MARTES Ť 11 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Javier Molina
La mañana del 11
La mañana del día 11 de septiembre de 1971 nos dirigimos a Valle de Bravo, para luego asistir al lugar de los hechos: el concierto de Avándaro, una preciosa laguna, no contaminada. La motivación del personal era de altura: estar en paz, vibrar bien, juntos, en armonía. Objetivo que felizmente se logró. "Si en lugar de una reunión de miles de chavos y yerba hubiera sido una banacal de adultos y trago (comentaban los jóvenes) seguro el resultado hubiera sido con golpes, heridos, insultos, gritos, suciedad y mal gusto". Y es que la prensa se ensañó con aquel concierto memorable: de greñudos, viciosos, sucios, malos, degenerados y feos no nos bajaron. Se dieron gusto publicando la foto de La encuerada de Avándaro, la chava que valiente y decididamente quitose la ropa en lo alto del escenario. Nos vieron pues como un caso de alarma. Se expresaba así una burguesía hipócrita y decadente, verdaderamente inmoral; una actitud represiva, de censura, un enfurecimiento autoritario contra la manifestación de la alegría, el baile, la libertad que puede brindar la música. Si recuerdo bien, la tocada comenzó a las seis de la tarde y culminó al amanecer del día 12. Yo viajaba con mis compañeros de Ciencias Políticas, en un bochito totalmente lleno (uno de nosotros se metió en la cajuela, para no pagar, desde luego). Nos instalamos en una casa de campaña de unos amigos de economía, provistos de una gran olla de atole de soya, cobijas, binoculares y todo. Recuerdo la actuación de unos cuantos buenos grupos, entre ellos Three Souls in my Mind, que la banda abreviaría (apropiándose del idioma) en el actual Tri. Predominó el blues.
Desde el punto de vista musical el concierto fue un parteaguas justamente en lo que se refiere a idioma. En ese momento se manifiestó con toda claridad la idea de cantar en español y, mejor aún, en mexicano. Cosa que se dice fácil, pero que fue todo un proceso. Ya no repetir los éxitos ingleses y gabachos en segundas partes que muy rara vez resultaron buenas, con frecuencia con traducciones un poco más que pésimas. En estos casos es usual recordar una de las pocas versiones afortunadas: la de Enrique Guzmán, quien tradujo y popularizó en México Good golly Miss Molly, de Little Richard, como Ahí viene la plaga. Igualmente las canciones interpretadas por los Apson Boys (de Agua Prieta, Sonora) y por Los Locos del Ritmo, señaladamente la orginalísima Tus ojos, de su cantante Toño de la Villa. Fue un largo viaje para llegar a las letras de Alejandro Lora, Rodrigo González, Santa Sabina y Real de Catorce.
Federico Arana, en su libro Huaraches de ante azul, hace una crónica bastante puntual de aquella reunión multitudinaria, alegre y tranquila al mismo tiempo. Allí nos ilustra sobre su organización, sobre la fecha (que coincide con una carrera de autos) y sobre el momento, digamos histórico, que vivía una juventud que ya ameritaba respirar un poco de aire libre. Arana publica una muy buena recopilación de las opiniones que mereció el evento: muchas como de nota roja y pocas consideraciones sociológicas acerca de la cultura del rock, de la lucha por expresarnos con nuestro propio lenguaje, del sentido de la fiesta... En fin, de la búsqueda de un espacio de libertad. No faltaron (como en 68), los que vieron una obra maestra de la manipulación, como si fuera tan fácil manipular a 200 mil chavos conscientes de lo bueno que es hacer simplemente lo que a uno le da la gana.
Al regreso la carretera estaba poblada de chavos y chavas alivianadas, vestidos largos, huaraches, melenas largas, paso tranquilo. Todas las sonrisas decían una frase muy positiva: la hicimos.