MARTES Ť 11 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

 Adolfo Gilly

Fox-Bush: las relaciones peligrosas

Para medir el real significado de la visita de Vicente Fox a Estados Unidos es preciso tener un cuadro de la política global que ese país está diseñando, en la cual va a insertarse la política mexicana como el socio débil, confiado y, por fuerza, subordinado en esta relación bilateral. Para esta comprensión nada ayuda la retórica periodística acerca de "retos" de Fox a Bush y de "desconcierto" del establishment político de Estados Unidos ante las audacias verbales del presidente mexicano. Anoto aquí algunas reflexiones al respecto.

Las declaraciones y los hechos

Como es natural en visitas tan cuidadosamente preparadas por las diplomacias respectivas, nadie fue sorprendido -ni Bush ni Fox- en las cuestiones de fondo. Nada concedió Washington en temas como la regulación de las migraciones, los cuales, como bien recordó Bush a Fox, son asuntos de política interna que sólo al Congreso de Estados Unidos toca resolver. Es justo que la diplomacia mexicana no saque el dedo del renglón. No lo es que, como en otros temas, nos anuncien plazos irreales y éxitos inexistentes.

Tampoco hubo cambio alguno en la política de Estados Unidos hacia México, regulada desde los tiempos de Salinas dentro de los marcos del TLC, ni en la relación de subordinación acentuada después del salvataje de 1995, cuando los dislates de los gobiernos Salinas-Zedillo sumieron a México en una crisis de cuyas consecuencias todavía no se repone (ver, entre otros, el control del sistema bancario nacional por las finanzas extranjeras, el nuevo rescate azucarero y el retorno en libertad de Carlos Cabal Peniche).

Al contrario: para mostrar la continuidad en lo que verdaderamente importa a los tres grandes interlocutores de esta visita: los dos presidentes y los grandes intereses financieros de ambos lados de la frontera, el presidente Fox, ante 700 académicos reunidos en el Instituto Internacional de Economía, hizo el elogio del TLC como "una decisión visionaria y estratégica", sin ninguna reserva y sin siquiera aludir a la necesidad de renegociar sus aspectos desventajosos para la economía mexicana.

En esa misma reunión, afirmó que la economía estadunidense tiene la capacidad de "irradiar" tanto principios y valores democráticos como tecnología, desarrollo humano y desarrollo económico. Para completar esta serie de deslizamientos progresivos hacia el punto de vista de Estados Unidos, por lo menos insólitos en un presidente de México, agregó que la creciente fuerza económica de China "amenaza a todo mundo en su capacidad de competir". "Estados Unidos no puede enfrentar solo el reto que China le pone enfrente", agregó, pero si une bajo el ALCA a Canadá y toda Latinoamérica, sí: nadie nos derrotará, seremos los ganadores del siglo XXI".

A nadie debería, pues, asombrar la calurosa ovación que le otorgó el Congreso de Estados Unidos en sesión plenaria. Vicente Fox fue a decirles lo que ellos querían oír en boca de un presidente de México. Incluso al enunciar las "raíces históricas" de la "falta de confianza" en las relaciones entre ambos países, Fox dijo que en México existe "una añeja idea de sospecha y aprensión sobre su poderoso vecino", mientras en Estados Unidos, en cambio, la desconfianza es atribuible a "experiencias anteriores con el régimen político que gobernaba México". (Como ese régimen, según Fox, duró 71 años, debemos suponer que entre esas experiencias están la expropiación petrolera de 1938 y la reforma agraria de 1936, donde resultaron afectadas propiedades estadunidenses.)

Sea lo que fuere, la diferencia es clara. Por el lado de México, se trata de una "añeja idea de sospecha y aprensión", es decir, algo inmaterial, casi psicológico, una sospecha, una aprensión surgidas quién sabe de cuáles recodos del alma mexicana. Por el lado de Estados Unidos, se trata de "experiencias anteriores con un régimen político mexicano", es decir, algo concreto, fundado en el reino de la experiencia y, a juzgar por el modo de elocución del presidente Fox, completamente justificado, faltaba más.

No creo que éste sea el lenguaje adecuado de un presidente mexicano ante el Congreso de Estados Unidos: o decide pasar por alto los temas del pasado y nada dice al respecto; o, si elige mencionarlos, en lugar de "sospecha y aprensión" habría debido decir "agravios pasados", éstos sí muy materiales, por parte del vecino poderoso, cuya lista sería innecesario enumerar.

Dicho sea en descargo del presidente Fox, la sesión plenaria del Congreso de Estados Unidos, que tan cálidamente lo recibió y hasta aplaudió de pie algunos de sus conceptos (¡y cómo no!), según las crónicas (El Universal, 7 de septiembre) contaba con la presencia de menos de la mitad de los senadores (40 sobre 100) y de menos de la cuarta parte de los representantes (100 sobre 435). Los asientos vacíos habían sido cubiertos con funcionarios y empleados del propio Congreso que aplaudían a rabiar, conforme a una añeja práctica muy usada por el "régimen político que gobernaba México, que en su gran mayoría era considerado antidemocrático y desconfiable" (al decir del presidente Fox). En aquellos tiempos se llamaba "acarreo", ahora quién sabe.

La estrategia global de Estados Unidos

Según Jacques Isnard, experto de Le Monde en cuestiones militares desde hace tres décadas, la CIA hizo saber a través de su director adjunto John McLaghlin, en un seminario de agosto último, que en su opinión "la amenaza que ejerce sobre la seguridad de Estados Unidos la existencia de cohetes balísticos de largo alcance es más grave hoy que en los tiempos de la guerra fría, cuando la entonces Unión Soviética era el único enemigo declarado". Esta amenaza, agregó, "expresada en la precisión de impacto de los cohetes y en la confiabilidad de los sistemas o de las cargas explosivas transportadas, continuará en los próximos quince años". Aparte de Irak, Irán y Corea del Norte, la mayor amenaza potencial, según McLaughlin, provendría de China, que hacia 2015 dispondría de un arsenal estratégico: "Pekín está modernizando su arsenal para pasar del estado actual, con una veintena de cohetes intercontinentales en silos, al desarrollo y al despliegue de cohetes móviles". Esta "aceleración" de la amenaza nuclear, en la alarmada visión de la CIA, justifica la prioridad concedida por George W. Bush a "la construcción de un escudo espacial antimisiles con una inversión global de 100 mil millones de dólares". Poco importa que esto suene a delirio. Lo cierto es que este delirio es hoy una política de Estado.

¿Estaba enterado el presidente Fox de estas grandes maniobras estratégicas cuando con cierta imprudencia declaró en Washington que la potencia económica de China "amenaza a todo mundo en su capacidad de competir" y que Estados Unidos nos necesita como aliados para hacerle frente?

Para agregar otra pincelada asiática a este cuadro, es reciente la noticia de que el nuevo primer ministro de Japón, Junichiro Koisumi, piensa en la derogación del artículo constitucional que, desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, prohíbe a Japón tener un ejército y no vaciló en suscitar un escándalo internacional rindiendo homenaje en el santuario militar de Japón a todos los caídos en las guerras pasadas, incluidos los criminales de guerra. El camino del rearme y la industria militar es una buena y vieja receta de las grandes potencias para salir de las crisis o evitar mayores caídas.

En este contexto de la reconfiguración de las estrategias globales después del fin de la guerra fría, el interés de Estados Unidos hacia México es en estos tiempos, antes que económico, fundamentalmente geopolítico. Resumiría este interés en varios puntos:

. Avanzar sobre el control y el dominio geoeconómico del territorio mexicano: recursos naturales, recursos energéticos, recursos humanos, plataforma territorial. En este sentido, entre las declaraciones más infortunadas de Fox en la visita a Washington estuvo la referente a la puesta en común de los recursos energéticos en el territorio de los tres países del TLC: México, Estados Unidos, Canadá. La estrategia del Pentágono, desde siempre, necesita asegurar petróleo y energía, además de territorio seguro, aquí, en esta plataforma continental, y no al otro lado de los océanos.

. Cerrar esta plataforma continental, terminando con la "anomalía" que representa Cuba.

. Hacer de México un aliado de Estados Unidos en la ofensiva para incluir al conjunto de los países de América Latina bajo las nuevas formas de su dominación económica y militar. Esta estrategia se denomina Area de Libre Comercio de América (ALCA), proyecto de largo alcance que el gobierno de Vicente Fox ya aprobó en la declaración conjunta del 16 de diciembre de 2000, cuando la visita de Bush al rancho San Cristóbal, sin que hubiera mediado consulta al Congreso de la Unión ni al pueblo mexicano. Esa política estadunidense es histórica y se llama, desde el siglo XIX, Doctrina Monroe y Destino Manifiesto. La novedad es que estamos frente al primer gobierno mexicano que parece tener la firme intención de sumarse a su formulación presente, encubriéndose en la ficción politológica del "desvanecimiento" universal del Estado-nación en la globalización, supuesto en verdad peligroso para quien tiene 3 mil kilómetros de frontera con el Estado-nación más poderoso y mejor armado del mundo.

. Confrontar la competencia económica de la Unión Europea, por un lado, y de los países asiáticos ?Japón, China, India en un futuro?, mientras mantiene y expande la Organización del Tratado del Atlántico Norte, donde el aliado principal e histórico de Estados Unidos, no hay que olvidarlo, es Gran Bretaña. Ingenuo sería quien, con embeleso, creyera las declaraciones de Bush de que no hay nación más importante que México en la política exterior de Estados Unidos. Los anglosajones hablan inglés, nosotros español: esto no es nacionalismo pasado de moda, sino simple constatación sobre las raíces históricas profundas de las alianzas duraderas. Lo sabían Winston Churchill y Charles de Gaulle cuando se gestaba la Alianza Atlántica, lo deberían saber hoy los gobernantes mexicanos.

. Tener el control sobre el istmo de Tehuantepec y acceso irrestricto a este espacio territorial, hoy de incalculable valor económico, comercial y, sobre todo, militar.

Una fuga hacia delante

Frente a esta estrategia global de Estados Unidos y a su expresión en el continente americano, la política internacional del gobierno de Vicente Fox ubica a México en la subordinación y en la indefensión, completando así la obra de Salinas y Zedillo. Este viraje mexicano, ya anunciado en la declaración conjunta del 16 de diciembre pasado, no se configura como una iniciativa audaz adecuada a los nuevos tiempos, sino como una ruptura histórica con las diversas políticas de independencia frente a Estados Unidos de muy diferentes gobierno mexicanos, desde Porfirio Díaz, pasando por Carranza, por Calles y por Cárdenas, hasta llegar incluso a López Portillo. No se trata de regresar a ese pasado. Pero sí de imaginar una relación duradera con Estados Unidos, que no implique la subordinación a su puro interés nacional, a sus normas jurídicas y a la ética específica, no necesariamente universal, en que ese sistema normativo se funda.

El gobierno de Vicente Fox se muestra resuelto a apostar todo a la integración económica con Estados Unidos y a las consecuencias lógicas si dicha integración se opera por la vía subordinada: la homologación jurídica por un lado, la integración militar por el otro. ¿Quedaría así el territorio de México bajo la protección del escudo espacial antibalístico y su ejército integrado al mando estadunidense o reducido a la función de guardia nacional?

No son éstas preguntas provocadoras, retóricas o inocentes. El viraje de la política exterior mexicana, junto a la continuidad de las políticas financieras y económicas de Salinas y Zedillo confirmada por Vicente Fox en Estados Unidos, se presenta como una fuga hacia adelante sin verdadero sustento en la historia, en la geografía y en la realidad de nuestros países.

Esta política, sin embargo, no es una improvisación. En el pensamiento de sus diseñadores es el producto de una larga reflexión, más de una vez expresada frente a la obsolescencia y la vacuidad en que la nueva configuración mundial había colocado las propuestas del PRI, de la teoría de la dependencia y del nacionalismo desarrollista. Es preciso, pues, tomarla en serio, aunque en su formulación actual por Vicente Fox se nos aparezca como una aventura con muchos peligros y poco futuro.