viernes Ť 14 Ť septiembre Ť 2001
Jorge Camil
La tasa Tobin
En la década de los setenta James Tobin, el economista estadunidense que habría de ganar el premio Nobel en 1981, hizo una propuesta que aún hoy muchos consideran totalmente descabellada: gravar los movimientos de capitales que no tuviesen el propósito específico de pagar bienes o servicios, o sea, las transferencias especulativas de los llamados capitales golondrinos. El impuesto fue inmeditamente bautizado como tasa Tobin y hoy, más de veinte años después, está incluido en el orden del día de la próxima reunión de ministros de economía y finanzas de la Unión Europea.
La propuesta de adoptar el impuesto fue derrotada hace año y medio por un pequeño margen, pero ahora es presentada con nuevos bríos por el gobierno belga, que preside actualmente la Unión Europea, con el apoyo decidido del primer ministro francés Lionel Jospin. Tobin pretendía únicamente detener la volatilidad de los capitales especulativos, pero en unos cuantos años sus temores sobre el inmenso poder que estaban acumulando los administradores de los fondos de inversión habrían de ser confirmados por los efectos devastadores de la debacle financiera mexicana conocida como el error de diciembre. Finalmente, el mundo había llegado a permitir que unos cuantos jóvenes financieros (los imberbes masters en administración vestidos de jeans y zapatos deportivos descritos por Raymond Barre, ex primer ministro francés) pusieran de rodillas a los gobiernos nacionales accionando el botón de una computadora. Tequila, tango, samba: šla fiesta de la mundialización había comenzado!
El apoyo del primer ministro francés legitima finalmente la tasa Tobin, pues nadie reaccionó con más entusiasmo que ese país, donde se constituyó de inmediato una poderosa ONG conocida como ATTAC (Asociación por una Tasa sobre las Transacciones Especulativas para Ayuda a los Ciudadanos). ATTAC reconoció recientemente que la tasa tendría que ser modesta, probablemente 0.25 por ciento de los movimientos de capitales, pero sería suficiente para generar ingresos por 250 mil millones de dólares, que podrían ser utilizados para realizar inversiones productivas en los países del Tercer Mundo. Aunque la aplicación de este gravamen presenta problemas prácticos que pudiesen resultar insalvables, todos coinciden en que su adopción constituiría un paso importante para limitar el poder de las instituciones que manejan los mercados de capitales. La tasa tendría que ser de aplicación mundial o, por lo menos, ampliamente generalizada, pues de lo contrario los capitales especulativos se trasladarían en masa hacia paraísos fiscales, los cuales deberán ser eliminados (šmenudo problema!). Pero la decisión es imperativa, pues el mundo es cada vez más vulnerable a las consecuencias devastadoras de las fugas de capitales. Según Susan George, vicepresidenta de ATTAC, "š98 por ciento de los movimientos de capitales son improductivos, es decir, no están relacionados con el intercambio de bienes o servicios".
En Pouvoirs fin de siècle (poderes de fin de siglo), ensayo de Ignacio Ramonet, publicado en mayo de 1995 en Le Monde Diplomatique, el autor presentó, con un ejemplo dramático que involucra a México, la impotencia de los Estados modernos en la guerra contra los señores del dinero: durante la crisis del error de diciembre, los países del G-7 y el FMI sufrieron para reunir los 50 mil millones de dólares requeridos para salvar la economía mexicana. Sin embargo, en ese mismo tiempo, tres fondos de pensiones estadunidenses, los Big three, šcontrolaban recursos por 500 mil millones de dólares! En un ensayo anterior, publicado en el mismo diario en marzo de 1995, François Chesnais lamentó que el error de diciembre haya introducido en el Consenso de Washington el concepto de gobernabilidad financiera: la creencia de que ciertos Estados necesitan ser "aconsejados" para evitar que sus gobernantes "se hagan daño a sí mismos y a los demás". Así, concluye Chesnais, la vigilancia exigida para efectuar el salvamento de la economía mexicana "rebajó a ese país a una situación semicolonial, justo después de haber sido admitido en la OCDE": šel club de los países ricos! Mientras tanto, George Soros proclama que los mercados "votan diariamente obligando a los gobiernos a adoptar decisiones importantes", y Raymond Barre, gran defensor del liberalismo económico, advierte: "decididamente no podemos dejar el mundo en las manos de una pandilla de irresponsables de 30 años que sólo piensan en hacer dinero".