lunes Ť 17 Ť septiembre Ť 2001

Carlos Fazio

ƑCipayos o solidarios?

Después de los atroces ataques terroristas contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, los habitantes de la superpotencia imperial, que ha desarrollado un intervencionismo rapaz, criminal y genocida en todo el orbe, han experimentado por primera vez vulnerabilidad. La violencia de la guerra llegó a casa; la sintieron en su propia piel. El 11 de septiembre la ira de las víctimas les alcanzó e hizo añicos la sicología de la inmunidad. Y después de la destrucción mítica, sobre la fortaleza estadunidense sobrevuela un sentimiento de indefensión e impotencia. Una sensación de asedio existencial. Muchos claman venganza. Es predecible que la política de "globalismo unilateral" adoptada por Washington -según expresión del embajador Hisashi Owada- se exacerbe. Y que "el derecho a represalia" -auspiciado en México de manera irresponsable por el canciller Jorge Castañeda- permita enseñar el músculo a George W. Bush y asistamos a una nueva carnicería mediática en nombre de la "libertad", la "democracia", el "libre mercado" y la "civilización occidental y cristiana". Una nueva cruzada del bien contra el mal.

En un mundo de violencia globalizada y en recesión, la tercera guerra fría es conducida por una superpotencia militar solitaria. Pero eso no significa que el mundo sea unipolar. Samuel Huntington ha dicho que en parte debido a su arrogancia, "el poder hegemónico hueco" de Estados Unidos no ha logrado dar forma a un nuevo sistema. Según el profesor de Harvard vivimos bajo un "híbrido extraño". Un sistema "unimultipolar" formado por una superpotencia y varias potencias principales, pero ninguno de los Estados que tiene poder en los asuntos mundiales está satisfecho con el status quo. Recuerda que en Washington, los políticos tienden "naturalmente" a actuar como si el mundo fuese unipolar y aclaman a Estados Unidos como un "benevolente poder hegemónico", cuyas virtudes y principios, prácticas e instituciones, el resto del mundo se muestra deseoso de importar. Pero atención. Citando a un diplomático británico agrega: "uno lee acerca del deseo del mundo de un liderazgo estadunidense sólo en Estados Unidos. En cualquier otro lugar, uno lee acerca de la arrogancia y la unilateralidad estadunidenses". (Salvo en el México del "cambio", donde comienzan a ser "naturales" los dislates "patrioteros" made in USA de Vicente Fox y de su canciller Castañeda, quien cual lacayo de república bananera clamó un rápido ojo por ojo a sus amos.)

Cita Huntington que en un congreso celebrado en Harvard, en 1997, los ponentes afirmaron que las elites de los países que comprenden, por lo menos, las dos terceras partes de la población mundial -chinos, rusos, indios, árabes, musulmanes y africanos- ven a Estados Unidos como "la amenaza externa" más grave para sus sociedades. "No lo consideran una amenaza militar, sino una amenaza a su integridad, autonomía, prosperidad y libertad de acción. Lo ven como un intruso intervencionista, explotador, unilateralista, hegemónico e hipócrita que aplica un doble rasero y que se dedica a lo que ellos denominan 'imperialismo financiero' y 'colonialismo cultural', con una política externa dirigida de forma abrumadora por la política interna".

En ese contexto, y ante el condenable desenfreno del terrorismo esquizofrénico que produjo centenares de víctimas civiles -sin duda un crimen de lesa humanidad, condenable además por irrenunciables consideraciones éticas-, la Casa Blanca y la OTAN se aprestan a desencadenar represalias a sangre y fuego y bombardeos indiscriminados contra un enemigo sin rostro, mediáticamente identificado en el nombre icónico de Bin Laden. Una oleada de muerte y destrucción que lance su poderío militar y el de la Alianza a una nueva guerra santa de Occidente contra el mundo islámico. Pero la ley del Talión sólo habrá de multiplicar al infinito el número de víctimas tan inocentes como las del World Trade Center. La política taliónica de las represalias y las bombas desatará una nueva ola de macarthismo, fortalecerá el terrorismo neofascista doméstico, a sectores supremacistas y xenófobos, alentará a los duros del complejo militar industrial, partidarios de las leyes de seguridad nacional y del control ciudadano.

Como en los periodos más dramáticos de la guerra fría, hay que encontrar un camino que asegure la paz mundial, unido a la defensa de la democracia y a la lucha contra el terrorismo en todas sus formas. El terrorismo de Estado practicado por Estados Unidos y sus socios de la OTAN contra los pueblos del Tercer Mundo -y llevado a cabo impunemente, en estos días, por el Estado gendarme de Israel contra los palestinos de los territorios ocupados-, y el terrorismo de las víctimas, al que Noam Chomsky ha definido como "al por menor" (y en respuesta del terrorismo "al por mayor" de los victimarios), ha dado un salto cualitativo al llevar el horror homicida al corazón del imperio. Se ha repetido que en los hombres-bomba suicidas hay un trasfondo "fundamentalista", "irracional" y "fanático", con ingredientes de lo que se ha denominado "locura política". Es cierto. Pero en todo caso, se trata de la misma locura política y fundamentalista que ha practicado el imperio en beneficio del capitalismo corporativo. Sólo que en esa materia aún no está todo dicho. Hay posibilidades de una guerra química, aun nuclear. Después de la destrucción de la torres gemelas, todo eso ha entrado en el terreno de lo posible.

En Washington ya sonaron los tambores de la guerra. Se eleva la tensión mundial. Todo indica que se marcha hacia una política de hechos consumados, como en la guerra del Golfo, Kosovo o en la invasión a Panamá. La orden de "cazar" a los autores del acto criminal parece descartar a los émulos del recién ejecutado Timothy McVeigh (el de Oklahoma). También se pasa por alto la política de Estados Unidos en Medio Oriente, sobre todo contra Irak (bombardeos sistemáticos en estos mismos días, sanciones económicas), la alianza con Israel y las necesidades petroleras de Washington. La situación exige mantener la cabeza fría. Una respuesta militar desaforada puede precipitar al mundo en una vorágine impredecible; podríamos estar asistiendo al preludio de una tercera guerra mundial. Pero esa guerra no es nuestra. Por razones éticas y tradición diplomática, México no debe tomar partido por los guerreristas de Washington. Hay que frenar a los cipayos vengativos de Tlatelolco. Solidaridad a las víctimas. No a la guerra. Paz ahora.