Ť El shock mediático logró romper todos los récords de audiencia
Surge un nuevo ingrediente del terror: el exhibicionismo televisivo de la destrucción
Ť La mayoría de canales indujo contra los árabes las especulaciones de la autoría del ataque
JENARO VILLAMIL
"¿Ya prendiste el televisor? Ve lo que está sucediendo." Con esta frase y otras similares millones de ciudadanos del mundo captaron y se capturaron en la serie de atentados que cimbraron Nueva York y Washington el martes 11 de septiembre. La televisión se convirtió no sólo en el transmisor, en tiempo real, de los avionazos en las torres gemelas y la destrucción de una nave del Pentágono, sino en el medio que sobrepasó, con mucho, su propio récord de audiencia y sus códigos de saturación de imágenes.
El shock mediático generado es quizá
el primer signo de la guerra psicológica y electrónica de
este nuevo milenio. Y su efecto fue contundente: las encuestas del vecino
país del norte señalan que 95 por ciento de los estadunidenses
apoyan una acción bélica en represalia, aun cuando esto pueda
degenerar en una conflagración mundial, y otros sondeos indican
que se registró un descenso brutal de la confianza en la capacidad
de su gobernante, George W. Bush.
La crónica del shock mediático aún
está por escribirse. Mientras la NBC calificaba de "caos" lo que
sucedía en la torre norte del World Trade Center, la teleaudiencia
observó el segundo avionazo y vio desplomarse los símbolos
del poderío estadunidense. La CNN revivió su papel protagónico,
con mayor profusión que en la guerra del Golfo Pérsico, al
grado de que canales que transmiten películas, como TNT y TBS, abandonaron
su perfil y retransmitieron las imágenes de la cadena fundada por
Ted Turner.
ABC y CBS entraron a la competencia, no sin cometer errores producidos por la premura de ganar rating. El más grave fue el de Peter Jennings, de la ABC, quien citó fuentes propias para informar que un coche-bomba acababa de explotar en el Departamento de Estado, y algunas estaciones de radio mexicanas dieron por buena esa información.
La BBC de Londres comparó el shock con el generado por el asesinato de John F. Kennedy y la muerte de la princesa Diana, auténtico antecedente de una telecobertura ininterrumpida que saturó las pantallas mundiales. La diferencia es que en esta ocasión no se trató de un magnicidio o del accidente de una celebridad, sino de la más escalofriante pérdida de vidas humanas en territorio de Estados Unidos, en medio del peor ataque concertado contra su sistema de seguridad nacional.
En México, datos aún no confirmados señalan que los índices de audiencia se dispararon por encima de los 40 puntos de rating en las dos grandes cadenas privadas, algo inédito a esa hora del día.
Varias estaciones transmitieron durante 18 horas continuas, con imágenes captadas por las agencias internacionales. La conducción inicial dejó mucho que desear, e incluso algunas perlas declarativas en la televisión mexicana compararon a Afganistán con un "territorio en disputa" entre Europa y Asia. Otros conductores se lamentaron porque "quienes viajamos constantemente" a Estados Unidos ya no lo podrían hacer ante los acontecimientos; mientras la mayoría simplemente reprodujo o indujo las especulaciones de la televisión estadunidense que orientaban la autoría de los atentados hacia el mundo árabe.
El fenómeno mediático global representó una paradoja: el nivel de desarrollo tecnológico que le permitió a los terroristas realizar sus atentados forma parte también de la capacidad tecnológica que hizo posible que los ataques fueran transmitidos en todo el mundo. Fue un nuevo ingrediente del terrorismo de esta era de la posguerra fría y de la globalización unidireccional: el exhibicionismo televisivo de la destrucción. Algo que ni la peor pesadilla cinematográfica de Hollywood había imaginado. La vulnerabilidad del poderío estadunidense fue exhibida en millones de pantallas.
Sin embargo, después de más de 30 horas de cobertura permanece la misma pregunta de los últimos años frente al papel de la televisión: ¿estuvo la tele-cobertura informativa a la altura de las propias expectativas y del interés generado por millones de personas de audiencia?
En primer lugar, existió una repetición ad nauseum de imágenes que obstruye la reflexión y la ponderación noticiosa. El derrumbe de las dos torres prácticamente acaparó el tiempo-aire. Tampoco se ha contado la historia acerca de otras imágenes: ¿qué sucedió en el Pentágono?, ¿qué contenía el área afectada?, ¿qué sucedió con el camión detenido por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), cargado de explosivos, que ayer en la noche se dirigía al puente Washington?, ¿qué sucederá con la doctrina de seguridad estratégica de Estados Unidos, tan cara a Bush, a Powell y a Cheney, que después de ser los comandantes de la guerra del Golfo Pérsico pasaron a ser los títeres de un complot que los rebasó en vivo y a todo color?, ¿dónde están las comunicaciones entre las cabinas de los aviones y las estaciones de seguimiento de las líneas aéreas?
Una vez más se demostró que la saturación televisiva no garantiza información. Por el contrario, lo que está en ciernes es la posibilidad de una amplia operación de autocensura o censura mediática, bajo el escudo de la "venganza legítima" del poder estadunidense.