MIERCOLES Ť19 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Gore VidalŤ
Martes negro
De acuerdo con el Corán, el martes fue el día que Alá creó la oscuridad. El 11 de septiembre, cuando pilotos suicidas estrellaron aviones comerciales estadunidenses contra estructuras arquitectónicas, no tuve que dejar de ver el televisor y volverme a ver el calendario para saber qué día era: el martes negro había arrojado su sombra a través de Manhattan y a todo lo largo del río Potomac. Tampoco fue una sorpresa que, pese a los aproximadamente 7 billones de dólares que hemos gastado desde 1958 en lo que se llama eufemísticamente el presupuesto para la "defensa", no hubo ninguna advertencia por parte de la FBI, la CIA o la Agencia de Defensa e Inteligencia, u otras instituciones. Tampoco hubo un solo avión de combate que cumpliera con su deber, a menos que se compruebe el rumor de que fueron derribados los que se estrellaron tanto en el Pentágono como cerca de Pittsburgh.
Pese a que nuestro gobierno usual y ritualmente achaca culpas a la persona equivocada, parecía que por una vez se tuvo razón, al menos en parte: el multimillonario saudi árabe, educado en Harvard y residente desde hace algún tiempo en Afganistán, nos hizo una jugarreta.
Mientras los bushistas se preparaban ansiosos para la próxima guerra -en la que misiles de Corea del Norte, cuidadosamente marcados con banderas, lloverían sobre Portland, Oregon, sólo para ser interceptados por nuestro escudo antimisiles-, el astuto Bin Laden sabía que lo que único que él necesitaba eran aviadores dispuestos a matarse junto con los pasajeros a los que les tocara estar a bordo de los aviones que habían secuestrado. De modo que ocurrió algo nuevo bajo el sol del martes negro.
Mi hermana, que vive en Washington, tenía una amiga en uno de los aviones. Tranquilamente llamó al teléfono celular de su marido. "Nos secuestraron", le dijo. Luego procedió a describir sus últimos momentos al tiempo que la nave se estrellaba en el quinto costado del Pentágono. Era el cumpleaños de su esposo.
Siempre hemos contado con civiles sabios y valientes. Son los militares, los políticos y los medios los que nos ponen nerviosos. Después de todo, no nos ha-bíamos topado con bombarderos suicidas desde los kamikaze, como los llamábamos en el Pacífico, donde serví como ocioso soldado durante la Segunda Guerra Mundial. Japón era el enemigo. Ahora, Bin Laden... los musulmanes... paquistaníes.
El teléfono no deja de sonar. Vivo al sur de Nápoles, Italia. Editores italianos, la televisión, el radio, quieren un comentario. Yo también. Recientemente escribí sobre Pearl Harbor. Ahora se me hace la misma pregunta una y otra vez: Ƒno es esto exactamente igual a la mañana del domingo 7 de diciembre de 1941? No, no lo es.
No tuvimos ninguna advertencia del ataque del martes. Hasta donde sabemos. Nuestro gobierno tiene muchos, muchos secretos, que nuestros enemigos siempre parecen conocer con anticipación y de los que nuestro pueblo se entera hasta años después.
El presidente Roosevelt provocó a los japoneses para que nos atacaran en Pearl Harbor. Describo en mi libro La edad de oro los distintos pasos que tomó. Sabemos lo que tenía en mente: ser un apoyo para Inglaterra contra el aliado de Japón, Hitler. ƑPero qué estaba -está- en la mente de Bin Laden?
Durante varias décadas ha existido una implacable satanización del mundo árabe en los medios de Estados Unidos. Dado que soy un leal estadunidense, no puedo decirles por qué ha sucedido esto, pero al mismo tiempo, no es usual para nosotros examinar el porqué pasan las cosas y, en cambio, culpamos a otros por nuestras faltas.
En un mundo en el que el diablo siempre tiene planes, va de arriba para abajo y nos atormenta por nuestra bondad, los medios intentan hacernos creer que Bin Laden es simplemente una manifestación más del mal en toda su pureza, y por lo tanto debemos invocar la cláusula 5 de la OTAN y hacer volar en pedazos a todos los demás demonios que lo acogen, con el fin de demostrar la única lección que hemos aprendido: en la historia, como en la física, a toda acción corresponde una reacción.
La administración Bush, pese a su inquietante ineptitud hacia todas sus tareas, excepto la principal, que es exentar a los ricos de impuestos, ha sido capaz de romper, sin más, tratados firmados por naciones civilizadas como el Protocolo de Kioto y el acuerdo sobre misiles nucleares con Rusia. Pero los bushistas han pillado sin tregua el fondo del Tesoro para seguridad social (supuestamente un fondo intocable), han permitido que la FBI y la CIA actúen sin el menor control, o bien, que permanezcan impasibles, dejando en nuestras manos el indispensable y, por elección popular, último imperio global, como cuando el Mago de Oz fingía realizar trucos de magia esperando no ser descubierto.
Para ser justos, no podemos culpar al ocupante de la oficina oval de nuestra incoherencia. Si bien sus predecesores han tenido coeficientes intelectuales mayores al suyo, también fueron asiduos servidores del uno por ciento que es dueño del país mientras dejaron al garete al resto de la población.
Bill Clinton es particularmente culpable de esto. Si bien se trata del jefe del Ejecutivo más capaz desde Franklin Delano Roosevelt, en su frenética búsqueda de victorias electorales fabricó el gatillo de un Estado policial, que su sucesor -mientras escribo- se está preparando a apretar.
ƑEstado policial? ƑEso qué significa? En abril de 1996, a un año del atentado en Oklahoma, el presidente Clinton firmó una ley antiterrorista, una supuesta ley de consenso en la que intervinieron muchas muchas manos tembeleques, incluida la del líder de la mayoría en el Senado, Dole.
Aunque para ganar las elecciones Clinton hizo muchas cosas torpes y oportunistas, en ningún momento, al igual que Carlos II, dijo una torpeza. Enfrentó la oposición a la ley sobre terrorismo, que daba al procurador general la autoridad para usar el ejército en contra de la población civil, con lo que se anulaba el principio Posse Comitatus de 1878, que prohíbe, en cualquier circunstancia, el uso del sector militar contra nuestro pueblo.
Habeas corpus, el corazón de la libertad angloamericana, puede quedar suspendido si se dice que hay un terrorista en la ciudad. Al ser criticado por grupos e individuos que exigían el respeto a la Constitución, Clinton reviró tachando a sus opositores de "antipatrióticos". Luego, envuelto en la bandera, habló desde el trono: "no hay nada patriótico en fingir que aman a su país, pero desprecian a su gobierno".
Esto es asombroso, pues incluye, en un momento lo mismo que en otro, a la mayoría de la población. Visto desde otra perspectiva, Ƒen 1939 un alemán podría haber sido considerado antipatriótico por detestar la dictadura nazi?
El martes negro ya está ejerciendo considerable presión sobre nuestra sociedad cada vez más militarizada.
En 1979 la FBI se reinventó. Originalmente era un cuerpo de "generalistas", entrenados en materia de leyes y contaduría que usaban traje, camisa y corbata (J. Edgar Hoover, en condición de improbable paladín, fue de los que cruzaron la frontera hacia lo civil), contaban con un equipo de Armas y Tácticas Especiales (SWAT, por sus siglas en inglés) hecho para la confrontación, un ejército de guerreros que gustaba de vestir con camuflaje o atuendos negros de ninja, y dependiendo de la misión, también usaba un raro pasamontañas.
A principios de los ochenta, un super- equipo de SWAT de la FBI conformó el Equipo de Rescate de Rehenes 270. Como suele suceder en el lenguaje de Estados Unidos, este grupo no se especializaba en el rescate de rehenes o en salvar vidas, sino en lanzar ataques asesinos contra grupos que lo ofendían, las más de las veces, con la independencia que practicaban. Este es el caso de la secta davidiana, cristianos evangélicos que vivían pacíficamente en su propio complejo en Waco, Texas, hasta que el equipo FBI-SWAT mató, con tanques militares ilegales, a 82 de ellos, incluidos 25 niños. Esto ocurrió en 1993.
Después del martes, los equipos de SWAT pueden ser usados para perseguir a árabes-estadunidenses o, en efecto, a cualquiera que pudiera ser culpable de terrorismo, término sin definición legal. (ƑCómo puede combatirse el terrorismo suspendiendo el habeas corpus, cuando todos los que quieren que sus corpuses sean excarcelados ya han sido encerrados?). Pero en medio del trauma posterior a Oklahoma, Clinton dijo que quienes no apoyaran su draconiana legislación eran conspiradores terroristas y pretendían que "Estados Unidos se convirtiera en un santuario de terroristas". Si el sereno Clinton podía escupir semejantes espumarajos, Ƒqué podemos esperar del belicoso Bush después del martes?
Si bien el pueblo estadunidense no tiene forma de influir directamente en su gobierno, sus opiniones a veces se reflejan en las encuestas.
Según un sondeo de CNN-Time, realizado en noviembre de 1995, 55 por ciento de la población creía que "el gobierno federal se ha vuelto tan poderoso que representa una amenaza para los ciudadanos comunes". Esto es significativo tomando en consideración la descarada desinformación en los medios.
El New York Times (NYT) es el principal difusor de las opiniones emitidas por el sector corporativo del país y es también un barómetro preciso del humor de nuestros líderes. El Wall Street Journal, por ejemplo, carece de sentido editorial. Aun así, el 13 de septiembre las columnas editoriales del NYT estuvieron algo desentonadas. Con excepción de ese razonable conservador, Anthony Lewis, creo que la televisión ya nos había fatigado. Esas imágenes de colapsos ardientes se repetían ante nuestros ojos, aun cuando no tuviéramos delante el tubo catódico que las transmitía.
Bajo el encabezado "Demandas de liderazgo", el NYT es optimista en cierto modo. Todo estará bien si se trabaja duro y no se pierde de vista el balón, señor presidente. Aparentemente el mandatario "enfrenta múltiples desafíos, pero su labor más importante es simplemente una cuestión de liderazgo". Gracias a Dios. Más todavía: el NYT dice cómo deben ser las cosas y no cómo son: "La administración pasó gran parte del día de ayer tratando de contrarrestar la impresión de que el señor Bush mostró debilidad al no regresar a Washington después del ataque de los terroristas". Pero hasta donde yo percibo, a nadie le importó. La mayoría de nosotros nos sentimos levemente más seguros si Bush está dentro de un búnker en Nebraska.
El NYT asegura también que Bush no tendrá que recurrir a invitar demócratas a su gabinete, como hicieron otros presidentes en tiempos de guerra. Ahí está, dejado como al descuido, en "tiempos de guerra".
Con paciencia, el NYT casi lo deletrea, para Bush y para nosotros: "En los próximos días, el señor Bush podría solicitar a la nación su apoyo para acciones que muchos ciudadanos, sobre todo aquéllos vinculados con los servicios, encontrarán alarmantes. Debe demostrar que sabe lo que hace". Bien, he ahí el objetivo. šSi tan sólo Roosevelt hubiera recibido cartas así de Arthur Knock en el viejo NYT!
"Aliados en contra del terror" es el título del siguiente editorial. Aparentemente necesitaremos aliados. "Como su padre en la Guerra del Golfo, debe formar una coalición de naciones que estén preparadas para actuar". Muy, muy buen consejo. También debe encontrar la forma de que estos aliados acepten pagar, por adelantado, por una guerra que, al igual que la del Golfo, fue por el bien de Toda la Humanidad.
Bush padre tuvo muchas dificultades para que otros lo ayudaran a pagar su guerra televisada en CNN. Los japoneses se atrevieron a ponerse quisquillosos por los tipos de cambio, y bueno, nada más vean lo que pasó con el yen.
Para el fin de semana, paquistaníes de ojos huidizos y cabello teñido estaban siendo sometidos a interrogatorio por CNN, porque, ominosamente, Pakistán ahora actúa como protector extraoficial del movimiento talibán que gobierna en Afganistán. "Se cree que el talibán está protegiendo al más peligroso terrorista internacional, Osama Bin Laden". Qué valiente eres, NYT. Pero dilo como es, si es que se adapta a tu mantra: "Washington dejó claro ayer que su paciencia con Pakistán se está agotando". Yo no quisiera estar en sus babuchas.
A continuación: la defensa nacional. "La lucha contra el terror debe trasladarse de la periferia al centro de los planes y operaciones de seguridad nacional estadunidenses. Nadie cree que esto sea una empresa sencilla o barata, pero por los cerca de 20 millones de dólares que Washington emplea en labores de espionaje, la nación debería saber más sobre redes terroristas y sus maquinaciones. Si puede invertirse de manera útil...".
El NYT está gastando más que nuestros impuestos: "Los estadunidenses deben replantear cómo salvaguardar al país sin permutar nuestros derechos y privilegios dentro de la sociedad libre que estamos defendiendo". šMuy cierto! šMuy cierto!
Tercera Guerra Mundial, de Thomas L. Friedman, es directo. El autor es muy joven y aún no ha tenido su guerra. Pero ahora que lo pienso, con excepción de Colin Powell y dos o tres senadores, los miembros de la administración y del Congreso, pese a ser adictos a la jerga y retórica militares, todos son de quedarse en su casa.
El giro de Friedman es Medio Oriente y a menudo es interesante en ese tema. De todas las voces del NYT del jueves es el único que sugiere que "nuestro apoyo a Israel" molesta a los árabes, pero rápidamente empieza a hablar del odio innato de los árabes hacia nuestro predominio, etcétera. De pronto, desconcertantemente, aúlla: "Ƒentiende realmente mi país que esto es la Tercera Guerra Mundial?". Su pregunta no es retórica. "La gente que planeó los ataques del martes combinó la maldad de nivel mundial con un ingenio de nivel mundial para lograr un resultado devastador. A menos que estemos dispuestos a poner a trabajar a nuestros mejores cerebros para combatirlo -el proyecto Tercera Guerra Mundial Manhattan- en un estilo igualmente poco convencional y sin miramientos, estamos en problemas". Esto, en efecto, es una receta para meterse en problemas.
William Safire, en su columna Nuevo Día de Infamia, predice: "el próximo ataque probablemente no sea un jet secuestrado, cosa para la que ya estaremos preparados. Con toda probabilidad será un misil nuclear comprado por terroristas o un barril de gérmenes mortales".
Finalmente, Lewis cree que es sabio rechazar el unilateralismo bushita en favor de una cooperación con otras naciones para contener la oscuridad de ese martes y comprender su origen, al tiempo que dejamos de provocar a una cultura opuesta a nosotros y a nuestros acuerdos.
Inesperadamente, tratándose de un colaborador del NYT, Lewis está a favor de la paz ahora. Yo también. Pero ambos somos viejos, hemos estado en las buhardillas y valoramos nuestras cada vez más escasas libertades, a diferencia de esos patrioteros que golpean sus tom-toms en Times Square, en favor de declarar una guerra total en la que todos los estadunidenses deben pelear.
Ť Escritor y crítico social estadunidense, conocido por sus novelas históricas.
Traducción: Gabriela Fonseca.