Ť Antiguo aliado de Washington, hoy es señalado como "el enemigo número uno"
Afganistán, blanco idóneo para reparar la humillación que sufrió EU
Ť Aislado y en la miseria, no podría enfrentar un ataque masivo Ť Moscú, enfrentado a la OTAN en los 80, avalaría la lucha de la alianza contra el terrorismo internacional
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 13 de septiembre. País en guerra consigo mismo desde hace más de dos décadas ?con una población sumida en un atraso secular, castigada por la miseria y atenazada por el orden fundamentalista impuesto por el régimen talibán, que controla 90 por ciento del territorio?, Afganistán puede sufrir pronto los efectos devastadores de una nueva conflagración.
No le ha declarado la guerra a nadie, pero el resto del mundo está a punto de hacerlo en su contra. Todo parece indicar que Afganistán, carente de petróleo y otras materias primas que nutren las economías del Grupo de los Ocho, ha sido seleccionado como blanco idóneo para reparar la humillación sufrida por el país más poderoso del orbe.
Si Afganistán no existiera, el gobierno de George W. Bush tendría que inventarlo, pues la población estadunidense clama venganza y lo que importa, ahora, es el golpe demoledor y efectista.
Fanatismo y aislamiento
El obtuso fanatismo de los talibán derivó,
desde mucho antes de los trágicos atentados en Nueva York y Washington,
en el completo aislamiento de Afganistán. De hecho, es un país
que no tiene aliados, sino sólo simpatizantes que tampoco estarían
dispuestos, llegado el momento de ubicarse de uno u otro lado, a romper
con Estados Unidos. El pretendido Emirato Islámico de Afganistán,
proclamado a sangre y fuego por los talibán, sólo goza del
reconocimiento de Arabia Saudita, Pakistán y Emiratos Arabes Unidos.
Virtualmente solo, Afganistán no está en
condiciones de repeler un ataque masivo. Y en caso de producirse la invasión
de un contingente internacional ?capitaneado por Estados Unidos y sus aliados,
entre los cuales no vale la pena mencionar siquiera a aquellos países
cuyos gobiernos se apresuran a brindar servicios que nadie solicita ni
requiere?, es improbable que se reedite la resistencia que empantanó
ahí a la Unión Soviética durante toda la década
de los ochenta.
Ciertamente, la geografía del país es propicia para oponerse con las armas a tropas extranjeras, pero en esta ocasión no habría apoyo foráneo. A partir del 25 de diciembre de 1979, cuando comenzó la ocupación soviética, Afganistán era parte de una disputa entre superpotencias, protagonista involuntario de un capítulo más de la guerra fría.
Los mujaidines, combatientes islámicos que se enfrentaron a las tropas soviéticas, eran apoyados con dinero y armamento por Estados Unidos; ahora, agrupados en la llamada Alianza del Norte, controlan sólo 10 por ciento del territorio en la parte septentrional del país y sus antiguos aliados ?fanáticos formados en Pakistán con dinero estadunidense?, los talibán, dominan el resto de Afganistán.
Ironías del destino, a diez años de desaparecida la Unión Soviética, los antiguos aliados de Estados Unidos se vuelven sus enemigos y Rusia, enfrascada en una guerra particular, la de Chechenia, se ubica del lado estadunidense y exhorta a erradicar juntos el "terrorismo internacional".
La presencia en territorio afgano del multimillonario saudita Osama Bin Laden, considerado por unos y otros el principal sospechoso de los atentados en Estados Unidos, es un factor adicional en contra de Afganistán.
Rusia no desaprovecha ocasión para ubicar en una misma línea los atentados en Estados Unidos y la guerra de Chechenia. La coyuntura, sobre todo la presión de los estadunidenses sobre su gobierno y la psicosis mediática impulsada por las grandes cadenas de televisión, en busca del rating que les dará la continuación de la tragedia del pasado martes, permite cualquier declaración.
Así, el ministro ruso de Defensa, Serguei Ivanov, habló este jueves de una posible participación de los chechenos en los atentados en Estados Unidos. No lo dijo así, claro, pero lo dio a entender y apuntaló su hipótesis con la afirmación de que Rusia tiene "abundantes pruebas sobre la gente (extranjeros) que se encuentra en Chechenia y está vinculada a Bin Laden".
El círculo de los intereses se cierra, evidenciando una nueva paradoja: Rusia, que se opone resueltamente a la expansión hacia el este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no estaría en contra de una intervención de la propia OTAN, pero no en cualquier lado y sólo si ésta se hace en nombre de combatir el terrorismo internacional.
Por supuesto, Rusia no enviaría tropas: ya bastante tiene con su propia guerra doméstica, además del trauma psicológico que representó la retirada de su "contingente limitado", tras diez años de intentos fallidos de sofocar la resistencia islámica en Afganistán. Pero es mucho lo que puede aportar en términos de logística, reconocimiento del escarpado territorio afgano y otros datos que la OTAN no posee.
Si de dar una "lección ejemplar" al terrorismo internacional se trata, más allá de investigar a fondo quién y por qué cometió los demenciales atentados del pasado martes, todo apunta a que será Afganistán el país que sufra ese castigo.
En medio de los tambores de guerra que ya se escuchan, una cosa es clara: Estados Unidos busca afanosamente demostrar la culpabilidad en los atentados de Osama Bin Laden, pero en ningún momento ha hecho ni hará el indispensable reconocimiento autocrítico de que el terrorista internacional por antonomasia es criatura del propio Estados Unidos.
Usó a Bin Laden como ariete, auspiciado por la CIA, contra las tropas soviéticas en Afganistán, y veinte años después acabó por señalarlo como su "enemigo número uno". Nadie será castigado por esa descomunal pifia, no cabe duda.