martes Ť 18 Ť septiembre Ť 2001

Alberto Aziz Nassif

El inicio del siglo XXI

El 11 de septiembre de 2001 es una fecha que marcará de manera radical el inicio trágico del siglo xxi. Hay un antes y un después del gigantesco ataque terrorista a Estados Unidos, la destrucción de las Torres Gemelas, una parte del Pentágono, el secuestro de cuatro aviones y el asesinato masivo de miles de víctimas civiles que nos duelen, entre las cuales podía haber estado cualquiera de nosotros. La mirada del mundo frente al televisor transformó en espectáculo la muerte masiva y, como sucede con frecuencia, la realidad superó la ficción.

En plena época de la tecnología de las comunicaciones que sirve de soporte a la "sociedad red", cuando el posmodernismo trata de explicar un mundo que ha perdido las viejas referencias del progreso histórico que daban un sentido civilizador al mundo y cuando la globalización es la referencia, el clima y la nueva atmósfera del actual planeta, paradójicamente asistimos al inicio de una nueva guerra santa del "bien" contra el "mal".

De las tensiones que generaba la polarización del escenario de la guerra fría pasamos de forma violenta a un escenario complejo de redes terroristas suicidas que se convierten en la más grave amenaza para la democracia actual. El mayor desafío al país más poderoso no es por otro Estado, sino por una red de bandas, tribus y grupos que se mueven dentro de un paradigma de islamismo integrista radical: "una nebulosa terrorista islámica presenta generalmente más características de mafia trasnacional descentralizada (...) no depende de una sola fuente de financiamiento y suele generar sus propios recursos; está siempre ligada a uno o a varios jefes carismáticos; se opone violentamente a Occidente, en particular a Estados Unidos e Israel, y se opone en forma sistemática al proceso de paz en Medio Oriente" (Proceso, 1298).

El 11 de septiembre estalló una polarización extrema y hoy el mundo aguarda la reacción estadunidense; los tambores de la guerra suenan con la furia que alimenta una voluntad de venganza y las voces moderadas no se escuchan entre el ruido bélico que ya domina el ambiente. Cuando todavía no termina de salir humo de los escombros de lo que fue el World Trade Center de Nueva York resulta muy difícil ver historias y contextos: las políticas guerreras de un país que ha estado con armas, asesores, alianzas, en casi todos los conflictos bélicos del siglo xx. De este cuadro salen los supuestos enemigos que hoy son el blanco de Estados Unidos. El principal sospechoso de los ataques es Osama Bin Laden, quien en algún tiempo fue pieza clave del ajedrez estadunidense para combatir a la entonces Unión Soviética cuando invadió Afganistán en 1979.

Estados Unidos prepara una guerra y con el consenso de la mayor parte de la comunidad internacional se dispone a dar la madre de todas las batallas en contra del terrorismo. La inteligencia y la cautela son indispensables para no generar una espiral de violencia. Es necesario contrarrestar los intereses duros, la reactivación de la industria militar, la xenofobia y el cierre de los espacios democráticos. De la fortaleza de las instituciones democráticas necesita salir la solución a esta crisis que tiene en jaque a Estados Unidos y a sus socios y aliados. La cultura del odio que nace con el conflicto en Medio Oriente (dramáticamente escenificado por niños palestinos que celebraban la muerte masiva en Nueva York y Washington) no va a modificarse con más balas y sangre. En toda la semana que ha pasado desde el 11 de septiembre no se han escuchado con fuerza las voces que hablan de un necesario cambio de la política de Estados Unidos en Medio Oriente. El enfrentamiento árabe-irsaelí es un foco permanente que genera odio, propicia el terrorismo y ha vuelto a desatar la guerra en esa región. Mientras no se mueva este eje hacia un arreglo durable de pacificación, será difícil desinflar esa cultura de odio que alimenta a esos grupos extremistas del Islam.

Las promesas de un mundo más seguro, con mayor bienestar y mejores condiciones para la libertad se han esfumado violentamente el 11 de septiembre. De la manera en que se aplique el castigo a los responsables del ataque terrorista, dependerá en buena parte cómo serán las nuevas coordenadas del mundo globalizado del siglo xxi. Una respuesta gigantesca de violencia y una guerra prolongada sólo servirán para acrecentar el odio y la xenofobia, los intereses duros del mercado y la industria militar. El inicio del siglo XXI, tan nuevo y tan esperanzador, se ha tropezado con el terror y con el presagio de un mundo inseguro y amenazante. Ť