LUNES Ť 17 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Angeles González Gamio
Seres de bondad excepcional
En este universo pleno de seres ordinarios y muchos malvados, afortunadamente existen otros de bondad excepcional que iluminan el mundo y dejan profunda huella positiva de su paso por la vida. Uno de ellos fue fray Toribio de Benavente, originario del lugar de ese nombre en el reino de León. Llegó a México con el primer grupo de franciscanos que pisaron estas tierras en 1524, bajo la obediencia de fray Martín de Valencia. Desde su llegada advirtió las tristes condiciones en que vivían los indígenas nativos y el mal trato que recibían de los españoles, por lo que llegó al extremo de solicitar al rey que no permitiera el arribo de más de ellos, "por ser obstáculo insuperable a la conversión de los indios".
De una auténtica modestia, su atuendo era tan austero y humilde que llevó a los naturales a exclamar cuando lo veían: "šMotolinia! šMotolinia!" Curioso les preguntó qué querían decir y ellos le contestaron: "pobre", a lo que él respondió con gracejo: "éste es el primer vocablo que aprendo del idioma y para que no se me olvide nunca, a partir de hoy así me he de apellidar". El insigne misionero se dedicó a evangelizar por todos los confines, haciendo fama por la inmensa cantidad de indígenas que bautizó; se habla de 400 mil.
Buena parte de estas ceremonias eran colectivas, lo que le causó problemas con el célebre fray Bartolomé de las Casas, quien sostenía que esos bautizos masivos no tenían validez; la controversia llegó hasta el papa Paulo III, quien dispuso mediante la bula Altitudo Divini Consilli, que data del primero de julio de 1537, que todos los bautizos celebrados hasta entonces eran válidos, pero dispuso que de ese momento en adelante, excepto en caso de urgente necesidad, se guardarían ciertas solemnidades que requerían que el ritual fuese individual. A pesar de ello el fervoroso Motolinia continuó ocasionalmente efectuando sus rituales masivos, frente a la enorme preocupación que le causaba que por dicha omisión, dejaran de salvarse almas.
No obstante esta piadosa y fructífera actividad, se buscó el tiempo para escribir su Historia de los indios de la Nueva España, en que con una prosa clara y sencilla relata "las antigüedades de este país". De las partes de la obra que más llaman la atención es la que refiere cómo construían los templos, titulada: "De la forma y manera de los teocallis y de su muchedumbre y de uno que había más principal", en donde dice: "la manera de los templos de esta tierra de Anáhuac o Nueva España, nunca fue vista ni oída, así de su grandeza y labor, como de todo lo demás; y la cosa que mucho sube de altura también requiere tener gran cimiento; de esta manera eran los templos y altares de esta tierra, de los cuales había infinitos, de los que aquí se hace memoria para los que a esta tierra vinieren de aquí en adelante, que lo sepan, porque ya casi está pereciendo la memoria de todos ellos. Llámanse teocallis y los principales tenían noventa brazas de esquina a esquina, lo cual todo hacían de pared maciza... lo de dentro henchíanlo de piedra todo o de barro y adobe y como la obra iba subiendo, íbanse metiendo adentro y de braza y media o de dos brazas en alto iban haciendo y guardando unos relejes metiéndose adentro, porque no labraban a nivel y por más firme labraban siempre para adentro...".
Será interesante que un arquitecto nos lo explique ya que parece que construían de adentro hacia afuera, Ƒserá? Para ello, invitémoslo a la tradicional Hostería de Santo Domingo, situada en la calle de Belisario Domínguez 73, a comer un chile en nogada, que aunque está por terminar la temporada todavía se defienden. Con la ventaja adicional de que está cerca de los vestigios del Templo Mayor, por si requerimos una explicación in situ, como dicen los arqueólogos.