así como la superación de la pobreza extrema, son prerrequisitos fundamentales de la seguridad hemisférica" y que sólo atendiéndola se podría consolidar un entorno regional con estabilidad y plena vigencia del derecho internacional.
Esas palabras cayeron en el olvido, incluso de su propio gobierno.
Menos de dos años después, la OEA se apresta a librar la gran guerra contra el enemigo oculto de Estados Unidos.