TROPEZAR DOS VECES CON LA MISMA PIEDRA
El
anuncio inminente de la nueva licitación de proyectos carreteros
entre inversionistas privados debe ser motivo de preocupación por
parte de la ciudadanía; previsiblemente, la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes se esmerará en convencer a la opinión
pública de las bondades de tal iniciativa y para ello las autoridades
tienen previsto un despliegue de mecanismos de garantías -especialmente
financieras- que, en teoría, harían imposible un desastre
como el que acabó con el esquema salinista de las autopistas concesionadas
y colocó de nueva cuenta en manos del Estado las carreteras en bancarrota.
A pesar de todas las seguridades -como el esquema tripartito
que incluiría al gobierno federal, a compañías constructoras
y a inversionistas diversos- el dispendioso rescate carretero en curso
ha sido demostración suficiente de que la iniciativa privada no
es capaz, hasta ahora, de emprender, administrar y proyectar a futuro negocios
de las dimensiones y el ritmo de una autopista de peaje.
Las fuentes de la SCT citadas por este diario en su edición
de hoy argumentan que, en el pasado, lo que falló no fueron los
constructores privados, sino los bancos, toda vez que se conjugaron el
encarecimiento del crédito con la baja rentabilidad inicial de los
proyectos. Si tal cosa es cierta, no hay, hoy en día, motivos para
pensar que el panorama bancario nacional se haya transformado de manera
significativa ni, por lo tanto, elementos para pensar que la banca privatizada
será, en esta ocasión, menos ineficiente o menos inconfiable
de lo que fue en el pasado reciente.
Por el contrario, la fiel continuación, durante
la administración de Fox, de los mecanismos de rescate bancario
ideados y aplicados por el gobierno de Zedillo y los legisladores panistas
dan cuenta de unos bancos privados tan depredadores como siempre y que
no han superado su proverbial incapacidad para cumplir con sus funciones
teóricas: captar el ahorro de algunos agentes económicos
y otorgar créditos viables a otros.
Desde otra perspectiva, no es fácil entender los
motivos para que el sector público renuncie a percibir la totalidad
de los recursos generados por el peaje, especialmente en una circunstancia
en la que el Ejecutivo federal se queja de falta de recursos y de fuentes
de ingreso para cumplir con sus promesas y sus metas iniciales.
Según las fuentes consultadas, las carreteras
de paga generaron cerca de 5 mil millones de pesos, cifra que hoy se destina,
en sus dos terceras partes, a remediar la catástrofe financiera
en que terminó la concesión de carreteras durante el salinato,
pero que bien podría emplearse en la construcción de los
nuevos caminos que el país requiere o en financiar las necesidades
gubernamentales sin recurrir a la aplicación del IVA a alimentos
y medicinas, como lo pretende la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público.
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